Monday, June 09, 2008

La Mona es la Reina de los taxistas


Está peleando por conseguir mejores condiciones para los conductores de taxi de la ciudad. “Este oficio no es para cualquiera. Tiene que gustarte mucho, como me gusta a mí”, dice ella

JAVIER FRANCO ALTAMAR

Ese mediodía, en la reunión con la alcaldesa Judith Pinedo, Aracely fue la que más habló. Insistió en la necesidad de construir la Casa del Taxista, de pararle el macho a la persecución de los agentes de tránsito, y de ayudar con un subsidio de vivienda a los conductores de la ciudad.
Transcurría el 14 de abril y estaban en el parque de los Manglares en la isla de Chambacú. Fue una audiencia convocada por la alcaldesa para escuchar a los taxistas. “Todo fue muy emotivo, pero esas palabras se las llevó el viento. Ahora estamos buscando una reunión donde quede algo por escrito. Así sí funcionan las cosas”, dice Aracely.
Sus colegas más cercanos le llaman ‘Mona’ por su cabello castaño. Su nombre completo es Aracely García Ibáñez, y en el gremio se le identifica como ‘La reina de los taxistas’, y así la anuncian cuando la entrevistan en la radio.
No se trata, sólo, de su condición de mujer ni porque es una de las tres que trabajan en Cartagena. Es porque se ha tomado en serio su lucha por buscar mejores condiciones para los profesionales del volante “Ella es como si fuera un técnico de fútbol. Es toda una líder”, asegura Antonio Rodríguez, compañero suyo en la estación del hotel Cartagena Plaza, en Bocagrande.
Aracely, de 39 años, conduce un taxi diminuto marca Hyundai, de los conocidos en la Costa como ‘zapaticos’. Se enfrenta a las calles en turnos diarios de 12 horas, enfundada en unos pantalones vaqueros que resaltan su figura torneada.
Es alegre y dicharachera y tiene la expresión entusiasta de quien le gusta armar fiestas. El cabello largo y ondulado está recogido a la espalda por una pinza de plástico, y en su rostro de líneas definidas y de maquillaje suave, resalta una sonrisa.
Una parte de la entrevista avanza en el carro. Ella está a la volante tan dueña de la palabra como de la vía. Gesticula y se apoya en un variado repertorio de ademanes rápidos mientras conduce, pero no pierde la calma ni se excede en la velocidad.
Cuenta que lleva 14 años en Cartagena, a donde llegó de Villavicencio con la intención de ser comerciante. Pero la nostalgia del volante pudo más, y retomó el trabajo que la sedujo casi en la adolescencia y al que le había dedicado cinco años en su tierra natal.
“Ojo: no soy chofer, sino conductora”, dice enfatizando en la denominación profesional, y no en el mero oficio. No en balde su jefe, Ananías Ubaque, el dueño del zapatico, la considera como uno de los mejores taxistas que ha conocido. “Ella es responsable, cuidadosa, empoderada, honesta, y leal. Tiene una suma admirable de valores”, asegura él.
También destaca él que cuando ella presenta el carro –en la entrega al revelo nocturno- lo suelta impecablemente limpio, con el motor reluciente y la tapicería suave y perfumada, como si nunca se hubiese usado. “Cuando uno ve ese carro queda convencido de que está frente a un carro nuevo. No hay de otra”, sostiene Ubaque.
La variedad de gestos de Aracely mientras habla parece interminable. De la sonrisa gigantesca cuando menciona de su marido, pasa a unos ojos marrones muy abiertos cuando se refiere a Juan Carlos, su único hijo. El tiene 21 años, y hace una semana se regresó de Medellín luego de unos traspiés amorosos. “Y ahí lo tiene usted, trabajando ya en la Castellana (centro comercial). Ese salió igualito a la mamá”, dice y lanza una nueva carcajada.
Cuando ella se vino para Cartagena en 1994, tanteó primero el terreno y al año, ya tenía a Juan Carlos consigo. El muchacho es resultado de una primera relación marital en Villavicencio de la que prefiere no dar pormenores.
Edilberto Manuel Mejía, un comerciante cordobés con el que se conoció por entonces, también estaba en las mismas condiciones, con un hijo a cuestas, y no sería esa la única coincidencia entre ambos. De allí nació el amor que aún los tiene juntos.
“Literalmente, él me atrapó. La familia de él le aconseja que me saque de esto, pero él no se mete con mis gustos. Además, él me conoció así”, asegura.
Al principio, Edilberto le quiso seguir los pasos a su mujer y aceptó, por dos años, manejar un taxi, pero terminó angustiado y no soportó el ajetreo. Se siente mejor hoy como administrador de una tienda. “Este oficio de conductor no es para cualquiera. Tiene que gustarte mucho, como me gusta a mí”, dice ella.
Gustavo Pérez, uno de los taxistas del hotel, sostiene que Araceli es digna de admirar. El listado de adjetivos de elogio es largo: emprendedora, fuerte, luchadora…”Nuestro gremio es pesado, maestro, pero ella no se le arruga a nada”, resalta. Algo parecido piensa Javier Cáseres, quien la destaca como buena compañera, colaboradora y, pese a que nunca pierde sus suaves maneras, se goza los chistes duros que se cruzan entre ellos.
La respetan y no dudan en que con ella tienen a una excelente vocera frente a un gobierno distrital que ha expresado buenas intenciones, pero que hasta ahora no ha mostrado nada en concreto. “Esta mañana, justamente, estuve buscando a Campo Elías Terán. Vamos a presionar por la radio para que la alcaldesa nos atienda”, sostiene ella.
Terán es, quizás, el periodista radial más escuchado de Cartagena, y siempre ha sido muy cercano a los taxistas. Por eso, les da voz cuando ellos lo necesitan y se reúne con ellos de vez en cuando. En esas reuniones participa Aracely. “Y habla muy bien, representa a sus compañeros y yo le suelto el micrófono en directo. Es una mujer muy fuerte y valiente”, dice él.
Para las fotografías del reportaje tuvo que conducir unos minutos abandonando la línea de turno, pero regresó a tiempo. El asunto fue que para retomar el lugar, le tocaba andar unos pocos metros en contravía. El problema lo superó haciendo una corta U y tomando una diagonal en reversa.
Sus compañeros siguieron la maniobra con la mirada y se quedaron callados. Una razón más para respetarla y admirarla. No había ningún agente de tránsito a la vista, pero ella había resuelto obedecerle al policía que lleva por dentro. Era cuestión de ética profesional y de autoridad moral, y así lo entendieron ellos en silencio.

Publicado el 10 de junio de 2008 (El Tiempo)