Thursday, September 06, 2012

Cómo escapó de las Farc relata en detalle el ex ministro Fernando Araújo

Con esto de los diálogos de paz, me acordé de este texto...

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En exclusiva para EL TIEMPO, cuenta con sus propias palabras de qué manera transcurrió cada uno de los cinco días que vagó por la espesura de los Montes de María.

Por: Javier Franco Altamar

El 31 de diciembre amaneció como cualquier domingo. Siendo víspera de Año Nuevo, le pregunté a una guerrillera cómo iba a ser la fiesta. Me contestó que no iba a haber. Me extrañó la respuesta, porque me hizo pensar que seguramente habría alguna operación militar que impediría la celebración, ya tradicional, pero no le di trascendencia; sin embargo, a las 10:15 de la mañana oí que se acercaba una flotilla de helicópteros.

Con frecuencia los helicópteros sobrevuelan y no detectan a los guerrilleros, y pensé que sería lo mismo: simplemente un sobrevuelo de pasada; pero en el último momento me sorprendió que desde un helicóptero comenzaron a ametrallar el campamento.

Me di cuenta enseguida de que era una operación para rescatarme, y de que estaba en juego mi vida, que o aprovechaba la ocasión o la perdía para siempre. Entonces me arrojé al suelo y arrastrándome entre la maleza, entre bejucos espinosos, matas de todo tipo de espinas, logré tomar distancia de dos guerrilleros que me custodiaban.

Ellos se distrajeron en la función de protegerse de los disparos del helicóptero, y ese instante me permitió perdérmeles de vista.

Apenas vi la ocasión de levantarme empecé a correr buscando alejarme del campamento. Son campamentos abiertos, sin paredes ni protecciones. Son totalmente al aire libre. Su verdadera protección es la densidad de la vegetación. Hay matas de piñuela, llenas de espinas, de manera que transitar en esa maraña se vuelve imposible.

Tuve la suerte de que Papá Dios me guió y me sacó por el caminito correcto, primero arrastrándome, luego corriendo. Finalmente llegué a una poza de agua con eneas que pude atravesar con dificultad. En medio del tiroteo, pasado ese pozo, cogí nuevo impulso, por tierra firme, y corrí todo lo que pude, siempre en la misma dirección para alejarme más del campamento.

Yo tenía la orientación de ir hacia el norte. Después de eso me enfrenté a un pastizal inundado que demoré cruzando más dos horas. Quedé extenuado. Superada esa etapa, me sentí mucho más seguro, pero con mucho temor de acercarme a cualquier población o a cualquier campesino, porque sospechaba que alguno podía ser auxiliador de la guerrilla y me daba miedo que en lugar de ayudarme trabajara para recapturarme.

Esas cosas pasan en un instante. Las decisiones se toman en un abrir y cerrar de ojos y funcionan o no funcionan. Siempre tuve la disciplina de mantenerme haciendo ejercicios casi todos los días para aprovechar las circunstancias de huir en caso de que fuera posible.

Alrededor de las 3 de la tarde vi otros helicópteros sobrevolando la zona y un avión explorador. Me hice en un lugar visible, con la confianza de que me estaban buscando.

Había mucho sol y calor, y cuando pasaban las aeronaves me hacía en el sitio visible, y cuando se alejaban, me escondía nuevamente en la sombra; pero no me vieron. Alrededor de las 5 de la tarde, sentí que se fueron y perdí las esperanzas de que me hallaran en ese momento.

Hubo un instante en que pensé que me habían divisado, porque tuve la sensación de que se habían devuelto y comencé a brincar de alegría, pero fue una vana ilusión.

Después de eso seguí caminando en la noche. Afortunadamente había una buena luna y la noche estaba iluminada, y eso me permitió alejarme lo más que pude del campamento. Ya agotado, me recosté un rato aquí, otro allá, y terminé en la parte más alta de una montaña. Estaba muy empinada y me costó mucho trabajo subirla, pero logré hacerlo con la ayuda de la luna.

Desde allí pude divisar algunas poblaciones. Las evité por el temor de que los guerrilleros pudiesen localizarme.

El segundo día


El lunes me puse en marcha temprano. Me tocó esperar la salida del sol para asegurarme de que tomaría hacia el norte. En esos montes es fácil despistarse, porque las laderas suben o bajan al norte, al sur y a cualquier lado. El terreno era muy agreste y había zonas donde era imposible caminar. Entonces localicé una especie de cañada y por ella, que me pareció que iba en dirección norte-este, traté de escabullirme.

La cañada era más fácil de transitar porque el recorrido del agua en el invierno limpia la vegetación y básicamente lo que hay son piedras. Caminé mucho tiempo y llegué a un punto donde la cañada se me perdió, donde ya no había cauce. La cañada parecía derramar sus aguas en una zona extensa, y me sentí perdido. Dije: hasta aquí llegué.

Me senté decepcionado y pensé que había cometido un error, pero me di ánimo y me dije: si cometí un error, hice lo adecuado, porque después de tanto sufrir en mi cautiverio, no podía desperdiciar una oportunidad, no podía permitirme perder el valor de asumir el riesgo.

Y eso me dio tranquilidad, me hizo recuperar la confianza, y decidí explorar un nuevo camino, cogí una nueva cañada, y aunque estaba casi muerto de hambre y de sed, se me iluminó la mente en ese momento y vi un cactus redondo igual al que en alguna oportunidad había visto comer a algunos guerrilleros.

Lo arranqué, y a punta de pegarle con el talón del zapato, logré abrirlo, me tomé el agua interior y empecé a comerlo. Eso me permitió recuperar algo de fuerza el lunes. Ese mismo día por la noche, dormí con el cactus a mi lado, y cada vez que me angustiaba, me comía un pedacito.

Durante la misma noche del lunes escuché, en los alrededores, alguna música, ecos de alguna familia que estaban todavía celebrando el Año Nuevo. Puse atención de qué lugar venía esa música y me propuse ir a buscar ese sitio porque supuse que estaba alejado suficientemente del campamento como para que me encontraran; pero si estaba equivocado, me tocaba asumir el riesgo porque no hacerlo era entregarme a la muerte por inanición.

Aparecen cinco yucas


Muy temprano comencé la búsqueda y encontré una poza pequeña, pero con agua. Me dije, "ya tengo resuelto un problema. Me tocará a lo Robinson Crusoe: tener agua, buscar alguna alimentación y resistir lo máximo que pueda". Me sentía muy cansado y decidí, con el agua asegurada, tomarme el resto del martes de descanso.

El miércoles salí temprano en la dirección contraria a la del martes porque creí haber escuchado el mugido de un ternero en la noche. Me fui guiando a través de una cañada y la otra y me extravié. Cuando vine a ver, descubrió que había caminado en círculo y había llegado al mismo sitio de partida.

Me senté a descansar, pensé en que iba a hacerlo mejor y volví a salir en la dirección del mugido. Mi sorpresa fue que después de caminar unos 500 metros, creí escuchar a una persona trabajando en el arreglo de una cerca y la llamé pidiendo auxilio: "Auxilio, auxilio, denme agua, por favor, ayúdenme", pero no conseguí ninguna respuesta. En lugar de eso, estaba el silencio.

Hacía un calor insoportable. Me recosté en una mata de plátano. No tenía plátanos, fue la única planta frutal que vi porque las demás eran de espinas. Entonces me tomé un tiempo pensando que a lo mejor la persona que me oyó se asustó o a lo mejor fue a buscar ayuda: voy a esperar.

Al cabo de un rato, comencé a inspeccionar en la dirección del ruido y encontré las brasas de un fogón, cinco yucas, un galón de ACPM y un arbolito de limón, lo más exótico que se puede encontrar en esa zona, fue cuando me convencí de que no fueron ilusiones mías lo de los ruidos.

El fogón estaba echando humo, le habían retirado las brasas, pero no lo habían acabado del todo. Pensé: dejaron esto y van a volver, y decidí esperar. Tomé un pedacito de yuca, avivé un poco el fogón, y puse la yuca a que se asara un poco, pero naturalmente, con esa angustia y esa inexperiencia mía en la cocina, eso me quedó totalmente crudo.

Me la comí para tener por lo menos algo en el estómago, y me tomé el zumo de dos limones. Entre la posible acidez y la sed, pues preferí la acidez y me tomé el zumo. Me quedé durmiendo en ese mismo sitio con la esperanza de que las personas regresaran al siguiente día, pero el jueves, a las ocho de la mañana, viendo que no aparecía nadie y consciente de mi sed angustiante, decidí regresar al sitio de la pocita de agua.

Me puse una de las yucas en el bolsillo, cogí una totumita, y el galón de ACPM con el que prepararía un fogoncito para asar la segunda yuca. Me costó mucho trabajo comérmela, me produjo un tremendo malestar estomacal tremendo, y una fuerte acidez, pero por lo menos había comido algo. Saqué la cuenta: me quedaba yuca para tres días, así no durmiera por la acidez y por el hipo que aún tengo.

¡Soy Fernando Araújo!

Después de eso, me hice el propósito de que hoy viernes volvería al sitio con la esperanza de encontrar a quien había dejado el fogón, y aunque no regresara, pues por lo menos encontraría el camino por donde esa persona había llegado al sitio. Me dije: este señor no creo que tenga helicóptero, ni creo que haya llegado en paracaídas, así que ese camino tiene que existir y debo ser capaz de descubrirlo.

Así lo hice, y hoy muy temprano en la mañana comencé a buscar hasta que oí el mugido de un ganado, y dije aquí está la solución. Me acerqué con mucha precaución al sitio y encontré a un campesino ordeñando una vaca. Le pedí que me orientara y me regalara un vasito de leche.

Me tomé una totumita de leche que me supo a gloria. Es el vaso de leche más sabroso que me he tomado en mi vida, y siguiendo las orientaciones del campesino, me dirigí hacia la población de San Agustín, cuya existencia desconocía, pero donde había, según el señor, presencia militar.

Allí funciona el grupo Piraña del Batallón Contraguerrilla con sede en Corozal, y me encaminé hacia allá en una marcha de cuatro horas. Por fin llegué, pedí ayuda. Encontré a una muchacha que me dio un vaso de agua, y para no crearle desconfianza, entablé una conversación trivial sobre sus ocupaciones.

Alcancé a preguntarle sobre la presencia del Ejército y dijo que los militares venían de vez en cuando, y que hacía por lo menos tres días que no los veía por allá.

Me contó que vivía en Barranquilla y que estaba por allá de vacaciones, y le pedí un teléfono prestado. Me dijo que más abajo había un local donde unas señoras vendían llamadas a 250 pesos el minuto. Me orientó, y haciendo dos o tres preguntas más, llegué.

Les comenté que debía hacer una llamada muy importante para mí y que no tenía ni un peso para pagarles, pero que lo haría cuando vinieran a buscarme. Aceptaron, pero la llamada era a un teléfono Movistar y resulta que allá la que entra bien es la señal de Comcel.

Me informó que en la esquina vivía el Inspector del pueblo y él sí tenía posibilidades de llamar por un Movistar. Me dirigí hasta allá, pero un familiar del Inspector me informó sobre su ausencia.

Me angustié mucho, me acerqué nuevamente al negocio de llamadas y les pedí que me ayudaran a comunicarme con el Ejército. Tiene que haber alguna forma. Y me dijeron: ahí están los del Ejército. Pregunté ¿Dónde? Allí en la esquina, me respondieron: mírelos. Y volteé y ahí estaban los soldados de la Infantería de Marina.

Salí corriendo. Gritaba ¡Soldados, soldados! Los abracé y me identifiqué: soy Fernando Araújo Perdomo, estuve secuestrado por las Farc durante seis años, hacía parte del grupo de personas que las Farc tenían para canjear con el Gobierno Nacional. Ayúdenme y protéjanme y lléveme con sus superiores.

Me ayudaron de inmediato, me dieron agua fresca y un sánduche, luego se comunicaron con sus superiores. Entonces comencé a recibir llamadas de los comandantes de las fuerzas militares, del ministro Santos y del Presidente de la República. Eran las 10:40 de la mañana de hoy. Me recogieron en helicóptero y me trajeron a Cartagena.

Publicado en EL TIEMPO
Enero 6 de 2007
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