Monday, December 05, 2016

El silencioso presente de Adolfo Echeverría

La Casa del autor de ‘Las Cuatro Fiestas’ y  ‘La Inmaculada es hoy una escuela de artes para niños y niñas del barrio.

Por Javier Franco Altamar 
El mensaje de Anastasia Arrieta es claro: ya se ha marchado media farándula nacional, pero el maestro Adolfo Echeverría, su esposo, continúa allí, a sus 82 años, en la habitación principal de esa casa blanca del barrio Los Almendros de Soledad (Atlántico), donde opera la fundación y escuela gratuita de artes para niños y jóvenes del vecindario.
Ella, el maestro Echeverría y una hija de ambos, Ana Sofía, viven allí desde marzo del 2014, cuando recibieron la casa de manos del entonces gobernador del Atlántico, José Antonio Segebre, quien lideró el proceso de donación de la misma.
Se acababan así los tumbos de vivir de alquiler, porque los gastos por los quebrantos de salud del maestro, que comenzaron en 1990 cuando se declaró deprimido, la habían llevado a vender la casa inicial del barrio las Delicias.
Ya Echeverría no se levanta de su cama porque se lo impide un desgaste de cadera y de columna. La última vez fue hace tres meses. Gran parte del tiempo la pasa en tranquilo sueño, aunque de vez en cuando alarga la mano y le juega bromas a su enfermera exclusiva. Otras veces, rompe la tranquilidad de la mañana con algún canto a capela de sus legendarias canciones.
El próximo 7 de diciembre por la noche, quizás se anime a cantar la histórica maestranza Las cuatro fiestas, grabada en 1965 por el Cuarteto del Mónaco y Nury Borrás; y catapultada en el 2006 por Diomedes Díaz. Y aunque tiene casi 2.000 temas musicales registrados, una gran parte de ellos auténticos éxitos (Amaneciendo, La paloma, Julio Calderón, Gloria Peña, Me robaron el sombrero?), aquel es infaltable por estos días:
“Que linda la fiesta es/en un 8 de diciembre (bis)/Al sonar del triquitraqui/ qué sabroso amanecer/ con ese ambiente prendido/me dan ganas de beber”.
El año pasado, alcanzó a compartir con los niños las noches del 7 y 24 de diciembre. Desde su silla de ruedas cantó con ellos, comió carne y chorizos con ellos, río y probó dulces con ellos. Ocurrió durante una actividad organizada por Anastasia para sus vecinos y sus alumnos de canto, música, piano, pintura y manualidades.
Agradecimiento a Dios
Este año, él ya no está en condiciones de hacer lo mismo porque se encuentra a la espera de una intervención quirúrgica y no debe exponerse. Ella tiene prevista una ceremonia litúrgica frente a la casa, con la participación del vecindario católico que lo desee.
Será un agradecimiento a Dios por la vida su compañero fiel de los últimos 40 años, padre de sus dos hijos, Adolfo de Jesús y Ana Sofía, ambos músicos e instructores de la escuela. “Le doy gracias a Dios por todo eso, porque que pese a que el maestro Adolfo ha superado 17 infartos, ahí está. Yo creo que Dios lo está guardando para una misión”, dice Anastasia con una gran sonrisa.
La Inmaculada Concepción, homenajeada en esta fecha católica, mereció su propia canción (Inmaculada, virgen bendita/ aquí te traigo esta oración/dale el consuelo que solicita/este hijo bueno, de corazón), cuyo éxito le permitió recoger a Echeverría el dinero suficiente para devolverse de Estados Unidos en 1974 luego de un traspiés en un proyecto discográfico. Anastasia lamenta que las molestias le impidan al maestro encender una vela de farol colorido en la madrugada del 8 diciembre, como lo hizo hace cuatro años.
En aquella oportunidad, convencido por su esposa, atendió una iniciativa del periodista Juan Carlos Rueda, le hizo un quite a la depresión que nunca lo ha abandonado del todo, y volvió a su cuadra natal del barrio San Roque, calle 34 con carrera 32. Allí, frente a la casa de su niñez, fue recibido con aplausos, cantó y compartió. Y escuchó la canción emblemática en la voz de Verónica Vanegas y el clarinete de Juventino Ojito, que habían llegado de sorpresa.
Anastasia recuerda, con mucho detalle, el instante sublime en que Adolfo Echeverría se levantó de su mecedora y con mucho esfuerzo, se acercó a uno de los faroles para encender una vela. Ella lo ayudó a fijarla en el piso: “Nadie le dijo que hiciera eso”, señala, y luego llora un poco en silencio.
Fue la última vez que él salió de casa. Cuando eso, vivían de alquiler en el barrio Boston. De allí pasaron al barrio Los Andes donde luego de los anuncios de que el maestro andaba mal de salud y muy deprimido, empezaron a aparecer los ‘ángeles’, que ahora tienen a la familia Echeverría-Arrieta en Los Almendros.
Por fortuna, ahora las cosas están saliendo bien. Aquí estamos tranquilos, llegan a tiempo los reconocimientos económicos de Sayco, Acinpro y de las editoras musicales, la atención en salud del maestro está garantizada. Los ángeles terrenales no nos han dejado morir. Siempre hay alguien que nos mira y las cosas van llegando como por arte de magia, agrega Anastasia.
Allí, al fondo del barrio Los Almendros, en esa casa que es igual de blanca por dentro y por fuera, ella no solo ha alcanzado la paz, sino que se ha ganado casi un centenar de nuevos hijos, quienes le hacen el día más llevadero.
Son niños y jóvenes que en temporadas de vacaciones concurren a diario por las tardes; y que el resto del año, lo hacen en fines de semana. Echeverría permanece a pocos metros, aunque en su cuatro climatizado y con su enfermera al pie. “El maestro Adolfo tiene sus buenos momentos y a veces, no tan buenos, pero él continúa allí. Ahora, hay que pedirle adiós por su salud”, dice Anastasia.
Porque por medio de la escuela de artes que lleva su nombre, Adolfo Echeverría sigue vigente, brindando lo mejor de sí. “Esto, además, nos mantiene activos -agrega ahora la esposa- y nos llena de alegría, porque la principal miseria del ser humano es la soledad”.


Publicado en El Tiempo y ADN Barranquilla
Diciembre 3 de 2016

Thursday, April 07, 2016

Su repelencia, la marimonda

Presente y pasado de un disfraz nacido en las entrañas del Carnaval

Javier Franco Altamar

Cuando el Carnaval de 1958 estaba a la vuelta de la esquina, Francisco Franco Romero, de 17 años,  decidió que ya era hora de disfrazarse de marimonda y metió a sus cuatro mejores amigos en la iniciativa: César Mendoza, Juan José De la Hoz, Emiro Iglesias y Alberto Meza. Era hora de vacilarse la fiesta con todas las de la ley.
Franco hizo lo que la costumbre le indicaba: tomó un vestido entero del escaparate de su padre y se lo puso al revés, se colgó una corbata al cuello, se calzó las manos con unas medias y se enfundó la máscara como un capuchón.
Frente al espejo, se rio de sí mismo y celebró su obra de arte. “Hice la máscara con una bolsa de harina que compré en el mercado –recuerda ahora a sus 73 años, la mayor parte de ellos como taxista–. Usé una tijera para abrir los huecos de los ojos, la boca y la nariz, y le cosí los rellenos de los bordes, la nariz larga y las orejas de cartón. Parecía un elefante, jajá”.
Al salir a la calle, lo esperaban sus amigos con indumentaria similar. Era sábado de Carnaval por la mañana y el día prometía ser muy bueno para el rebusque. Uno de los amigos le extendió una varita de matarratón. “Esa varita era el arma de defensa. Es que con tanta repelencia, a muchos les picaba la curiosidad por saber quiénes éramos los disfrazados y querían quitarnos la máscara, entonces los espantábamos con la varita y salíamos corriendo. Pero eso no era siempre. Por lo general, la gente se reía y nos daba monedas por vernos en la recocha”, señala Franco.
El aporte de él para con sus compañeros fue el suministro de los ‘pea-pea’, los pitos repelentes de sonido flatulento que constituyen la voz de la marimonda. “Ahora fabrican el pito con una pieza de caucho y un tubito de plástico, pero a nosotros nos tocaba con pedazos de neumático. Cosíamos a mano un pedacito largo sobre otro, y dejábamos una pequeña separación por los extremos. No había de otra”, explica.  Y como en esa época, él era ayudante de mecánica en un taller del barrio que también era llantería, no tuvo dificultad en conseguir los neumáticos para fabricar los pitos.
Se miraron entre ellos antes de partir y comprobaron que todo estaba en orden. Emiro Iglesias simulaba unos senos debajo del saco,  y César Mendoza se puso una correa por encima del suyo a la altura de la cadera. La idea era distorsionar la apariencia personal lo mejor posible para vacilarla sin temores. “Es que como en esa época, había mujeres que se disfrazaban de marimonda, lo aconsejable era usar eso para engañar”, apunta Franco.
Lo de valerse de un vestido entero del escaparate no era nada difícil para esos años, asegura Franco, porque no era como hoy, que funcionan casas de alquiler de vestidos y resulta barato acudir a ellas cuando se tiene una boda o una graduación. Antes, en cada casa había tres o cuatro trajes elegantes, porque no se concebía una fiesta donde los caballeros no concurrieran de entero, y tener varios de esos trajes en casa era lo normal. “Yo me casé en diciembre de 1962, y ese vestido me duró hasta los 80”, dice ahora.
Por eso, disfrazarse de marimonda era lo más sencillo del momento, baratísimo, agrega el taxista, porque lo más costoso era la bolsa de harina y se conseguían por montones en el mercado. “Y el resto era el puro perrateo. Uno llegaba donde estaba la gente, se ponía a hacer gestos como de mimo y el ‘pea-pea’ sonaba como apoyo. El gesto característico era  mover el brazo extendido de adentro hacia afuera, con la mano en plancha, una y otra vez, y decirle a la persona con señas, que eso era lo que le habían hecho o le iban a hacer.. No había nada más, ni baile en el piso,  ni brincos ni nada: puro perrateo”. De alguna forma, agrega él,  lamarimonda le hacía entender a su víctima que sabía de su homosexualidad, y en eso enfocaba su saboteo. Para lograrlo, debía asumir alguna posición caricaturesca, como la de los brazos en jarra con las manos hacia afuera, por ejemplo. Y en ningún momento dejaba de sonar el pito repelente.
Ese sábado de Carnaval de 1958 y antes de salir al ruedo, los cinco amigos confirmaron que los zapatos de lona estaban pintados de colores vivos. Luego, le dieron un toque adicional a la indumentaria incrustando las botas de los pantalones dentro de las medias: la pinta estaba completa. Les esperaba ahora un largo trabajo de horas. Buena parte del tiempo lo pasarían en el Paseo de Bolívar, alma y nervio de la parranda popular, encuentro del pueblo con sus disfraces, cumbiambas,  comparsas, danzas y agrupaciones.
Cuando eso, las marimondas no conformaban ninguna comparsa ni eran coloridas, como lo son hoy. Se les veía por las calles, en solitario o en grupo. Incluso el martes de Carnaval, día del entierro de Joselito, los graciosos cortejos tenían cuatro o cinco marimondas. Pero a diferencia de otros disfraces, que eran llamativos y podían ser lucidos sin problemas en las fiestas, la marimonda era discriminada, excluida. “Nosotros éramos puro ‘pru-prú’ con el pito y la mímica grosera”, insiste Franco. Por eso, no era un disfraz aconsejable para entrar a los bailes. Tocaba alternarlo de pronto con el monocuco, que era más estilizado y elegante, y sí era aceptado en casetas y clubes. El anonimato que garantizaba la libertad de expresión de lamarimonda fue también operando en su contra porque generaba desconfianza en las intenciones de su portador. Esa fue una de las razones por las cuales abandonó las calles con el tiempo. No obstante, se incorporó a los principales desfiles del Carnaval con muy pocas variaciones. En uno de esos desfiles, a mediados de los años 70 del siglo pasado, el profesor Adolfo Cabrera Aragón, docente de biología y química de un colegio estatal, vio por primera vez la máscara de la marimonda en toda la magnitud de su doble sentido, y desde entonces quedó enamorado de su apariencia grosera, pero divertida…
***
El profesor Cabrera recuerda que  él tenía 11 años de edad cuando vio por primera vez una marimonda en su vida. Fue en la Batalla de Flores, cuando el desfile aún bajaba por la carrera 43 y él, acompañado de varios de sus parientes, observaba el desplazamiento de carrozas, comparsas, danzas y disfraces desde la estaca de un camión que un amigo de la familia había dispuesto en reversa en una de las bocacalles. “Era una cabeza grande de marimonda que varias personas vestidas también de marimonda jalaban sosteniéndola por la nariz: era una recocha bacana”, dice él.
Y desde ese momento, cada Carnaval procuró tener a la mano una máscara de marimonda, convencido de que lo más apropiado para gozarse la fiesta que enfundarse una. Por eso, 20 años después de aquel primer encuentro, cuando dictaba clases en el colegio estatal y lo motivaron a leer unas letanías en una fiesta estudiantil de precarnaval, no dudó en hacerlo con una máscara de marimonda. “Recuerdo que todos me quedaron viendo mientras yo esperaba mi turno, preguntándose, a lo mejor, quién era esa marimonda; y solo vinieron a reconocerme cuando empecé a declamar las letanías”, dice el profesor.
Cabrera no llegó al extremo atávico de ponerse un vestido entero al revés, pero sí improvisó una indumentaria ridícula con un traje que un primo suyo le había traído de Estados Unidos. “Leí letanías con mi máscara por varios años, pero me tocó dejarla porque me metía con todo mundo en las rimas, y nunca faltaba el compañero susceptible”, dice Cabrera; pero no por eso abandonar la máscara. No hay fiesta de Carnaval en la que no la luzca, y hace un par de año, armó una fiesta con sus vecinos en la urbanización Adelita de Char, y la condición consensuada fue que todos concurrieran con su máscara de marimonda.
Cuando le preguntan si él tiene alguna idea de los antecedentes históricos del disfraz de marimonda, Cabrera relata, a grandes rasgos, el cuento más reconocido: un barranquillero cualquiera, quizás un zapatero, no tenía dinero ni indumentaria para pasar la fiesta. Lo resolvió ridiculizando a los ricos, poniéndose al revés las prendas distintivas de la elegancia y la riqueza, tapándose hasta el último rincón de la piel para garantizar el anonimato. En ese propósito orientó también la máscara, con el saco de harina, las orejas de cartón, los rasgos exagerados, la nariz larga y el pito flatulento. La corbata que se puso al pecho fue una alusión metafórica a los funcionarios públicos que ni siquiera iban a trabajar, sino que se  aparecían nada más a cobrar el sueldo.
Pero sobre las implicaciones filosóficas, antropológicas o sociológicas de la máscara, el profesor Cabrera no se atreve a responder nada porque lo suyo son las ciencias naturales. Él no tiene por qué estar al tanto, por ejemplo, de que en la antigua Grecia,  la máscara confería una identificación forzosa con lo extraño y lo divino, obteniéndose el don de “ser otro” y de lograr poderes más allá de los limitados alcances humanos, como explica el profesor Carlos Pájaro, docente de Filosofía en la Universidad del Norte.
Cabrera no tiene por qué saber tampoco que esos griegos usaban máscaras no sólo en sus fiestas lupercales y saturnales,  sino en las representaciones escénicas. Que durante la Edad Media, hubo mucha afición por los disfraces y máscaras incluso en las fiestas religiosas, con la participación de gente disfrazada hasta de burro.  Que en algunas culturas, se usaban las máscaras en rituales sobre el supuesto de que el portador tomaba las cualidades del representado para convertirse en leopardo, tigre, o toro, así como lo evoca una de las danzas más antiguas del Carnaval de Barranquilla.  La costumbre tenía la misma orientación en las civilizaciones americanas precolombinas, y por supuesto en África, donde se habla, incluso, de cuatro categorías históricas de las máscaras: espíritus de antepasados, héroes mitológicos, la combinación de los dos anteriores, y los espíritus animales.
El profesor Cabrera tampoco tiene por qué saber -porque no es de su incumbencia y no pertenece a su ámbito de estudio-, que las máscaras zoomorfas de madera, como dice el antropólogo Aquiles Escalante,  proceden del occidente de África. En ese caso, se trata de elementos asociados con el totemismo del buey y con los antiguos rituales de caza y cosecha, tradiciones que fueron revividas en los Cabildos de Negros de Cartagena de Indias durante el período colonial esclavista.
Al profesor Cabrera todo eso le parece interesante y riquísimo como cultura general, pero es un discurso al que no le encuentra nada que permita explicar el atractivo de la máscara de marimonda, una seducción que va más allá de su significado como pretexto para armar el desorden y divertirse en Carnaval. “Mejor dicho: la máscara de marimonda es perfecta para la mamadera de gallo. Por sí solos,  sus rasgos son graciosos. Despiertan una mezcla entre risa y curiosidad. Además, la marimonda es siempre alegre. ¿Alguna vez ha visto alguna triste o llorando.  Al menos, yo nunca la he visto”, dice Cabrera, porque al barranquillero, agrega él, le gusta es mamar gallo, y su mejor representante será siempre la marimonda. Ese fue el espíritu que César Morales, conocido como ‘Paragüita’, quiso revivir en un ataque de nostalgia al ver que este curioso disfraz había desaparecido de las calles. No se trataba de rescatar su grosería o su repelencia, sino su capacidad para el desorden, su gracia para armar el bochinche, su flexibilidad, la expresión artística que le estaba haciendo falta para subir a los altares del Carnaval.

***

Cesar Morales Mejía, hijo único de antioqueña y valluno, más conocido como ‘Paragüita’ en razón de que cuando joven fue correteado por una loca y lo golpeó en la cabeza con un paraguas, recuerda que estaba en una parranda de amanecida en el Barrio Abajo a finales de 1983, cuando se le ocurrió la idea de revivir la marimonda. Tenía 34 años y trabajaba como contador en la desaparecida Telecom.  “Dijimos: Nojoda, ya nadie hace disfraces de marimonda. Vamos a sacar uno, pero, eso sí, vamos a aconductarla, a vestirla de seda, a ponerle lujo, y vamos a darle coreografía y orden. Algunos no querían caminarle porque la recordaban como un disfraz perrata, pero al fin nos pusimos de acuerdo, salimos 50 marimondas en los carnavales de 1984 y nos ganamos el Congo de Oro como mejor comparsa”, recuerda ahora ‘Paragüita’ en la sala de su casa, rodeado de bolsas llenas de disfraces de marimonda.
Fue un comienzo de caché, asegura. Se mantuvo el diseño de las facciones exageradas, la nariz fálica y las orejas de elefante con la incorporación de colores contrastantes. La tela esponjada reemplazó al cartón, y en vez de las prendas al revés, se diseñaron pantalones y camisas de seda, un chalequito o una chaqueta, una corbata colorida y zapatos suaves para la caminata, lo mismo que unos guantes blancos. Se adoptó una coreografía básica y suelta rica en brincos, así como lo haría el primate del que tomó el nombre. Una danza colectiva  a la que se le fueron imprimiendo unos pases que se volvieron típicos del disfraz, como el de saltar hacia adelante sentado en el suelo, impulsado por los glúteos, y con un movimiento de brazos que simula el uso de un remo.
 La iniciativa se fue creciendo y ahora ‘Paragüita’ dirige una comparsa que suma casi mil miembros,  que cuando se ponen de tres en fondo a lo largo de la Vía 40, por donde pasan los principales desfiles del Carnaval, ocupan casi kilómetro y medio de baile, música y de ordenado desorden. Fue un completo éxito la comparsa desde el principio, y a los ocho años de estar participando en el Carnaval, consiguió patrocinio con el industrial León Caridi, quien a través de su ‘Industrias  Cannon’, empezó a cubrir los gastos básicos. Lo único que pagan entre todos es el acompañamiento musical de las bandas que se despachan con fandangos y porros, el más adecuado marco sonoro para las maromas del baile.
La idea de Morales se replicaría dando nacimiento a otras comparsas, una de ellas bautizada como ‘Rebelión de las auténticas marimondas del Barrio Abajo’. La nombraron así porque a finales de la década pasada, ‘Paragüita’ trasladó su centro de operaciones al vecino barrio Montecristo, y algunos de los miembros originales de la agrupación lo entendieron como un golpe a la esencia del disfraz. Fue una reacción que bien supo canalizar uno de ellos: José Ignacio Cassiani, un músico, albañil y electricista que heredó de su padre el apodo de ‘El Pavo’, y quien le apostó a montar tolda aparte con una nueva representación. Asumió el desafío con una decidida mirada hacia la marimonda original, es decir le devolvió su vestido entero al revés, pero salpicado con aplicaciones de colores, como si fueran parches. La presentación de la comparsa fue en Carnavales del año 2000, y empezaron ganando dos trofeos de Congo de Oro, máxima distinción para los mejores del Carnaval. En reconocimiento a este retorno a las raíces de la marimonda, ‘El Pavo’ fue uno de los invitados a ratificar, en París, la declaratoria del Carnaval como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, distinción recibida por la Unesco en el 2003. Más adelante, en el 2008, fue nombrado Rey Momo de las festividades, y se convirtió, por esa vía, en el eje narrativo de un documental sobre las fiestas que se emitió en el canal The History Channel.
En este escenario de figuración de la marimonda, con nuevas derivaciones e imitaciones de la comparsa original, el disfraz creció no sólo como indumentaria, sino que se extendió a las aplicaciones, a los muñecos de trapo o de madera que se prestan para ser ubicados en cualquier posición y en cualquier sitio, muchas veces jugando domino y tomando trago. También se movió a  los estampados, a la decoración de carros, casas, estancias, porque lamarimonda es así de flexible, así de libre. Mientras tanto, como comparsa se expandió a todos los estratos, ratificando el carácter abierto del barranquillero y el derrumbe entre las fronteras de la clase social que significa la expresión carnavalera.
“La marimonda es rebelde, sí, pero lo primero es que en nuestra comparsa está prohibido hablar de política –apunta ahora ‘Paragüita’–. La exigencia a los integrantes es que deben ser, ante todo, mamagallistas y  alegres, pero con la decencia ante todo”.  La otra consigna de esta comparsa en particular es cambiar los diseños cada año, ponerla brillante, de varios colores, de uno solo, con aplicaciones en el chaleco o en el pantalón, con detalles nuevos en lo que se le ocurra a Morales. “Para mí el disfraz permite expresar lo que la persona no puede manifestar en su vida cotidiana. Esa es su otra cara. Son 365 días, un poco menos, o un poco más, que la marimonda dura esperando el día del desfile para explayarse. Y si tú eres una marimonda, cuando llega ese día tú no quisieras que se acabe”, agrega ahora.
Incluso él, que a sus 65 años anda en muletas por un desgaste en la cabeza del fémur de su pierna derecha, suele ponerse a bailar en pleno desfile, y se  olvida de discapacidades y sendetarismos porque la marimonda está a salvo de eso. Ya será el Miércoles de Ceniza cuando comiencen a aparecer los estragos, pero la experiencia habrá sido disfrutada al máximo. Algo difícil de entender en principio por un bogotano raizal como el comunicador y sociólogo Daniel Aguilar, que llegó hace cinco años a Barranquilla para vincularse a la Universidad del Norte. En ese entonces, recién desempacado de la fría capital, se enfrentó a un Carnaval caluroso que tenía de todo y en grandes cantidades, una amalgama infinita de expresiones entre las que se destacaba la marimonda, un disfraz misterioso que se le fue develando poco a poco a medida que levantaba sus antenas de investigador.

***

A Daniel Aguilar, sus compañeros de trabajo han comenzado a reconocerlo como ‘marimondólogo’. Se viste descomplicado, con pantalones vaqueros y la camisa abierta sobre la franela. La barba poblada a veces cambia para convertirse en un candado o en una chivera, de manera que resulta imposible conocer la apariencia definitiva de sus facciones. Toca preguntarle la edad para salir de dudas porque la vestimenta echa para atrás hacia la juventud,  mientras la expresión del rostro, las gafas ocasionales de montura gruesa y sus reflexiones, echan hacia la madurez. “Tengo 37 años, ala”, dice y comienzan sus explicaciones, sus respuestas meridianas matizadas con bromas que mezclan el sarcasmo del altiplano con el doble sentido del caribe. Es comunicador social, caricaturista, investigador social, magíster en sociología, doctor en sociología, “y hacedor de bulla. Si no me cree, pregúnteles a mis vecinos del conjunto residencial donde vivo”.
Entre sus dibujos, muchos de los cuales son un registro en caricatura de sí mismo, resalta uno en donde aparece disfrazado de marimonda. Lo tiene al alcance de la mano en su cubículo en el Departamento de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte, donde dicta clases. Es el disfraz que lo cautivó, el que motivó muchas de sus reflexiones acerca del modo de ser caribe, y las maneras específicas de sus nuevos coterráneos barranquilleros, porque medio en broma, o medio en serio, ya tiene escrito su discurso de coronación como primer Rey Momo cachaco en el año 2020. “Este hijo de La Candelaria, hincha del Santafé, de Sangre Chapineruna agradece a la ilustre población de Barranquilla por el alto honor que me confiere la noche de hoy… Ante tanto cariño y generosidad, no me resta más que decir a todos ustedes: ¡¡¡MUCHAS GRACIAS, ALA!!!”, dice al cierre de ese discurso cargado de expresiones bogotanas.
De manera que su mirada, pese a la alegría que dispara, nunca dejará de ser cachaca, lo que al menos garantiza una posición más distanciada frente al tema de los disfraces de Carnaval y, en especial, el de la marimonda. “La primera connotación de ese disfraz es que tiene un carácter popular, es creación propia. No tiene el elemento afro de otros disfraces, ni el elemento europeo del monocuco, que es un ‘clown’, un payaso muy veneciano con su máscara”, dice ahora en su escritorio, detrás del papel blanco enrollado donde aparece su caricatura.
 “La marimonda no es así –continúa–: la marimonda es del barrio popular: es excesivamente autóctona. Si a mí me preguntan qué es Barranquilla, yo respondo que es el chuzo desgranado, la bola de trapo, el letrero del ‘arroyo peligroso’ y la marimonda. Eso le da un carácter valioso a este personaje, porque no es una cosa histórica, ni la representación adaptada de un disfraz europeo, no: es algo de abajo”.
Como todo buen marimondólogo, Aguilar ha tenido acceso a la divulgada historia del disfraz, con sus implicaciones de rebeldía en una fecha imprecisa del pasado, su indumentaria al revés, la máscara, las medias como guantes y todo lo demás. “La forma en que se crea es medio azarosa. Eso le da más valor, para mí, en lo sentimental. Creo que por eso la gente lo quiere tanto,  –su baile, su vaina-. Con el tiempo, se ha ido transformando, se ha ido estilizando. Ahora, es estéticamente más agradable”.
Pero la reflexión de Aguilar va más allá. Lo impacta el papel de la marimonda en el marco de la transformación misma del Carnaval, cuya carga privatizada es enorme frente a lo que ofrecía en el pasado, ese Carnaval nostálgico de la calle que las reinas se esfuerzan por rescatar. “Es que el Carnaval se privatizó, se volvió un espectáculo excluyente en el momento en que aparecen los palcos. Es un fenómeno incluso mediático, porque la gente va el sábado a la Vía 40 a ver las carrozas donde están los famosos de la televisión, y llenan más los palcos que el domingo y lunes, cuando están los desfiles de fantasía, donde participan unas comparsas bellísimas”, dice.
Entonces, agrega Aguilar, el Carnaval ha adquirido otra dimensión, como si se fuera globalizando. Aparece el vocablo ‘cumbiódromo’ casi como una respuesta al ‘zambódromo’ de Río de Janeiro, “pero en medio de esto, reaparece la marimonda como elemento autóctono, y va cogiendo muchísima fuerza en la nueva realidad”, señala el profesor Aguilar.
Pero lo más lindo de la marimonda, resalta Aguilar, es el conjunto de rasgos de la máscara. Es evidente la connotación sexual frentera, y eso hace más autóctono el disfraz. “Es  un plus de ese ‘ethos’, es el sentido del humor que gira mucho en torno al doble sentido, a la connotación sexual, al juego.  Y eso se ve en la máscara: esa vaina uno no sabe si es un elefante, o un pene. ¿qué es eso? Es una cosa rara, pero tiene su imagen sexual, y eso representa ese sentido del humor caribe”, insiste Aguilar, estableciendo el contraste inmediato con el humor bogotano basado en la ironía. “Por eso, nosotros los cachacos pasamos aquí por hueseros. En el caribe, el humor es el jugueteo de las palabras. El mismo nombre del disfraz es un jugueteo donde aparece el órgano sexual en expresión compuesta y con el acento modificado, porque del primate no tiene nada”, agrega.
Menos mal, menos mal, recalca ahora, que no prosperó un decreto de la Alcaldía que prohibía lo obsceno y grosero dentro de las expresiones del Carnaval porque eso hubiese significado la segunda desaparición de la marimonda, “¡y además por ley”!”, grita ahora Aguilar apuntando al techo con la mano levantada.
En todo caso, resulta curioso e interesante,  observa él, apreciar cómo ha devenido el desarrollo de ese disfraz desde aquel señor impreciso de la historia que armó el rollo con su indumentaria trastocada y su pito repelente, hasta lo que es hoy.“La marimonda es ahora el baile, la recocha, los colores, la connotación sexual. Un disfraz que lo sintetiza todo y lo permite todo, y que es perfecto para celebrar el Carnaval”, dice Aguilar y sonríe satisfecho. La síntesis le parece perfecta, como si acabara de reconocer que por dentro lleva una marimonda en espera de un disfraz.


Friday, February 05, 2016

10 congos de oro a punta de repelencias

JAVIER FRANCO ALTAMAR


La expresión del Carnaval está cargada de colorido, baile, diversión, creatividad, y, por supuesto, de mucha repelencia.
Tanto la marimonda como el monocuco están asociados, en su historia, A la repelencia. Es repelente, también, el disfraz del hombre velludo y vestido de mujer que pide plata mostrando un hijo de plástico o de trapo. Y son repelentes las letanías, simulación del rezo y la poesía, cuatro líneas de una rima sencilla, con un coro de dos líneas que rematan el apunte gracioso.
“Y también somos repelentes porque repelemos los actos de corrupción y los escándalos”, dice Milton Jiménez, soledeño, de 42 años, director del grupo de letanías que lleva, quizás, el nombre más adecuado y preciso para su especialidad: ‘Los Repelentes de Soledad’.
Ellos llevan 28 años de presencia en el Carnaval de Barranquilla, durante los cuales han ganado 10 Congos de Oro en el Festival de Letanías, y han logrado más de 20 reconocimientos, todos con base en repelencias bien rimadas y conectadas con la realidad.
Los trofeos están el apartamento de Jiménez, barrio Pumarejo de Soledad, y que funge como sede del grupo. El acceso es un pasillo por donde el ‘repelente mayor’, que es un tanto robusto, amenaza con no caber, porque, además,  una de las paredes está ocupada por un estante lleno de placas y reconocimientos
 El polvorín flota en el aire empujado por la brisa y se va pegando a todo cuanto encuentra. Una bicicleta también obstaculiza el paso con sus ruedas polvorientas. Toca sacudir. El fotógrafo estornuda. Estamos en la carrera 15 con la calle 20, un tramo destapado. El apartamento de Jiménez es uno de los tres que resultó de la repartición de la vieja casa de los abuelos.
Los congos permanecen en la habitación que se abre a mitad de camino, sobre un escaparate. Hay ocho, pero dos no son del grupo: uno es de la agrupación infantil de letanías que lidera Andrea, hija de Milton. El otro, de una cumbiamba de la ex esposa del ‘repelente’. ¿Anjá, y los cuatro restantes congos de la agrupación? Jiménez recuerda con gracia lo que, en su momento, le ocasionó una profunda tristeza: aparecieron vuelto pedazos en un basural vecino.
Ese episodio ocurrió pocos días después de haber encargado él un trabajo interno a unos albañiles en el 2010. “Ellos negaron haberlos robado, pero quien haya sido, debió de llevarse un chasco cuando los examinó y se dio cuenta de que no eran de oro, ni siquiera de bronce, sino de porcelanicrón”
Son reconocimiento de toda una vida dedicada a los rezos criticones, groseros y burlones. Ya Jiménez perdió la cuenta de cuántos versos ha creado, pero los más célebres están recogidas en tres discos compactos de venta pública.
Son lo más célebres y ‘decentes’, porque los que tienen ‘presa’ -es decir, los cargados de procacidades-, se reservan para eventos privados, y se dejan palpitando en la cartilla de lectura para cuando el público los pide. “Tenemos rimas bien fuertes; otras no tanto, y unas que no llevan nada de vulgaridad, sino que son jocosas y críticas.  Leerlas dependerá mucho de la audiencia”, sostiene Jiménez.
Esa audiencia, incluso, podría ser de estudiantes en afán de aprender. Se trata, en este caso, de un ambiente muy nuevo donde las letanías han pasado a convertirse en herramientas de aprendizaje, de valoración de las letras a partir de su condición de arte menor. El perfil, a nivel de escuelas, es el de las letanías lúdicas y educativas, que sirven de instrumento, incluso, de transmisión de conocimientos.
Una selección de estas letanías están recogidas en un manual editado en el 2015 a instancias de la Secretaría de Cultura del Departamento. Fue el resultado de una iniciativa de los mismos grupos, partir de los dos gremios que han conformado (Asoglecab de Barranquilla, y Diles, en Soledad), y a través de los imparten instrucción en colegios y organizan competencias con las nuevas generaciones.
Uno de esos torneos tuvo lugar el 21 de agosto del año pasado, en el auditorio de la Normal la Hacienda. Fue el IV Festival Intercolegial de Letanías, durante el cual se mostró el resultado del semillero que están dejando los letanieros con el apoyo de Carnaval S.A. Participaron 10 escuelas del Distrito y otras del departamento.
La esencia de las letanías, sin embargo, está en la crítica picante y en el lenguaje contestatario y crudo que puede rayar en lo obsceno:
Maduro estaba enloqueciendo/y todo el mundo lo sabe/ porque el pendejo andaba viendo/ el pajarito de Hugo Chávez
Y  viene el corito rematador:
En el nido al pajarito/ le veía los huevitos
Es cuando los versos responden al concepto de que los grupos de letanía constituyen “un noticiero de noticias atrasadas”, como dice Jiménez, y les  sacan punta graciosa a los hechos. “El problema es que salga el primer verso: apenas sale el primero, ahí mismo salen los demás”, agrega
Así, también, salen la burla, el apunte preciso que mueve a risa desde lo serio:
Después que la cosa estuvo magra/con tanta eliminación/ Pékerman fue el viagra/que paró a la Selección.
Y luego de varios rezos y coros, el cierre
Viva la Selección Colombia/Viva
Viva el enmaicenado de Pekerman/Viva
Está, por supuesto, el chiste pasado de calibre:
“Cuando Dios hizo al burro/como que lo hizo de mala gana/ en el cuerpo se echó un día/ y en la m… una semana.
En el caso de ‘Los repelentes’, la voz líder y el principal creativo es el propio Jiménez. Los demás, prefieren quedarse como coristas. Y lo hacen tan bien que no tienen necesidad de ensayar. “Y ahora menos, con un carnaval tan corto. Eso va saliendo. Ya tienen experiencia”, dice él.
Por eso, a punta de una excelente coordinación de las rimas y el coro, el vestuario acorde con la personalidad del grupo, la puesta en escena y la dicción, se han ganado el respeto y los premios. “Y tenemos el cuidado de poner las voces graves en el medio del coro, y las más agudas en los extremos, como en herradura, para que haya un balance”, explica.
El último Congo lo ganaron en el Carnaval del 2015, y van confiados hacia el próximo.  Es una historia que va para largo porque si bien algunos de los originales se han marchado, los reemplazos han aparecido de inmediato en parientes cercanos. Hoy, ‘Los Repelentes’ son, además de Milton, Brayan Gastelbondo, Neyer Noriega, Juanfer Torres, Edgardo Jiménez, Johnatan Sandoval y Edinson Sandoval.
“Algunos se han apartado al verse mayorcitos, pero para eso está el relevo generacional”, agrega Milton, y sabe que algún día a él lo reemplazará su hijo Milton Junior, que, lo acompaña de vez en cuando en los coros, pero hace parte, todavía, de los ‘Angelitos Carnavaleros’, el grupo juvenil que dirige su hermana.
Es una buena época la actual, resalta ahora el director de ‘Los Repelentes’, porque cuando él era niño, alcanzó a vivir el rechazo que generaban las letanías en su condición de actividad casi clandestina, estigmatizada por vulgar y callejera.
Y así venía siendo con esta expresión carnavalera desde cuando apareció en Rebolo en los años 30 del siglo pasado. Las investigaciones de Edmundo Vives apuntan a que fue iniciativa de unos muchachos que se hicieron llamar ‘Las Ánimas negras’, aún vigentes.  Ellos, por alguna razón, rescataron ese año la costumbre colonial de versificar en público para burlarse de lo demás.
 “Cuando yo era niño – insiste Jiménez-, las letanías se alimentaban de los cuentos de barrio, y nos metíamos a escondidas en los desfiles. Pero ya hemos llevado a las letanías a las aulas, como le dije, y en eso estamos todos”.
Con ‘todos’ se refiere a los 18 grupos de letanías reconocidos en Barranquilla,  Soledad, Puerto Colombia, Baranoa y Campo de la Cruz (Los Lenguamocha de Montecristo, Los Turpiales de la Normal, Los Criticones de la Esmeralda,  y varios otros ‘chismosos’ ‘babillos’ ‘rezanderos’ y ánimas’ de barrio). Todos, por igual, han empezado a cultivar la letanía educativa, sin dejar de ‘sacarles la piedra’ a las víctimas y ocasionar reacciones desagradables.
Jiménez recuerda, en el caso de sus ‘repelentes’  dos episodios incómodos: uno doméstico y uno de implicaciones nacionales. En el primero, hace 20 años, un vecino se enteró de que con su apellido y el nombre de un condimento, habían hecho una rima en la que aludían a la delgadez extrema de una hija suya.
 “El asunto llegó hasta una inspección de Policía. Teníamos una grabación de casete, por fortuna, y todo terminó en una carcajada de la inspectora. Ella le recordó al señor que eso era Carnaval. Él ya murió, pero todavía sus hijas nos detestan”, recuerda él.
El otro episodio fue mientras participaban, a finales de los 90, en un programa de letanías por una emisora local. Se les ocurrió rimar, en tono burlesco, sobre unas supuestas mentiras del presidente de entonces, Andrés Pastrana. A los pocos minutos, llegó una camioneta de la Sijín preguntando por ‘Los repelentes’. “Nos hicieron subir, nos preguntaron dos cosas y nos soltaron en la 72. Mejor dicho, querían asustarnos”, dice entre carcajadas Milton.
En los días actuales del 2016, el robo del ángel de la iglesia de Soledad, que apareció abandonado en un lote, ya fue objeto de versos, y se espera que aparezcan otros en alusión al escándalo del Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora. Su historia con la exsecretaria privada, Astrid Cristancho, que lo denunció por acoso laboral y lo llevó a renunciar, es todo un manjar para los letanieros.
La actividad en estos días de Carnaval se crece, pero continuará el resto del año, asegura Jiménez. No solo serán las letanías lúdicas y las competencias intercolegiales de Barranquilla y Soledad, sino las presentaciones que nunca faltan. “Por fortuna somos autosostenibles. También ponemos a disposición de la gente nuestro conjunto de millo, ‘Swing Soledeño’. En eso llevamos 20 años”, agrega.
Pero esa es una historia para otra crónica...

Una versión más corta de esta crónica fue publicada en la edición especial ADN de Carnaval

Friday, January 22, 2016

Todavía hay cama para la gente

JAVIER FRANCO ALTAMAR

Quizás es porque el Carnaval quedó muy cerca de la temporada navideña, o de pronto es porque apenas se están retomando clases en colegios y en universidades, pero lo cierto es que a dos semanas y media de comenzar el Carnaval, todavía hay disponibilidad de habitaciones en los hoteles de Barranquilla, “y a precios para todos los bolsillos”, dijo el presidente seccional del gremio hotelero, Cotelco, Mario Muvdi.
El dirigente gremial aseguró que en otras oportunidades, a esta misma distancia del Carnaval, ya estaba la ocupación completa o casi completa, pero hoy, esa ocupación está cerca del 50 por ciento.  Es algo que si bien puede parecer preocupante y encender las alarmas sobre lo que espera al sector hotelero en el año,   es, si se le mira bien, una oportunidad para los viajeros que aún no se han decidido porque han dado por supuesto que no encontrarán habitaciones disponibles.
Aparte de esto, que es positivo para la demanda, hay otros aspectos que, sin embargo, encienden las alertas en Cotelco Atlántico: siguen apareciendo hoteles y se podría dar una sobreoferta si desde las entidades de Gobierno no se hace algún tipo de promoción para estimular la demanda. “Nuestra esperanza es la entrada en funcionamiento del Centro de Eventos y Convenciones”, dijo Muvdi.
Recordó que en la más reciente temporada vacacional, en las ciudades se aprovechó la circunstancia de que el dólar se trepó y eso encareció el turismo internacional, por lo que muchas personas resolvieron viajar por Colombia, “pero lo cierto es que ahora para Carnavales, se están demorando para venir a  Barranquilla”, sostuvo.
A  la situación puede estarse sumando, agregó Muvdi, que hay una tendencia a restringir gastos desde algunas empresas que, en el pasado, se vinculaban decididamente al Carnaval, como Pacific Rubiales, compañía petrolera muy golpeada con los precios internacionales del hidrocarburo a la baja. “Hasta nos ha llegado la versión de que el Canal Caracol este año no se  vinculará. Es una situación que habla mucho de las dificultades económicas que nos esperan en el 2016”, dijo.
Por supuesto que el hecho de que ahora hay más hoteles que antes, debe ser tenido en cuenta en el análisis, dado que hoy la ciudad ofrece 125 hoteles que suman un poco más de 6.500 habitaciones, todas de muy buena calidad. “Y se vienen tres proyectos más de grandes firmas hoteleras internacionales. Esta sobreoferta está afectando la industria”, aseguró.
Son proyectos que han venido apareciendo atraídos por un estímulo tributario vigente, de 30 años sin pagar el impuesto de industria y comercio en la proporción que represente el valor de la remodelación o ampliación. Y está vigente todavía hasta diciembre del 2017.
Publicado en ADN Barranquilla, enero 21 2016

Thursday, January 14, 2016

Unas por otras en la sequía del río Magdalena

 Por: Javier Franco Altamar
Enviado especial

Quizás una de las pocas personas beneficiadas con la sequía es Luis Lafaurie Ramos, vendedor de chance en el Cerro de San Antonio (Magdalena): las personas que vienen desde Suan (Atlántico), en la orilla opuesta del río, y que van hacia los pueblos apostados en la ciénaga, deben hacer un transbordo obligatorio para cubrir el resto del viaje por tierra. Entonces, él aprovecha para venderles la ilusión de un premio millonario.
Antes, ese transbordo era innecesario, porque había una conexión entre el río Magdalena y la ciénaga a través de un caño. En las orillas de esa ciénaga, cuerpo agua  que lleva el mismo nombre de ese  municipio, están apostadas poblaciones como Malabrigo, Concordia y Rosario de Chengue.
Esa conexión, sin embargo, se perdió desde hace tres meses: Son tan bajos los niveles del río que el agua comenzó a circular a la inversa y se fue secando el caño. Hubo necesidad de sellar la entrada para evitar una mayor catástrofe. “Antes vendía 60 cartillitas de chance, ahora vendo 120”, dice Lafaurie. Es el contraste de situaciones. Ahora consume un refresco en una tienda durante una pausa de venta: el calor el feroz.
Al otro lado, en Suan, hay otros beneficiados: el playón que dejó el río al adelgazar, ya fue aprovechado por algunos para sembrar yuca. Y por los senderos entre la barcaza que sirve de muelle y la primera calle de Suan, avanzan carretas con equipajes: son oficios nuevos para cubrir unos 200 metros en subida, es decir, la diferencia entre la orilla de siempre y la nueva, que es hija de la sequía.
“El río lleva siete meses bajando el nivel. Antes, subía y bajaba, pero ahora sigue bajando”, asegura José Carmona, despachador de los botes a motor, que no paran de cruzar entre una y otra orilla. Son 68, que cruzan el río, entre Suan y el Cerro de San Antonio, en no más de cuatro minutos: es la única ruta por ahora y lo será por un buen rato si el río no se opone.
“La verdad es que estas cosas se han venido empeorando no de ahora, sino desde hace más de diez años” -reflexiona ahora el chancero Lafaurie- “ya de la ciénaga no se saca del bocachico, ni California viene a comprar los mangos acá”.
Porque la subienda de pescado es historia. Lo sabrá el pescador Anairo Contreras, quien mira el caño del Cerro de San Antonio desde lo alto. Se ve algo de vida en el agua verde. “De aquí antes sacábamos pescados grandes. Hoy, lo que hay es puro chipi chipi. Yo tengo como siete años que no pesco nada”.
Varios kilómetros más al norte, en el punto entre Puerto Giraldo (Atlántico) y Salamina (Magdalena), se cruza el río en un planchón. Allí  la situación no parece tan grave. Carlos Ávila dice que le ha tocado trabajar a diario para mantener la orilla en la dureza adecuada, pero que la dinámica del cruce no se ha visto afectada.
La mañana del martes, el planchón empujado por la remolcadora ‘El Radar’, atravesaba una vez más con una docena de camiones, lo que tomaría ocho minutos.  “Del otro lado, esperan un a media hora y se regresan. Hasta ahora, todo sigue igual”, asegura Ávila: de 5 am. a 6 p.m.
En esa parte del río  es un poco más ancha y menos alta que la de Suan, por lo que da la impresión de que no es mucho el cambio. “Aquí, de verdad. se ha sentido menos la sequía”, dice Ávila.
Publicado en ADN Barranquilla, enero 14 de 2016