Por: Javier Franco Altamar
Cuando se evaluar la gestión de un funcionario público, lo
mediático, las simpatías, las antipatías,
mejor dicho, lo más visible o
impactante, suele determinar los rechazos y favores, pero detrás de eso suele
haber mucho de pasional, poco objetivo.
Me ocurrió con una consulta hecha de rapidez por las redes
sociales, y que asumí por curiosidad. En sus resultados queda muy mal parada a
la secretaria de Control Urbano y Espacio Público, Diana Amaya, de quién
elogian, por ejemplo, que ha sido capaz de ‘adornar’ nuestros entornos con
vendedores estacionarios, quioscos, vehículos mal estacionados, avivatos de
todas las calañas y varias otras perlas.
¡No hay que ser tan duros en el sarcasmo!: el tema de pronto
no es de personas, sino de sistemas, de procesos que no son culpa de ella y que
a lo mejor heredó. Diana es muy amable, se deja entrevistar y dio una muestra
de su criterio, por decir lo menos, al reversar la orden de construir el coso
distrital en plena zona urbana de Juan Mina.
Pero le dan duro, carajo, esos contactos míos. Dicen, por
ejemplo, que se las monta a algunos, pero se las perdona a otros. Dicen que
todos los días se aparecen nuevos vendedores en los andenes, pero se les deja
enraizarse, esperando, de pronto, a que el problema se crezca y toque definir
reubicaciones, y demás. Son ese tipo de cosas que ponen a correr los miles de
millones a favor de algún contratista amigo, insinúan.
O también aseguran que, simplemente, Diana no se quiere dar
mala vida: hay cosas más urgentes y rentables. Amenazar a un comerciante con
cerrarle el negocio en la zona norte puede ser más provechoso que tirar abajo
un quiosco o quitar una mesa en la calle 30. La naturaleza de quienes denuncian
y presionan es distinta, también.
Pero a veces ni eso, agregan los otros: hay zonas públicas,
parqueaderos, sectores al norte que terminan siendo escandalosos bebederos de
personas con gran poder adquisitivo, y contra los que no pasa absolutamente
nada, vaya usted a saber las razones.
Son asuntos que se cruzan con los de otras dependencias,
diría yo en defensa de Diana. Al Damab, si mal no estoy, le corresponde la
contaminación auditiva de los carros con parlantes; la Secretaría de Movilidad
tendría que entenderse con el caso de los camiones mal parqueados de los
restaurantes y los desórdenes de algunos cruces. Y en el frente de la Policía
de Tránsito, su ausencia en algunos sitios, estimula el irrespeto a las normas.
Yo creo que a Diana se le notó su talante cuando montó una
especie de cacería contra los vendedores de camisetas y elementos alusivos a la
selección Colombia por los días del partido contra Paraguay. No era para
evitar, como me lo insinuó sarcásticamente otro contacto, que desde las esferas
gubernamentales se fuera a pensar que Barranquilla
había dado un giro hacia el Polo Democrático. No señor: era porque esos
vendedores estaban haciendo de las suyas en el espacio público.
El problema es que con tantos otros problemas mucho más
duros y complejos, se fueran contra algo tan efímero y vistoso, y lo hicieran
con la misma energía y decisión que se pide en esos otros espacios que los
barranquilleros hemos ido perdiendo poco a poco.
Columna Pura Franqueza
Publicada en ADN Barranquilla
Octubre 31 de 2012