Thursday, March 12, 2009

Cinco horas de testosterona

Por SUE DE LA HOZ
Comunicación social
Universidad del Norte


Si hay hombres que se visten de mujeres, no existe ninguna regla que me prohíba a mí vestirme de hombre.
Antes de dar a conocer mi experiencia “con los pantalones y las bolas bien puestas”, quiero que sepan que si ser mujer no es fácil, ser hombre de verdad representa complicaciones serias. A veces las mujeres solemos quejarnos de muchas cosas: “estoy gorda”, “estoy muy flaca”, “esta blusa no combina con estos aretes”, “todos los hombres están cortados con la misma tijera”, “son unos perros”, etc; pero son esos “perros” los que están ahí para decirnos: “estás hermosa”, “cualquier cosa que te pongas se te ve bien”, “no necesitas hacer dieta” y en vez de agradecer su gesto noble por tratar de hacernos sentir las reinas del mundo, los miramos con desdén y exclamamos: “es que tú no me entiendes!”
Cuando eres hombre, padre, hijo, novio, esposo te toca ser multifacético. Asumes primero que nada tu masculinidad, te enorgulleces de las cosas más trascendentales de la vida: el tamaño del pene, el equipo de fútbol, el billar, la familia, el trabajo, pero estás obligado a asumir profesiones que no tienen nada que ver con lo anterior: diseñador de modas, decorador de interiores y hasta masajista, porque siempre tienes una dama a la redonda que necesita que asumas esas funciones. ¿Complicado? Claro que sí. Si no me creen, pregúntenle a cualquier hombre que tengan cerca si las líneas horizontales nos hacen ver gordas o flacas. Mujeres: entendamos que eso no les compete, no es su responsabilidad, no nos confiemos en sus respuestas, que sea algo que dependa de nosotras.
Si eres el hombre de la casa, será más complicado aún. Sobre ti caerá toda la responsabilidad del hogar. Si eres o vas a ser padre, prepárate para los antojos, los caprichos y preocúpate por la plata, porque generalmente tu sueldo es para las cosas de la casa, para el colegio de los niños y, por supuesto, para ella; pero el de ella, casi siempre es para ella. Las mujeres, no estoy generalizando, podemos ser los seres más egoístas cuando de vanidad y placeres se trata. Pero somos los seres más sensibles y nobles, gran ironía ¿no?
Ponerme bóxer en vez de tanga, camisilla en vez de brasier, la camiseta del junior en vez de la camisita guess, el jean ancho y roto en vez del descaderado, fue toda una experiencia de vida. Por primera (y espero que por última vez) quise esconder mis pechos, que afortunadamente no son talla siliconada. Me miré al espejo y en vez de arreglar mi cabello y untarlo de crema para peinar, lo peiné hacia atrás sin mayor preocupación que la de reducirlo a su mínima expresión; lo cubrí con una pañoleta roja ocultándolo lo más posible. Luego, bastó con ponerme un pasamontañas que terminó por complacer más mi nueva personalidad.
Pero de nada servirían mis esfuerzos si me quedaba en mi casa, la prueba de fuego era salir a la calle, la meta: pasar ‘desapercibido´’. Por mi mente volaron muchos pensamientos mientras conducía: “aja ¿y qué hago ahora’, ¿a dónde voy?”, tenía que pensar en algo que tuviera sentido y que me hiciera actuar como todo un varón. Después de dar algunas vueltas resolví llegar donde Julio (mi novio). Si alguien iba a dar el veredicto sobre mi apariencia y personalidad pasajera, era él.
Pité. Me bajé y lo esperé en la reja, él se asomó por la ventana, me miró de pies a cabeza y luego dijo: “llegó mi novio” y soltó una carcajada. “Definitivamente estás loca” me dijo, “no sé cómo se te ocurren estas cosas”; sin embargo asumió igual que yo mi nuevo rol y hablamos un rato como amigos que somos. Jugamos fut un rato en la terraza (hice mi mejor esfuerzo, es difícil hacer una pinola con un pantalón 3 tallas más grande y con 4 camisas encima). Se sintió bien y diferente cambiar los besos y las charlas amorosas por empujones y madrazos.
Ensuciarse se siente bien, pensé. Sudar es refrescante, al menos para Julio, pues resolvió el problema del calor quitándose la camisa; en cambio yo, aunque hombre de apariencia, debajo de la camiseta sudada aún tenía mis bubbies. Imaginé entonces lo fresco que sería lucir el dorso desnudo en días calurosos como éste.
Casi rompemos el vidrio de la ventana, definitivamente el juego debía terminar. Terminó en empate, eso creo. Sudada, pero feliz, me senté en el bordillo de afuera. Julio se acercó con la cámara y no evitó la tentación de capturar el momento. “Esto tiene que quedar para la posteridad”, dijo. Me tomó varias fotos. “No son necesarias tantas” le dije, pero para variar no me hizo caso. “No poses, no eres una niña, recuérdalo, nada de glamour”. Lo olvidé por unos segundos, es que cuando las mujeres (me incluyo) vemos una cámara nos transformamos y dejamos brotar la Sofía Henao que llevamos dentro; pero recuperé el sentido masculino y traté de salir lo más natural y varonil posible. Fue difícil, sobre todo porque las mujeres (me vuelvo a incluir) tenemos la mala costumbre de voltear la cara hacia un lado cuando nos toman fotos, “es mi mejor ángulo” decimos aunque nos veamos perfectamente bien de ambos. Mera sicología femenina.
Cuando llegué a mi casa anhelé ser de nuevo yo. Me afané por quitarme cada una de las cosas que me habían caracterizado por unas horas. Me vestí ahora como casi siempre, me puse algo de maquillaje, me solté el cabello y me puse los aretes. Mientras terminaba de arreglarme y ser de nuevo Sue, me dije: “si hubiese tenido más tiempo para esto hasta me hubiera levantado a alguna vieja”. Reí. “Ponte seria” me dije, “ya se acabó”.

Barranquilla
Marzo de 2009