Thursday, October 27, 2011

David y Duván, los salvavidas



Por: Javier Franco Altamar

El domingo 23 de octubre a las 5 de la tarde, David Hernández, de 16 años; y Duván Lambraño Ramírez, de 14 jugaban con otros amigos un partido de fútbol en las playas de Miramar, en Puerto Colombia, cuando escucharon el grito.

A pocos metros de allí, un hombre señalaba hacia el mar alertando sobre la presencia de unos bañistas que estaban siendo arrastrados por la corriente. Manoteaban, parecían estar pidiendo auxilios.

En menos de lo que dura en definirse un pensamiento, los dos jóvenes tomaron los dos pedazos de tabla de surfear que alguien les había regalado el mes pasado, y se lanzaron al agua. La operación duró dos horas. Alcanzaron a salvar a dos muchachos y una jovencita. Un tercero, se les perdió de vista. Si tan sólo hubiese estado un poco más cerca...

Nunca han recibido clases de primeros auxilios ni un curso de natación especializada, pero Hernández hizo lo que cualquier rescatista veterano haría: rodeó con un brazo a la chica por la espalda, y la puso en el pedazo de tabla suspendiéndola por la axila. “Estaba vomitando. Cuando la saqué, botó el agua que había tragado”, dice él con la autoridad de la experiencia.

Y experto sí es, porque entre él y su amigo David, rescatan, en promedio, 15 bañistas al mes. “Lo hacemos sin ningún interés, para ayudar. Y si ellos nos dan algo, nosotros lo recibimos”, agrega Hernández, más alto que su amigo, pero igual de flaco.

Ambos sonríen con algo de timidez, pero Duván se nota más suelto. Claudia Ramírez, su mamá, con quien comparte los ojos claros y el cabello castaño, lo mira con orgullo; pero no oculta lo mucho que sufre cuando le informan que su hijo está en pleno rescate. “Él nada bien desde muy niño y es muy valiente; pero de todos modos, uno queda con Jesús en la boca”, dice ella.

Ayer, cuando Duván y David se lanzaron al rescate, los salvavidas oficiales, de motivos naranja y torpedo flotante, habían terminado su turno 45 minutos antes. Lo que hicieron fue aún más heroico si se tiene en cuenta que fue espontáneo y artesanal. ¿Qué harían si tuvieran algún reconocimiento de las autoridades? ¿algún recurso? ¿Alguna capacitación?

“Estos pelaos se han criado aquí, desde chiquitos están nadando, y han aprendido viendo a los otros”, agrega el mesero Jairo Cervantes, que los ha visto crecer y actuar. Él recomienda que, como mínimo, pongan un chaleco salvavidas en cada caseta de la playa... y un torpedo.

26 de octubre de 2011
Publicado en ADN-Barranquilla

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