Wednesday, October 31, 2012

De entornos y sarcasmos, a propósito del espacio público


Por: Javier Franco Altamar

Cuando se evaluar la gestión de un funcionario público, lo mediático, las simpatías, las antipatías,  mejor dicho, lo más visible  o impactante, suele determinar los rechazos y favores, pero detrás de eso suele haber mucho de pasional, poco objetivo.

Me ocurrió con una consulta hecha de rapidez por las redes sociales, y que asumí por curiosidad. En sus resultados queda muy mal parada a la secretaria de Control Urbano y Espacio Público, Diana Amaya, de quién elogian, por ejemplo, que ha sido capaz de ‘adornar’ nuestros entornos con vendedores estacionarios, quioscos, vehículos mal estacionados, avivatos de todas las calañas y varias otras perlas.

¡No hay que ser tan duros en el sarcasmo!: el tema de pronto no es de personas, sino de sistemas, de procesos que no son culpa de ella y que a lo mejor heredó. Diana es muy amable, se deja entrevistar y dio una muestra de su criterio, por decir lo menos, al reversar la orden de construir el coso distrital en plena zona urbana de Juan Mina.

Pero le dan duro, carajo, esos contactos míos. Dicen, por ejemplo, que se las monta a algunos, pero se las perdona a otros. Dicen que todos los días se aparecen nuevos vendedores en los andenes, pero se les deja enraizarse, esperando, de pronto, a que el problema se crezca y toque definir reubicaciones, y demás. Son ese tipo de cosas que ponen a correr los miles de millones a favor de algún contratista amigo, insinúan.

O también aseguran que, simplemente, Diana no se quiere dar mala vida: hay cosas más urgentes y rentables. Amenazar a un comerciante con cerrarle el negocio en la zona norte puede ser más provechoso que tirar abajo un quiosco o quitar una mesa en la calle 30. La naturaleza de quienes denuncian y presionan es distinta, también.

Pero a veces ni eso, agregan los otros: hay zonas públicas, parqueaderos, sectores al norte que terminan siendo escandalosos bebederos de personas con gran poder adquisitivo, y contra los que no pasa absolutamente nada, vaya usted a saber  las razones.

Son asuntos que se cruzan con los de otras dependencias, diría yo en defensa de Diana. Al Damab, si mal no estoy, le corresponde la contaminación auditiva de los carros con parlantes; la Secretaría de Movilidad tendría que entenderse con el caso de los camiones mal parqueados de los restaurantes y los desórdenes de algunos cruces. Y en el frente de la Policía de Tránsito, su ausencia en algunos sitios, estimula el irrespeto a las normas.

Yo creo que a Diana se le notó su talante cuando montó una especie de cacería contra los vendedores de camisetas y elementos alusivos a la selección Colombia por los días del partido contra Paraguay. No era para evitar, como me lo insinuó sarcásticamente otro contacto, que desde las esferas gubernamentales se fuera a pensar que Barranquilla había dado un giro hacia el Polo Democrático. No señor: era porque esos vendedores estaban haciendo de las suyas en el espacio público.

El problema es que con tantos otros problemas mucho más duros y complejos, se fueran contra algo tan efímero y vistoso, y lo hicieran con la misma energía y decisión que se pide en esos otros espacios que los barranquilleros hemos ido perdiendo poco a poco.

Columna Pura Franqueza
Publicada en ADN Barranquilla
Octubre 31 de 2012

Contra nuestros cerros, capacidad destructiva ejemplar


Por: Javier Franco Altamar

Puede sonar atractivo emprenderla contra las multinacionales por los daños a los recursos naturales y hasta pruebas podrían mostrarse; pero basta un paseíto por nuestros paisajes para advertir la triste verdad: la destreza destructiva de muchos de nuestros empresarios es capaz de producirle retortijones de envidia al más inescrupuloso de los depredadores ambientales.

Un ejemplo: con sus respectivos permisos o lo que sea, hay mucha actividad contra los cerros en busca de piedras, arena o espacio. Eso está haciendo más rico a alguien, pero, además de otras cosas, les están quitando una muralla natural a los vientos, cuando menos.

Un ejemplo: con sus respectivos permisos o lo que sea, hay mucha actividad contra los cerros en busca de piedras, arena o espacio. Eso está haciendo más rico a alguien, pero, además de otras cosas, le están quitando una muralla natural a los vientos, cuando menos.

No voy a examinar en vano el caso de las especies animales desplazadas por las máquinas, porque para algo debe servir habernos convertido en la especie dominante del planeta, pero abrirles paso a los vendavales que la naturaleza, en trabajo de millones de año, contrarrestó con montañas, es un lucrativo suicidio.

Los cerros, lo saben los especialistas, tiene un valor ambiental como suelos de protección, y cumplen una función ecológica de equilibrio de interfase entre el  medio natural y el espacio urbano construido, pero destruirlos no aparece por ninguna parte como una opción capaz de ser compensada, como puede ocurrir con una reposición de árboles, por ejemplo.

Incluso, los cerros permiten encausar las aguas, ellos mismos suelen ser fuente de provisión de corrientes, mejor dicho: son tan útiles e importantes que una cabeza medianamente instruida apreciaría su valor.
Pero, bueno, comprendamos al empresario involucrado y aceptemos su discurso: no se puede detener el progreso por cuenta de nostalgias indígenas ni tonterías de esas, y la gente no come de paisaje, como le escuché decir alguna vez a un dirigente gremial.

Es la postura individual y egoísta que algunos entienden como evolución del género humano. Ese empresario o ese ejecutivo que representa a la institución depredadora, le importa es el dinero, y toca entenderlo: así se lo indican sus lógicas. Que sus hijos y sus nietos se entiendan con vendavales y tragedias, que para ese entonces, él será un recuerdo difuso, candidato firme al olvido.

Columna Pura franqueza
Publicada en ADN Barranquilla
24 de octubre de 2012

Cucamba, paraíso de la población mokaná



Por: Javier Franco Altamar

Es un pequeño paraíso de leyendas, adornado con pozos de aguas cristalinas y árboles gigantescos desconocidos para muchos, pero que conviven al natural con las familias de la población mokaná.

No tiene nada que envidiarle al parque Tayrona y está cerca de aquí, al final de un sendero que se desvía a tres kilómetros del peaje de Puerto Colombia, en el kilómetro 91 de la Vía al Mar en el sentido Cartagena-Barranquilla.

La desviación avanza en sentido contrario al mar, por la vereda Bajo Ostión, donde se ve un sendero salpicado por las primeras casas mokaná. Es poco lo que un carro logra internarse, quizás kilómetro y medio, de allí en adelante el terreno transitable se angosta y se vuelve el más apropiado para una caminata ecológica.

Al final, luego de un ascenso moderado, se llega a Cucamba, un pequeño poblado sobre una meseta que fue cementerio de este grupo indígena, cuyas primeras referencias las dio el conquistador Pedro de Heredia a principios del siglo XVI.

“Por aquí viene gente de vez en cuando, pero nos gustaría montar algo más organizado con caminatas turísticas por nuestro territorio. Ojalá eso se diera porque sería fuente de ingresos para nuestras familias”, dice el presidente del Cabildo Indígena de Bajo Ostión, Efraín Vásquez Hernández.

El Consorcio Vía al Mar, que administra la carretera a Cartagena, ha expresado su intención de ayudarlos en eso, pero primero deben ellos organizarse. Luego se podría evaluar formalmente la idea.

Un recorrido ecoturístico por la zona incluiría el disfrute del pozo de aguas cristalinas al que se desciende luego del reposo en Cucamba. Es el mismo pozo donde hasta hace 15 años funcionaba un cantil de lavanderas y donde en cualquier momento se escucha el estrépito de una zambullida en clavado.

Se dice que es el Mohán, un personaje ambiguo que hace años se aparecía en la orilla e invitaba a un chapuzón al caminante.

Benito Hernández, uno de los más viejos, recuerda haberlo visto hace 40 años. Se le apareció en forma de mujer, y luego de convidarlo se lanzó al agua para desaparecer bajo la onda circular.



Publicado en ADN Barranquilla
24 de octubre de 2012

Tuesday, October 09, 2012

Detrás de las cifras, una realidad palpita


Por.  Javier Franco Altamar 


Alguna vez, a través de esta misma columna, insistí en la necesidad de examinar bien las estadísticas para evitar entenderlas al revés o, lo que sería peor, llegar a conclusiones absurdas, por eso toca mirar con lupa el último informe del Dane sobre el desempleo en Barranquilla y su área metropolitana, e ir un poco más allá.

Ya se ha dicho que como en la encuesta se tiene como desocupados a quienes “están buscando empleo”, los vendedores ambulantes, limpiavidrios y maromeros de esquina, son tenidos como empleados, y resulta que esa informalidad no es un empleo en el sentido estricto de la palabra.

La última encuesta del Dane revela que la tasa nacional de desempleo fue del 10,5 por ciento en promedio, y Barranquilla aparece por debajo de ese promedio con su 8,7. La fiesta se viene abajo, sin embargo, cuando se observa que la informalidad es del 51,8 por ciento en todo el país, y que Barranquilla, con su 59,7 por ciento,  está muy por encima de ese promedio nacional.

Es un aspecto terrible, es cierto, pero hay otros que deberían ser tenidos en cuenta. Por ejemplo, de los últimos informes del Banco de la República se desprende que la industria local no está reaccionando con el TLC como se esperaba.

Por mencionar algo, las ventas externas de productos agropecuarios, alimentos y bebidas aumentaron el 24, 8 por ciento en julio pasado, pero es un comportamiento empujado por el aumento del 57,8 por ciento en flores; y el del 46,15 en ganado vivo. ¿Y la producción local para dónde cogió?

Lo peor es que esta producción local está siendo desplazada en los mercados internos por artículos de importación que entran ayudados por un dólar barato que, por esa misma razón, desestimula la exportación: tremendo lío.

De hecho, según el más reciente informe del Dane, durante los siete primeros meses de 2012 las compras externas del país crecieron 11,6  con relación al mismo período de 2011, estimuladas por el crecimiento de 7,9 por ciento en las importaciones de manufacturas, es decir, de producción industrial.

“Es un dólar que no reacciona ni va a reaccionar”, le escuché decir al analista Joseph Daccarett, que no sólo por estudioso, sino por productor, está en contacto permanente con el fenómeno, y sabe que una cosa son los empleos transitorios de la construcción, y otra, los puestos estables y duraderos que ofrece la industria.

El dólar quizás reaccionará en ocho años han dicho los grandes vaticinadores del país, porque las razones que lo abaratan se conservarán, como la inversión extranjera, que aumenta la cantidad de dólares el mercado y tiene al Banco de la República comprando por millones para frenarlo un poco. Y en Barranquilla se está dando gran parte de esa inversión.

Mejor dicho, para no complicar más las cosas, toca formalizar al informal para que se vuelva un agente dinámico en la economía local, y, por otro lado, estimular la innovación en el sector industrial para competir mejor contra lo importado, quizás con un apoyo estatal muy fuerte a la inversión en tecnología y conocimiento.
La tareíta no es fácil, en todo caso. O lo es si le ponen empeño desde los diferentes niveles del Estado.

Publicado en ADN Barranquilla
Octubre 3 de 2012

Publicado en ADN Barranquilla
Octubre 3 de 2012