Thursday, October 27, 2011

Luego de las encuestas, las urnas...

Por Javier Franco Altamar

Confieso que siempre he tenido mis reservas con las encuestas. Me disgustan el sentido de que resultan condicionantes más allá de lo que debieran, pero a lo mejor les ocurre los del tierno cuchillo del pastel de bodas: él no tiene la culpa de que lo cojan para cortar una yugular.

Pero además de disgustarme porque el porcentaje que muestran termina siendo más importante que las propuestas, las condiciones humanas o las auténticas cualidades para gobernar; me disgustan porque ellas, las reinas de las preguntas tabulables, me inducen a otras preguntas difíciles de responder.

No me atrevo a dudar de las firmas encuestadoras: puedo aceptar, sin discutirlo, que son empresas serias con propietarios o gerentes que trascienden sus propios gustos, capaces de tragarse su propio malestar si arroja resultados no esperados, e incapaces de meterle mano para ayudar a alguien. Y digamos que lo acepto porque no tengo manera de comprobar nada en contrario.

Sin embargo, me atrevería a dudar de lo que ocurre pirámide abajo. El método aleatorio existe en la teoría y he visto a los investigadores marcar las cuadras y definir dónde debe tocarse la puerta. ¿Será que el encuestador sigue la ruta? Y si lo hace ¿logra que lo atiendan? Tanta inseguridad y desconfianza reinante deben tener su efecto.

Yo no me imagino a un encuestador entrando a los barrios que él pueda considerar peligroso, y dudo mucho que llegue a un edificio del norte o a un condominio superprotegido y lo hagan pasar así de chévere: más de una muchacha de servicio terminará disculpándose, pero ni el señor ni la señora están.

Han pasado muchos años desde que comenzaron a hacerse las encuestas, y ninguno de mis amigos, ninguno de mis vecinos, ninguno de mis compañeros de estudios, ninguno de mis parientes a todo lo largo y ancho de las ramificaciones de apellidos, han sido encuestados sobre preferencias electorales; y a su vez, a cada uno ellos les pasa lo mismo en sus respectivas revisiones. Entonces ¿Qué nos queda?

Pues nos queda votar a conciencia el 30 de octubre, marcando el candidato de nuestros afectos o admiración, señalando al que nos venga en gana. Hagamos como si la encuesta fuera mentirosa porque es lo más seguro. O mejor todavía: actuemos en las urnas como si la encuesta nunca hubiesen existido.

Es que puede resultar extraño, pero si actuamos como si la encuesta nos estuviera diciendo la verdad, los resultados nos terminarán convenciendo de que, en efecto, tenía razón. Así ha venido ocurriendo desde que aparecieron….

Octubre 27 de 2011

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