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Thursday, January 14, 2016

Unas por otras en la sequía del río Magdalena

 Por: Javier Franco Altamar
Enviado especial

Quizás una de las pocas personas beneficiadas con la sequía es Luis Lafaurie Ramos, vendedor de chance en el Cerro de San Antonio (Magdalena): las personas que vienen desde Suan (Atlántico), en la orilla opuesta del río, y que van hacia los pueblos apostados en la ciénaga, deben hacer un transbordo obligatorio para cubrir el resto del viaje por tierra. Entonces, él aprovecha para venderles la ilusión de un premio millonario.
Antes, ese transbordo era innecesario, porque había una conexión entre el río Magdalena y la ciénaga a través de un caño. En las orillas de esa ciénaga, cuerpo agua  que lleva el mismo nombre de ese  municipio, están apostadas poblaciones como Malabrigo, Concordia y Rosario de Chengue.
Esa conexión, sin embargo, se perdió desde hace tres meses: Son tan bajos los niveles del río que el agua comenzó a circular a la inversa y se fue secando el caño. Hubo necesidad de sellar la entrada para evitar una mayor catástrofe. “Antes vendía 60 cartillitas de chance, ahora vendo 120”, dice Lafaurie. Es el contraste de situaciones. Ahora consume un refresco en una tienda durante una pausa de venta: el calor el feroz.
Al otro lado, en Suan, hay otros beneficiados: el playón que dejó el río al adelgazar, ya fue aprovechado por algunos para sembrar yuca. Y por los senderos entre la barcaza que sirve de muelle y la primera calle de Suan, avanzan carretas con equipajes: son oficios nuevos para cubrir unos 200 metros en subida, es decir, la diferencia entre la orilla de siempre y la nueva, que es hija de la sequía.
“El río lleva siete meses bajando el nivel. Antes, subía y bajaba, pero ahora sigue bajando”, asegura José Carmona, despachador de los botes a motor, que no paran de cruzar entre una y otra orilla. Son 68, que cruzan el río, entre Suan y el Cerro de San Antonio, en no más de cuatro minutos: es la única ruta por ahora y lo será por un buen rato si el río no se opone.
“La verdad es que estas cosas se han venido empeorando no de ahora, sino desde hace más de diez años” -reflexiona ahora el chancero Lafaurie- “ya de la ciénaga no se saca del bocachico, ni California viene a comprar los mangos acá”.
Porque la subienda de pescado es historia. Lo sabrá el pescador Anairo Contreras, quien mira el caño del Cerro de San Antonio desde lo alto. Se ve algo de vida en el agua verde. “De aquí antes sacábamos pescados grandes. Hoy, lo que hay es puro chipi chipi. Yo tengo como siete años que no pesco nada”.
Varios kilómetros más al norte, en el punto entre Puerto Giraldo (Atlántico) y Salamina (Magdalena), se cruza el río en un planchón. Allí  la situación no parece tan grave. Carlos Ávila dice que le ha tocado trabajar a diario para mantener la orilla en la dureza adecuada, pero que la dinámica del cruce no se ha visto afectada.
La mañana del martes, el planchón empujado por la remolcadora ‘El Radar’, atravesaba una vez más con una docena de camiones, lo que tomaría ocho minutos.  “Del otro lado, esperan un a media hora y se regresan. Hasta ahora, todo sigue igual”, asegura Ávila: de 5 am. a 6 p.m.
En esa parte del río  es un poco más ancha y menos alta que la de Suan, por lo que da la impresión de que no es mucho el cambio. “Aquí, de verdad. se ha sentido menos la sequía”, dice Ávila.
Publicado en ADN Barranquilla, enero 14 de 2016

Wednesday, October 31, 2012

Cucamba, paraíso de la población mokaná



Por: Javier Franco Altamar

Es un pequeño paraíso de leyendas, adornado con pozos de aguas cristalinas y árboles gigantescos desconocidos para muchos, pero que conviven al natural con las familias de la población mokaná.

No tiene nada que envidiarle al parque Tayrona y está cerca de aquí, al final de un sendero que se desvía a tres kilómetros del peaje de Puerto Colombia, en el kilómetro 91 de la Vía al Mar en el sentido Cartagena-Barranquilla.

La desviación avanza en sentido contrario al mar, por la vereda Bajo Ostión, donde se ve un sendero salpicado por las primeras casas mokaná. Es poco lo que un carro logra internarse, quizás kilómetro y medio, de allí en adelante el terreno transitable se angosta y se vuelve el más apropiado para una caminata ecológica.

Al final, luego de un ascenso moderado, se llega a Cucamba, un pequeño poblado sobre una meseta que fue cementerio de este grupo indígena, cuyas primeras referencias las dio el conquistador Pedro de Heredia a principios del siglo XVI.

“Por aquí viene gente de vez en cuando, pero nos gustaría montar algo más organizado con caminatas turísticas por nuestro territorio. Ojalá eso se diera porque sería fuente de ingresos para nuestras familias”, dice el presidente del Cabildo Indígena de Bajo Ostión, Efraín Vásquez Hernández.

El Consorcio Vía al Mar, que administra la carretera a Cartagena, ha expresado su intención de ayudarlos en eso, pero primero deben ellos organizarse. Luego se podría evaluar formalmente la idea.

Un recorrido ecoturístico por la zona incluiría el disfrute del pozo de aguas cristalinas al que se desciende luego del reposo en Cucamba. Es el mismo pozo donde hasta hace 15 años funcionaba un cantil de lavanderas y donde en cualquier momento se escucha el estrépito de una zambullida en clavado.

Se dice que es el Mohán, un personaje ambiguo que hace años se aparecía en la orilla e invitaba a un chapuzón al caminante.

Benito Hernández, uno de los más viejos, recuerda haberlo visto hace 40 años. Se le apareció en forma de mujer, y luego de convidarlo se lanzó al agua para desaparecer bajo la onda circular.



Publicado en ADN Barranquilla
24 de octubre de 2012

Wednesday, July 11, 2012

El arboreto, un sueño que se está perdiendo


Por: Javier Franco Altamar



El empresario David Ghisays Farah, responsable de que ese bosque de árboles frutales fuera posible, estaba más golpeado que de costumbre.

Ayer, luego de varios años de no haberlo recorrido, lo encontró más descuidado de lo que esperaba, con algunos árboles muertos y con ejemplares del frágil neen donde antes hubo mangos, ciruelos y nísperos.

Ese 'arboreto', concebido en 2001 como destino de excursiones escolares para entrar en contacto con especies nativas frutales, algunas de ellas en peligro de extinción, hoy se ha convertido en refugio de gamines y atracadores por las noches.

Cuando lo promovió, Ghisays era de miembro de la Junta Directiva de la CRA en representación del sector privado, y desde allí se lo puso al hombro. requirió de un
trabajo en viveros y la preparación de una monografía hecha por él mismo.

Está sobre la vía Oriental, acceso al aeropuerto Ernesto Cortissoz, ocupando 30 hectáreas. Su población la componen unos 700 árboles de 48 especies y, en su momento, le costó a la Corporación Regional Autónoma (CRA) 45 millones de pesos.

Para su mantenimiento, se contó con el concurso inicial de la Sociedad de Aeropuertos del Caribe (Acsa), que operó hasta comienzos de año el Cortissoz. Fueron unos cinco años iniciales durante los cuales todo funcionó bien, y aunque no se construyó un muro límite, como lo concebía el proyecto, por lo menos se instaló un enmallado.

"Pero Acsa lo fue dejando un lado, se descuidó, quedó sin dolientes y los gamines y delincuentes comenzaron a hacer de las suyas para apoderarse de los frutos. Ahora es doloroso verlo", dice Ghisays.

Publicado en ADN Barranquilla
Julio 10 de 2012