Sunday, September 11, 2011

El recuerdo que no será

Por: Javier Franco Altamar

El filósofo español Fernando Savater dice que la evidencia de la muerte no sólo lo deja a uno pensativo, sino que lo vuelve a uno pensador. “La conciencia de la muerte le hace a uno madurar. La certidumbre personal de la muerte nos humaniza”, dice en su libro ‘Las preguntas de la vida’.

Sobre la muerte reflexionamos a caballo en nuestras posiciones ideológicas, terminamos volviendo a la muerte un punto de partida o punto de llegada según sea el caso. Nadie niega, sin embargo, el carácter personal e intransferible de la muerte, la experiencia propia que no ha permitido jamás un testimonio en primera persona, salvo el que se puede aceptar por fe en la persona de Jesús de Nazareth o su amigo Lázaro.

El paso a la muerte (perdón por el uso de la metáfora de ubicación) tiene un poder fantástico que depende tanto de quien murió como de quienes ‘quedaron’. A partir de ese cruce del umbral, el difunto comienza a ser olvido, aunque Borges sugiere que ya lo somos desde antes.

Pero no importa: con la muerte, el proceso de olvido cobra velocidad, y los recuerdos (“mueres, pero quedas vivo en nuestros corazones”) empiezan a disiparse.

Con algo de suerte, nos recordarán nuestros nietos y hasta los bisnietos; pero para los tataranietos, seremos, quizás, una referencia de árbol genealógico, y para los demás, un nombre lacónico en una bonita lápida.

Las ejecutorias retardarán todo ese el proceso, y si estas son gigantescas, impactantes y trascendentales, garantizarán tinta para nosotros en el libro de la historia; y seremos una acción, una fecha, un registro o cualquier significado: todo eso en reemplazo del recuerdo que ya no somos.

Septiembre 9 de 2011

La secretaría más boyante

Por: Javier Franco Altamar

La Secretaría de Movilidad de Barranquilla, si así lo quisiera, fuera la entidad más solvente de la Administración Distrital, la más boyante: bastaría con que cumpliera su deber.

Aceptemos que lo hace, que la fiscalización electrónica hizo aparecer recursos por comparendos donde antes no había, y que la Policía del tránsito, con sus eficientes patrulleros de otros lares, se jala una buena gestión en contra de borrachos y corredores. Aceptemos eso para no ser injustos, pero el potencial en otros aspectos es gigantesco.

La lista es larga: cambiar de carril sin avisar es una falta grave, invadir el carril contrario también; creo que accionar el pito cada cinco segundos merece cadena perpetua en otros países; y serpentear en motos y carros pequeños por las vías traficadas también está prohibido.

Y ni hablar de los motociclistas que conducen en chancletas y con el casco insinuado en la frente; de los apostadores de carreras en algunas calles del norte; de quienes usan el andén para parquear, y de los buses y camionetas que pasan raudos por encima de los reductores.

La lista sigue: están los taxistas que hacen colectivos en las principales arterias, los buses intermunicipales que hacen de urbanos y recogen pasajeros compitiendo en las calles; los propios buses urbanos que van a 80 kilómetros por hora por los barrios; las motos que se meten por sectores prohibidas; el taxi que se parquea frente al centro comercial interrumpiendo el flujo.

El Código de Tránsito lo tiene todo, y reproducirlo aquí sería tan ameno como un diccionario, pero tan larga es la lista de infracciones como de sanciones, con suficientes salarios mínimos legales vigentes de referencia como para volver multibillonaria a toda una Administración.

Agosto 30 de 2011

La mentira interesada

Por Javier Franco Altamar

Sin que haya entre él y yo ninguna afinidad ideológica, el ex candidato presidencial Carlos Gaviria dijo el mejor concepto que he leído hasta ahora sobre la política: es el campo de la mentira interesada.

Hasta ahora nos han venido machacando que la política “es el arte de gobernar” o, como dice nuestro Diccionario RAE, es el “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”.

Toca definir la política de alguna manera decente, digo yo, para que parezca lo que no es, y haya espacios para quienes todavía se empecinan en entenderla como una actividad limpia, llena de filántropos y apóstoles desinteresados. Y es chévere, por supuesto, alimentarse con la idea de que esos personajes superdotados y especiales existen.

¿Mentira interesada? Sí: esa que se dice de dientes para afuera, partiendo, como lo dijo un grafito, de que “el sector público es el sector privado de los políticos”. Nuestro Diccionario RAE lo intenta decir cuando, en otras de las acepciones, define la política como la “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”.

¿Mentira interesada? Sí lo es, porque hay un discurso que defender y alimentar ante los medios; porque hay unas decisiones que justificar ante la gente; porque hay unas intenciones genuinas de mandar de quien se siente señalado para ponernos en el sendero de las mejores condiciones de vida, y ni siquiera es necesario saber en qué consiste eso: lo importante es que creamos saberlo.

La única verdad que yo le agregaría al concepto de Gaviria es la que ningún candidato diría: montar una campaña política es invertir en un negocio muy, pero muy lucrativo.

Agosto 19 de 2011

De las encuestas y otras hierbas

Por: Javier Franco Altamar

Cuando los encuestadores defienden lo que hacen suelen decir que una encuesta electoral es una lectura de un momento específico. El “si las elecciones fueran hoy” sintetiza eso. La reacción del que aparece ganando es de “agradecimiento” al potencial electorado; y la de quien va a la zaga, viaja a caballo sobre la certeza de que todo cambiará en el camino y de que la “verdadera encuesta” es la del día de las Elecciones.

Una primera línea de reflexión conduciría a pensar que la única encuesta verdadera, en realidad, es la primera que se toma. Podríamos decir que, de todos modos, hay estudios previos de “favorabilidad” un tanto condicionantes, pero simulando que eso no existe, la primera encuesta de preferencias electorales no tiene una referencia anterior clara.

De ahí para adelante, sin embargo, comienza el baile. Nuestra naturaleza humana no es de perdedores, a nadie le gusta la derrota, así que “apuntarse a ganador” es la primera tendencia tanto de electores como de candidatos. El que, pese a todo, se apunta con el desfavorecido de la encuesta, tiene dos caminos: o va hasta el final con el horizonte de sus propias convicciones; o decide apartarse porque su voto es inútil y, no va ser tan tonto de perder el tiempo y tirar ese esfuerzo a la basura. Las encuestas, por su parte, van leyendo estos comportamientos.

Que el telón de fondo para tomar decisiones son las encuestas lo sé yo, lo saben los políticos, los saben los caciques, los asesores de imagen y los estrategas de campaña; pero el electorado suele creer que el asunto funciona al revés, con lo que termina dándoles la razón a las encuestas. ¿La consecuencia? Cuatro años de poder y presupuestos en manos de los candidatos ganadores, y un encuestador complacido de que se cumplió su profecía.

Julio 22 de 2011