Wednesday, July 30, 2008

Helmer Luis, el hacedor de historietas


Lleva 13 años en eso, pero apenas ahora comenzó a buscar un empujón

por JAVIER FRANCO ALTAMAR

Un muchacho moreno y lánguido recorre por estos días el Centro Histórico de Cartagena. Dentro de su morral lleva una pequeña muestra de su talento: dos revista de historietas.

Anda buscando quien le pare bolas, más por consejos de sus amigos y parientes que por iniciativa propia. Las dos revistas fueron dibujadas por él mismo a lápiz, en blanco y negro, y en hojas de block tradicionales.

Su intención es que alguien le dé un empujoncito como sea y para donde sea, pero que ojalá mucha gente, más allá de su círculo cercano de conocidos, sepa de la existencia de su arte.

Tiene 19 años, se llama Helmer Luis Arroyo Martínez, es estudiante de grado 11 y se ha pasado los últimos 13 años pintando historietas.

La mecánica hasta ahora ha sido muy simple: él las termina de pintar, se las muestra a los primeros que se topa en su barrio o en su cuadra, y las vende por unos cuantos pesos o las presta según sea las condiciones.

En ese cuento, algunas de estas revistas se han perdido, aunque otras han regresado a sus manos. La mayoría, sin embargo, se las han comprado. “Todo eso es muy emocionante y me hace sentir orgullosa de él, pero como es tan tímido, tuvimos que convencerlo, entre los vecinos y yo, para que promoviera su arte. Por eso se está acercando a los medios de comunicación”, dice Ana Leyda, su madre.

Al principio, Helmer –bautizado igual que su padre- se limitaba a copiar historietas halladas en los periódicos y revistas, pero a partir de los 15 años, comenzó su propia producción. Las tramas se inspiraban historias de películas, en vivencias propias, en la situación del país, y en los cuentos de la abuela Gladis.

No recuerda cuántas ‘revistas’ ha hecho, pero tan sólo le quedan las dos que ahora carga en el morral. “Produzco una por mes, y tan pronto termino, inicio la otra”, asegura él. Eso quiere decir que ha producido unas 50 historias en los últimos cuatro años.

“A veces no termino una porque sencillamente me aburro, pero la mayor parte de las veces, antes de pintar, ya tengo el principio, el nudo y el desenlace”, dice con gran seguridad. Esa expresión cambia un poco cuando las preguntas van orientadas a su vida privada. Entonces inclina la cabeza como mirando la mesa, ocultando la sonrisa blanca en un gesto de timidez.

Estudia en el colegio Camilo Torres del barrio El Pozón, uno de los sectores más deprimidos de Cartagena.

Su capacidad para el dibujo es reconocida en el plantel, y por eso, hace tres años, lo sedujeron para que participara en un concurso interno de pintura. Ganó por decisión unánime con un dibujo alusivo a Sierva María de los Ángeles, el personaje principal de la novela Del amor y otros demonios de Gabriel García Márquez.

“Yo la tenía pegada en la pared de mi cuarto, pero se fue dañando con el tiempo. Es que estaba hecha en cartón paja y no resistió la exposición al ambiente. Terminó en una bolsa de basura”, señala.

Estas dotes de pintor aparecieron casi por azar, recuerda él, cuando sus padres le dieron posada al tío Marlon.

El inesperado huésped duró dos meses en la casa, y mientras solucionaba el problema familiar que lo condujo allí, pintaba todo el día cuadros artísticos por encargo. “De un momento a otro, yo comencé a imitarlo, pintando en papel. Ya después, fui perfeccionando la técnica”, apunta.

La pasión por la pintura, expresada a veces en las paredes para no desaprovechar la angustia del alma, le mereció regaños de su madre, pero él siguió adelante, y a medida que pasaban los años, se fue mostrando en el colegio, donde se dio cuenta, además, de que tenía habilidades para la caricatura.

“La caricatura contiene una alta carga de burla, y hubo personas a quienes no le gustaron. Mis víctimas preferidas eran mis compañeros, y una vez pinté a una de las profesoras, pero por ese lado, no pasó a mayores”, recuerda.

Mientras tanto, seguía la producción de historietas, y el público lector crecía. Ya no sólo eran los compañeros de clases, sino los vecinos y amigos de otros entornos.

Hace un año, uno de esos amigos se llevó a su propio colegio la historieta La isla del miedo. Su trama, llena de suspenso y de sorpresivas escenas de terror, atrapó a los muchachos y el asunto llegó a oídos de una profesora. “Ella me llamó y me propuso que la presentara al Festival de Cine para ver si hacían un cortometraje, y quedó en orientarme, pero eso quedó así. Recuerdo que la profesora se llama Raquel”, dice.

La violencia en Colombia, el drama, el humor y muchas otras temáticas aparecen en esas historias. Olimpia, por ejemplo, se desarrolla en torno a una personaje del más allá, está inspirada en narraciones de la abuela Gladis. Ella murió hace 10 años, pero dejó un legado de varias historias de espantos contadas. El tesoro del Mohán, por su parte, incluye monstruos, una búsqueda mística y una historia de amor entre dos exploradores. Son las dos historietas que le quedan y están a la venta.

Hace tres años, por la época del concurso colegial que ganó, estuvo a punto de trasladar al dibujo la historia completa de Sierva María de los Ángeles, “pero me cansé, es que se volvió difícil por lo extensa”, dice, pero sí alcanzó a terminar una sobre la India Catalina. Esa se extravió.

Por ahora, está visitando los medios de comunicación. “Por aquí los vecinos se emocionan cada vez que él muestra su trabajo. Yo también me emociono, pero eso tan lindo que él hace deben conocerlo los demás”, sostiene doña Ana Leyda.

Como estudia de noche, Helmer Luis le saca provecho a las horas de sol para seguir el consejo de su madre y de sus vecinos. De manera que en cualquier momento, se le puede ver caminando por el Centro con su morral a la espalda.

Es un paso lento, pero él está convencido de que su andar no tiene reversa.

Cartagena, junio de 2008

Tuesday, July 29, 2008

El ritual de 'Rocky' Valdez


Por JAVIER FRANCO ALTAMAR

Rodrigo Valdez, el legendario ex campeón mundial de boxeo, el ‘Rocky’, el hombre que en los tres dientes delanteros lleva las iniciales de su nombre en oro, ya no vive tanto de su pensión o del alquiler de sus tres apartamentos en el barrio Crespo de Cartagena: vive de un ritual que le sobra para ser feliz.

Luego, ¿No es acaso prestamista el ‘Rocky’? ¿No tenía el ex monarca varios buses y apartamentos? A lo primero, Valdez me respondió que no, casi como un regaño, la noche de mayo cuando establecimos el primer contacto. El resto quedamos en tratarlo al día siguiente en el mercado de Bazurto. “Yo llego allá todos los días a la una de la tarde. Lo espero y hablamos”, me dijo. Y es justo allá donde comienza el ritual.

Es en torno a él que se desarrolla todo. Su presencia resalta, dado que conserva algo de la apariencia que lo acompañaba cuando ganó la corona mundial del peso mediano (160 libras) en 1974, dos años después de Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’. Luce imponente, caminando a paso rápido, pero algo inclinado hacia delante, como los ancianos. La expresión de su rostro es dura y agresiva, en perfecta armonía con su voz, que la mayor parte del tiempo es una metralla de gritos.

Tiene la cara ancha, los labios son gruesos, y la nariz, corta y dispersa. Los ojos pequeñitos y negros están puestos en un marco de cicatrices. La calvicie frontal amenaza ya con llegar al cogote, y el resto de la cabeza está salpicada de un cabello crespo que más bien parece un reguero de ceniza. La piel oscura resalta contra los habituales atuendos elegantes y de colores. Lleva oro en las muñecas, los dedos y el cuello. “Es el único que puede hacer eso sin miedo de que lo atraquen”, dice el taxista que me conduce a Bazurto.

Las palabras de Valdez no sólo son atropelladas y altas, sino que respetan, al extremo, la expresión propia de los cartageneros, prescindiendo, a veces, de sílabas enteras, contrayendo otras, y reemplazando el golpe de “erre” por el de la “de”, por lo que en sus respuestas, “Cartagena” aparece cambiada por “Cadtagena”, “largo” por “ladgo”, y “golpe” por “godpe”.

Vive en la planta baja de un conjunto residencial que él mandó a construir en un lote en el que, por muchos años, hubo una casa grande y tradicional como las que todavía predominan en Crespo, un barrio de estrato 5 al norte de Cartagena. La mole se yergue en una esquina sobre la avenida principal, y muy cerca del aeropuerto ‘Rafael Núñez’. Está pintada de un amarillo crema y luce ventanas con marco de aluminio.

Crespo es casi una pequeña ciudad a orillas del mar. Es un vecindario tranquilo, juicioso, donde viven algunas autoridades militares y judiciales. Por eso se machaca en Cartagena que es uno de los sectores más seguros. Bazurto, por su parte, es una zona comercial muy dinámica. Es una franja de medio kilómetro al suroriente de Cartagena, sobre la avenida Pedro de Heredia, la principal arteria.

En esa franja de Bazurto, los almacenes formales compiten con vendedores estacionarios y ambulantes que promueven, a grito vivo, comestibles, víveres, ropa, zapatos, comida ya preparada y objetos de toda índole a precios muy bajos. Imperan el desorden, la suciedad, el calor, la informalidad, y la nunca ausente, pero discreta, actividad de ladronzuelos de billeteras.

Hay todo un corredor con puestos de comida sobre todo a base de pescado. La comida se prepara muy cerca de las basuras y las aguas callejeras; y se sirve al comensal en trozos de papel de lo que alguna vez fue una bolsa de cemento. Y el vendedor la ha manipulado sin ningún tipo de discreción higiénica, y toca comérsela en una banquita o a allí mismo de pie, cuidando de que no se le pegue una mosca al pedazo de pescado frito o a la yuca cocida. Por fortuna las láminas de zinc del techo, negras por debajo pero brillantes por encima, apaciguan el peso de los rayos solares.

Pero al ‘Rocky’, no le toca pasar por todo eso. A él lo atienden distinto. Apenas le informan a Aida que él acaba de llegar a Bazurto, deja a un lado a quien esté atendiendo en su negocio de comidas, y a los pocos minutos se aparece con una bandeja de comida y un vaso de agua panela al pequeño local donde el ex campeón la espera. Es el local del proveedor de mariscos Carlos Arturo González Martínez, viejo amigo del ex campeón.

Aida cumple un papel muy importante en este ritual, pero es la única relación que le quedó con Valdez luego de haber tenido con él un hijo. De hecho, a estas alturas ella lleva una vida reconstruida con otro hombre con quien tuvo otros dos hijos. “Eso no se lo quita nadie y a mí eso ni me molesta. Lo importante es que el es feliz así”, asegura Ana Tijerino, una mujer menudita y maciza, compañera de Valdez desde hace 18 años y con quien tiene dos hijas. “Él se va para allá porque le gusta almorzar donde Aida, pero, en últimas, lo hace porque es allá donde él tiene sus amigos”.

El calor es muy fuerte a esa hora del mediodía, pero al ex campeón parece importarle muy poco: está sudando gruesas gotas, la camisa carmesí está empapada y la calvicie le brilla. Así atiende la entrevista y ni siquiera saca un pañuelo para secarse, y es hasta una tontería pensar que lo sacará porque estar sudado fue, de alguna forma, su estado natural durante su exitosa vida boxística, y a lo mejor se siente muy bien así.

-Vea, yo siempre he venido por aquí, nunca he dejado de hacerlo ni siquiera cuando era campeón mundial. Vengo todos los días y no me pinto yendo a otro lugar a esta hora.
-¿Y cuál es el motivo exacto?
-Es que esta es mi gente. Son pescadores, como yo. Es que yo nunca he dejado de ser pescador.

Un robot se desploma frente a ‘Rocky’

Cualquier biografía de Rodrigo Valdez, así sea la más superficial, comienza por la época en que él era pescador y las maniobras se hacían en la bahía de las Ánimas, frente a la cual estaba, todavía para ese entonces, el mercado local.

Rodrigo había nacido en el barrio Getsemaní, el 22 de diciembre de 1946, y era uno de los ocho hijos de Raymundo Valdez y Perfecta Hernández. La mamá de Valdez enviudó cuando Rodrigo era muy niño, y como ella debía atender una venta de víveres y pescado, poco pudo hacer para controlar a ese muchacho que faltaba a clases para dedicarse a la pesca con dinamita, método habitual en ese pedazo de historia.

Le gustaba tanto a Rodrigo el asunto que abandonó, en definitiva, sus estudios cuando apenas iba por cuarto de primaria. Era una actividad lucrativa que le permitía ayudar a su madre y darse sus propios gustos. Pero también le agradaba otra cosa: la pelea callejera.

A punta de trompada limpia cultivó agresividad y estilo, y el salto a los cuadriláteros boxísticos fue casi inmediato, pues en el Parque Centenario, frente al mercado, se organizaban peleas aficionadas. Un día faltó un boxeador e invitaron a Rodrigo a reemplazarlo. Era el año 1961, y Valdez apenas llegaba a los 15.

No duró mucho en la rama aficionada. El 25 de octubre de 1963, en el desaparecido Circo Teatro dentro del sector amurallado de la ciudad, derrotó por decisión a Orlando Pineda, el mismo contrincante que lo había vencido un par de años cuando llevaba más de 20 peleas invicto. En esa primera pelea profesional, que fue en la categoría gallo (118 libras) Rodrigo se ganó 150 pesos, el equivalente, hoy, de casi la misma cantidad en dólares.

Empezó, entonces, una carrera fulgurante. Su estilo aguerrido, que no abandonaba la “esgrima boxística” lo llevó a ser llamado ‘La Fiera’ en el mundo boxístico local. Apodo que cambió a ‘Rocky’ a principios de los 70, cuando de la mano de su amigo y coterráneo el periodista Melanio Porto Ariza, ya fallecido, viajó a Estados Unidos.

Aparecería en escena el promotor boxístico Gil Clancy, y las manos sabias del entrenador cubano Antolín Sánchez Govín, apodado ‘El Chino’ -también fallecido- que se encargaban de mantener al joven boxeador colombiano en forma y de pulirle el estilo, lo cual no era difícil porque Valdez era muy disciplinado. Terminó estacionado en la categoría de peso mediano, 160 libras de peso, luego de ir subiendo siete categorías. De hecho, en Cartagena había comenzado en peso gallo, es decir, la categoría de las 118 libras.

La pelea por el título mundial llegaría el 25 de mayo de 1974. El argentino Carlos Monzón, campeón indiscutido de las dos entidades de entonces, Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y Consejo Mundial de Boxeo (CMB), le daba largas a la posibilidad de exponer la corona ante Valdez, que llevaba un año como retador obligado.

El problema era estrictamente económico. Desde las huestes del monarca la oferta para Valdez era muy baja. Luego vino la propia actitud de Monzón, que se negó a someterse a un examen antidoping en su última pelea con el cubano José ‘Mantequilla’ Nápoles, campeón, por entonces, de la categoría welter (147 libras), pero quien había subido a la categoría mediano para retarlo.

Detalles como esos llevaron a la CMB a desconocer a Monzón como su campeón, y se dispuso una pelea entre los dos primeros del ranking: Rodrigo Valdez y el rudo Bennie Briscoe, un calvo de expresión pétrea a quien apodaban ‘El robot de Filadelfia’, y a quien ya había derrotado tres años antes por decisión.

Valdez confiesa que aquella primera pelea con Briscoe había sido la más brava de su carrera. Salió muy golpeado, con ambos ojos cerrados y directo para un hospital; pero ese combate representó una gran bolsa de 50 mil dólares que le permitió al cartagenero comprar un apartamento y cinco buses de transporte urbano. Frente a una cantidad como esa, se entiende por qué, cuando los manejadores de Monzón ofrecieron 18 mil dólares para exponer el título, la respuesta fue “no sean ridículos”.

La segunda pelea con Briscoe, ya por el título, fue aún más dura que la primera. Pero en esta ocasión, Valdez, con una de las cejas abiertas como si fuera su propia boca y con los pómulos hinchados, se inventó un nocaut fulminante en el séptimo asalto. ‘El Robot, como desesperado, se le había venido encima al colombiano, quien lo esperó con un cruzado de derecha a la mandíbula. Briscoe se frenó con el impacto, Valdez dio un paso atrás cortito y lo remató con la izquierda a la barbilla, entonces el calvo se desplomó de espaldas. Nunca antes nadie había tumbado a Briscoe, y, por supuesto, él jamás había escuchado el conteo de 10 en los más de 60 combates que llevaba.

En esta ocasión, Valdez volvió a salir del cuadrilátero para un hospital. El dolor tardó varios días en abandonar el ojo derecho, toda la cara y los brazos; pero él tenía el título mundial y una bolsa de 60 mil dólares en su poder. Con lo que le tocó, Valdez compró varios apartamentos en el sector exclusivo de Bocagrande, sector donde viven los ricos de Cartagena.

Del alquiler de esos apartamentos y la rentabilidad de los buses viviría Valdez después de que abandonó el boxeo en 1978. Ya habían pasado las seis peleas como campeón, sus dos peleas memorables con Monzón (En ambas, realizadas en Mónaco, perdió. La primera fue para unificar título en 1976, y la otra, como revancha en 1977). Ya había pasado una tercera pelea con Briscoe (para recuperar el título vacante en ese mismo 1977 luego del retiro de Monzón), y las dos últimas con Hugo Corro, el argentino que le arrebató el título en abril de 1978, y que volvió a ganarle en la revancha siete meses después.

“Le digo la verdá. Yo cuando pelié con Corro ya venía estropeao de las peleas con Monzón y Briscoe, pero con todo eso, él me gana es con las correndillas, porque él hacía sino correr en el ring. Yo no sé por qué aquí le dan una pelea a una persona que dura 15 rounds corriendo. Yo a eso no le veo la gracia”, dice Valdez.

Por supuesto que no le ve la gracia alguien que, como él, no tenía ningún reparo en recibir golpes en el rostro si eso implicaba superar una guardia recia y caerle con toda la artillería al rival. Y el repertorio de Valdez sí que era abundante en cruzados y ganchos dirigidos a cualquier parte del cuerpo, la mayoría, letales.

Esa es la imagen que tiene intacta en su cabeza Juan Carlos González, árbitro y juez de boxeo y uno de los amigos de ‘Rocky’. Acaba de llegar a Bazurto buscando un consejo del ex campeón para promover a unos muchachos que quieren boxear en los Estados Unidos. “Para nosotros, fue un ejemplo como boxeador –dice González- da muchos consejos, le gusta mucho corregir y es un tipo correcto Su boxeo es una muestra de una época en la que se peleaba por orgullo. Hoy se hace es por plata”, dice él.

Y es una opinión que compartimos todos los que lo vimos pelear. La época de ‘Rocky’, entonces, era la del pundonor y el orgullo. Imperaba el idioma de los puños y Cartagena era una cantera valiosa que también vio boxear a Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, el máximo exponente del boxeo colombiano y quien había ganado su corona en el peso welter junior (140 libras) dos años antes que Valdez. La de ‘Pambelé’ fue la primera para Colombia, y la de ‘Rocky’, la segunda; y aunque fueron llegando más campeones con el paso del tiempo en diferentes categorías, estas dos en particular quedarían para siempre en la memoria colectiva nacional.

Eran otros tiempos y Valdez lo dice a su manera. “Ya los boxeadores de ahora no quieren peleá. Ese pelao, por ejemplo –dice aproximándose a un local donde un joven de bigote habla con un hombre de barriga gigantesca y brillante-. Este bobo –insiste-, prefirió venirse de Estados Unidos, donde lo iban a poné a peleá, pa dedicase a vagá. Así no se puede”. El joven suelta una carcajada y me trata de decir, con ademanes y gestos, que no le crea. “¿Que no? ¡Ahhh, pueeé!”, corrige el ex campeón, y el joven desaparece sin dejar de reír.

‘Los políticos son unos bandidos’

Algo que sorprende a quienes conocen a Rodrigo Valdez, es el cambio de expresión, que si bien es dura la mayor parte del tiempo, cambia, en instantes fugaces, a una sonrisa amplia que amenaza con salirse de la cara, y es entonces cuando su interlocutor alcanza a ver, en los tres dientes delanteros, las iniciales de su nombre en oro: RVH. La última letra es de Hernández. “Esto se lo vi a un amigo en los Estados Unidos, y después se lo vi a otro tipo en San Andrés. Se lo comenté a un amigo mío doctor, y él me dijo que me lo hacía”. Es un detalle que podría parecer ostentoso, pero que con el tiempo se ha convertido en el sello particular de su sonrisa que sus amigos elogian como propia de su estilo.

Su llegada a Bazurto, donde comienza el ritual, es tan puntual como la de cualquier inglés, por eso a Aida no la toma tan desprevenida. Él permanece un par de horas en el local del proveedor de mariscos y es donde siempre almuerza. En caso de que no se aparezca, de todos modos su presencia se siente en el guante gigante que cuelga del techo y en los afiches de las paredes donde aparece él.

Fuera del local, varios hombres juegan dominó, echan chistes y comentan asuntos de la actualidad cartagenera. Esta normalidad se transforma cuando se aparece Rodrigo porque, más adelante, comienzan a aparecer personas que ya saben de su costumbre. A veces regala un billete de dos mil pesos, otras veces simplemente brinda un consejo, y en otras, promete hacer alguna diligencia, como por ejemplo a ese que acaba de aparecer y que le pide que lo ayude a sacar la cédula. “Es que necesito votar en las próximas elecciones”. “Fresco, mi hedmano, habrá que hablá con algún político. Vamos a ve qué pasa. De todos modos tú andas por aquí, ¿ciedto?”

El ritual continúa en Sanandresito, plaza comercial vecina donde venden artículos baratos de toda índole; después desemboca en el tradicional ‘Palito de Caucho’, en la avenida Venezuela, a pocos metros de la Torre del Reloj, la entrada principal al sector amurallado, el más antiguo de la ciudad. Allí se pone a charlar con los emboladores.

Y más tarde, unos metros más allá, en los bajos de la misma Torre, el turno es para un grupo de pensionados que se sientan a discutir todas las tardes. Pero antes, algunas veces, se da una pasada por la Plaza de la Aduana, frente a la Alcaldía, donde “atiende” –dice él- a sus amigos carretilleros. Ya a las siete de la noche, es hora de regresar a casa.

Es una agenda que cumple a diario sin que se modifique mucho de un día para otro. Y si ha llegado un poco tarde algunas veces a alguna de las citas, o si se ha volado otra, es porque en las últimas semanas ha preferido usar transporte público en vez de su camioneta porque unas obras relacionadas con un proyecto de transporte masivo de buses articulados, producen trancotes que a él lo desesperan.

Cuando llega al Palito de Caucho, por ejemplo, se sienta, camina de un lado para otro, recibe y agradece todos los saludos y regala, de vez en cuando, la sonrisa esplendida que suele acompañarlo en las fotos. Los vagabundos le piden monedas – “Champion, ¿tienes una monedita que me regales?”-, pero los lustrabotas le agradecen sus chistes, sus comentarios espontáneos, y el tiempo que les dedica, sin falta, los viernes, cuando comparte con ellos una botella de whisky. “A veces la trae él. A veces la compramos nosotros, pero aquí se sienta a hablar de lo que sea”, dice José Pájaro, quien lleva más de una década en ese oficio.

Precisamente Pájaro fue uno de los beneficiados por un paso fugaz que Valdez hizo por la política en el 2000, cuando el representante a la Cámara Alfonso López Cossio lo utilizó como puente de campaña para sumar simpatías con la población más humilde de Cartagena. Valdez, sonriente, aparecía con él en las fotos y ambos tenían los brazos en alto.

Pájaro asegura que López Cossio les consiguió unas sillas especiales para los clientes pudiera estar cómodamente sentados mientras los zapatos cambiaban de presencia. “Esas sillas costaron más de 200 mil pesos cada una. Pero después de eso, ni más”, recuerda Pájaro.

‘Rocky’ prefiere no hablar en profundidad de eso, pero no oculta su decepción frente al trato que ha recibido de los políticos: “Todos, cuando suben arriba, no conocen a uno. Cuando quieren que uno esté en la política, lo besan a uno por aquí y por allá, lo besan a uno por todas partes, pero cuando ya están elegidos, no conocen a nadie. Mi relación con los políticos ha sido mala, mala, mala. Los políticos son malos”.

Le advierto sobre una pequeña contradicción, por cuanto minutos antes se ha deshecho en agradecimientos con el Presidente actual, Álvaro Uribe Vélez, como con el anterior, Andrés Pastrana Arango. “Espere –me frena con su vozarrón-. Una cosa son los presidentes, y otra, los políticos cartageneros. A los presidentes les agradezco que me han cumplido con mi pensión; pero los políticos de Cartagena son unos bandidos”.

-Podemos decir, entonces, que usted no quiere saber nada de la política –le digo.
-Así es. No quiero ser ninguna de esas cosas porque eso tiene su gente, y ahí hay mucha gente que lo que son es descaraos.

Un hombre con silla propia

Los pensionados de la Torre del Reloj adoran a ‘Rocky’ Valdez. No ocultan su admiración por ese hombre que todas las tardes los acompaña y que ambienta las discusiones con comentarios mordaces y muy espontáneos acerca del deporte, de la política y de cualquier tema que se les aparezca.

Es ahí donde es más fácil, para muchos, abordarlo. Llegan turistas, vagabundos, periodistas, vendedores, abogados y toda suerte de personas para quienes Valdez siempre tiene una amplia sonrisa. “Yo no sé quién me saluda, yo no sé ni quien es ratero ni quien es el bueno. Yo los saludo a todos. Vamos p alante. Pero tampoco acepto que me vengan a salir con vainas” señala.

Se refiere a que no aceptaría ninguna falta de respeto, aunque responde con la sonrisa de siempre cuando sus amigos opinan que en la etapa más reciente de su vida se ha dedicado es al chisme. “Aquí es donde vienen a entrevistarlo y aquí es donde tiene su propia silla. Es esa azul”, señala Jaime Olivares, uno de los pensionados.

Todos ellos, que pueden ser hasta una docena en un momento dado, han conformado la ya reconocida ‘Tertulia Vespertina’ que se extiende desde las cinco de la tarde hasta las ocho de la noche. “Y Rocky es un hombre que participa mucho, y que tiene pensamientos muy claros pese a sus obvias limitaciones por no haber recibido casi estudio”, agrega Olivares.
-¿Está feliz con la forma en que ha transcurrido su vida, Rocky? –le pregunto.
-Yo vivo sabroso con lo que tengo hoy en día, con lo que tiene mi familia, y tengo todas mis amistades y todos me quieren.
-¿Cómo le va con la bebida?
-Nada más bebo con mis amigos, y nada más Whisky porque la diabetes no me deja tomar ron.
-¿Cómo hace para quedar bien con la gente que se le acerca?
-Al que lo puedo ayudar, lo ayudo, pero debo repetirle para que quede claro: yo no soy prestamista. Yo nunca he sido prestamista.
-Entonces, ¿por qué se asegura eso?
-Lo que pasa es que había muchos amigos que siempre andaban por ahí pidiendo prestado 100 para dar 20, o para dar 10; entonces yo les comencé a prestar, pero ellos no me pagaban. Todos me dieron palo. Así que me alejé de eso.
-Fuera de la diabetes, ¿usted se siente bien?
-Muy bien. Lo de la diabetes es cuestión de cuidarse la boca.

El mismo entorno

Rodrigo Valdez tiene 12 hijos con diferentes mujeres. Las dos últimas niñas, con Ana Tijerino, están estudiando secundaria en un colegio público. “Y vamos a ver cómo hacemos con la Universidad, porque Rodrigo no es rico, como mucha gente ha querido hacer creer” dice ella.

Parecería un tanto contradictorio que Valdez viva en un sector de clase alta, en esa construcción tan grande y cerrada donde no falta nada. Desde la sala puedo ver un computador en unos de los cuartos. No es una casa de millonario, pero está lo esencial en términos de electrodomésticos (hay un equipo de sonido en la sala) y la construcción es de líneas modernas y rígidas.

“Aquí había era una casa vieja. Hace 16 años, Rocky la compró después de vender sus apartamentos en Manga (un barrio estilo republicano, uno de los más bellos de la ciudad) y Bocagrande. Mandó a construir esto y alquiló los apartamentos de arriba. Eso es todo de lo que vivimos. ¿Ya ve?”, dice Ana.

Agrega que en todos estos años con Rocky, la vida les ha dado momentos muy buenos y momentos de crisis. “Llegamos a tener deudas con los bancos y no nos quería prestar más”, recuerda. Por eso, el ex campeón tuvo que ir saliendo de sus buses y sus apartamentos.

“Lo que pasó con los buses –me había dicho él en Bazurto- es que lo que yo ponía a administrar y me robaban la plata. De vaina no me quedé en la ruina porque tenía mi casa, y vivía en mi casa”.

Y a punta de momentos tan variados, la vida se le terminó volviendo sencilla, y no se queja. Al contrario, se siente muy bien, camina todas las mañanas tempranito a la orilla del mar, a dos cuadras de su casa, y duerme hasta el mediodía. Ya no va a cine -uno de sus pasatiempos favoritos- porque las salas del centro se fueron cerrando una a una. “Yo iba al Rialto, al Padilla y al Cartagena; pero ahora los pasaron para la Castellana (un centro comercial más al oriente de la ciudad, sobre la avenida Pedro de Heredia) entonces como a mí me queda muy lejos, yo no voy a cine, ahora me entretengo viendo televisión.

No habla casi de sus hijos, pero dicen que “están regados”. Ya los varones tienen vida marital, lo mismo que sus hijas mayores. “A todos mis hijos los he querido ayudar para que estudien, pero como ellos no quieren estudiar, sino que quieren tener mujer, pues que se vayan a trabajá”.

Jaime Olivares, su contertulio de la Torre del Reloj, dice que ya ‘Rocky’ Valdez llegó al estado ideal para alguien tan importante y tan bueno como él: “Es cierto que ha viajado mucho y fue un gran campeón, pero él decidió jamás salirse de su entorno, esa es la clave. Y así pasará el resto de su vida”.

Por eso lo ponen como ejemplo y sirve de parámetro para resaltar, aún más, el infierno que está viviendo Kid Pambelé (la droga y el alcohol acabaron con su fortuna, y ahora es un enfermo mental), y la dificultades que alguna vez aquejaron a Miguel ‘Happy’ Lora, un monteriano que fue campeón mundial de boxeo de la categoría gallo (118 libras) entre 1985 y 1988, que ganó mucho dinero y después se vino a menos. Por fortuna, se frenó a tiempo y pudo mantener algunas de sus propiedades.

“Para mí, ellos dos se fueron como muy a lo alto. Uno no puede dejar a sus amistades, su parte que uno vive. Ellos querían estar donde están los blancos, donde están los ricos, y eso no se puede porque eso es mentira: el rico es rico desde que nace”, dice Valdez.
-Y si algún rico quiere ser amigo suyo, Rocky ¿qué debe hacer?
-Todo el que quiere ser amigo mío primero tiene que entrar a mi casa. Así era antes y así es ahora.

Cartagena, mayo de 2008