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Tuesday, August 04, 2015

María del Carmen, la devota de 101 años

Por: Javier Franco Altamar
María del Carmen Cabrera Celis vino marcada, de nacimiento, en la devoción a la Virgen del Carmen: su mismo nombre lo dice todo, y si algo tiene que agradecerle a la madre de Dios, es haberle dejado vivir 101 años para seguir venerándola.
Este jueves en la mañana, cumplió con una de las  citas que más la emociona y a la que no ha faltado jamás desde 1928, cuando a los 14 años, comenzó a asistir a las misas mañaneras de la Virgen del Carmen en la recién construida parroquia del barrio El Prado.
Cuando ya era una cincuentona, fue testigo de la llegada de los frayles de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos,  a quienes se encomendó la parroquia luego de haber permanecido, por 15 años, al frente de la de San Miguel del Rosario.
Esa historia ha pasado frente a ella y la recuerda con entusiasmo, porque es una secuencia de momentos atados a su Virgen del Carmen del alma, la que le ha permitido vivir, dice ella, muy sana (no sufre ni siquiera por el azúcar), lúcida y alegre.
Cada domingo, asiste a misa, y todas las noches, le reza su rosario. “Nunca se ha desprendido de mí, me ha acompañado siempre. Es mi vida entera”, asegura esta mujer delgada y menuda, que lee sin lentes por unos ojos vivaces, y que habla con una voz bajita, pero clara.
De eso fueron testigos quienes la acompañaron y la aplaudieron en la celebración de sus primeros cien años el 12 de mayo del 2014. La mañana de ese día, leyó, sin titubear, el aparte de la Biblia que le correspondió en la ceremonia litúrgica en su honor.
Ayer, durante una pausa en  las misas de la mañana, habló con el ADN y lo asumió como un nuevo favor del cielo, porque siempre quiso contar su historia. En algún momento, dice ella, logró captar la atención del periodista Ernesto McCausland. Él prometió entrevistarla, pero la muerte del cronista, ocurrida el 21 de noviembre del 2012, se interpuso.
Por eso,  no paraba de bendecir, y de dar las gracias a la Virgen.  Al lado, su hija, Inés Aminta Berrío Cabrera, le ayudaba a ordenar las ideas y no paraba de celebrar cada ocurrencia de su madre.
“Mi mamá es todo un personaje.  Cuando vamos a un centro comercial, se queda mirando para todos lados y me dice: no veo ninguna cara conocida. Y yo le digo, pero mami, si todos lo que conociste ya están en el cementerio”, cuenta  Inés Aminta y ríe a carcajadas.
Ella tiene 80 años, pero aparenta unos 60. No hay duda de que hay un tema genético de por medio. “Soy hija única. Mi padre murió a los 27 años, y desde entonces, ella fue padre y madre para mí. Me llevaba al colegio, me recogía,  y así me fue inculcando la devoción por la Virgen”, dice ahora. Y asegura que es una herencia que continuará, porque ella ya trasladó su devoción a sus tres hijos, y estos, a sus siete nietos.
Doña María del Carmen, por su parte, no desaprovecha el mínimo instante para hablar: recita su número de cédula para que no quede duda de su buena memoria: 22.277.180 de Barranquilla. Dice que estudió en el colegio Americano e insiste en que “desde niñita” está con la Virgen.
Confiesa que le gusta el baile, que ha participado en cumbiambas, que baila tangos y boleros, que canta canciones de todas las épocas, que lloró la muerte de Carlos Gardel,  y que se toma sus tragos en ocasiones especiales. “No tengo preferencias. Me tomo lo que me brinden, pero con devoción y respeto”, asegura.
No se marchará de la iglesia sin comulgar  y eso lo deja bien claro. Por eso, es hora de regresar al templo: Va recitando: “Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues solo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, o Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón. Dame tu bendición, nunca me abandones, madre mía”.
Su hija celebra y la acompaña en reemplazo del bastón que ella se niega a usar. “Así es ella. Agregándole cosas nuevas a las oraciones”.
Publicado en ADN Barranquilla
Julio 17 de 2015 

Thursday, July 04, 2013

Rafael Campo Miranda, el náufrago de la vida



Por Javier Franco Altamar

A sus 95 años, el maestro Rafael Campo Miranda se considera un náufrago de la vida, un sobreviviente del que da testimonio el estudio de su apartamento al norte de la ciudad, lleno de recuerdos, placas, trofeos, “comprado a punta de música”, como dice ahora con orgullo.

Lo del naufragio es un malabar expresivo, un apunte chistoso a propósito de una de sus canciones más célebres, ‘Lamento náufrago’. Pero es, al mismo tiempo, una señal de nostalgia, porque a Rafael Campo Miranda, en su papel de hombre longevo, lúcido y productivo, le ha tocado ser testigo de la muerte de sus “coetáneos”, y hasta de gente menor que él.

Soy el Titanic de la vida”, insiste y saborea la palabra ‘coetáneos’ al pronunciarla con lentitud, para que no quepa duda de que se está refiriendo a las personas de su misma época- Muchos de ellos fueron sus grandes amigos, sobre todo Pacho Galán, muerto hace 25 años, que igual que él, se inspiró en el mar de Puerto Colombia para componer.

Chasquea los dientes como si acabara de comer, y le pide a su empleada que apure los tintos porque los periodistas visitantes deben refrescarse antes de comenzar la entrevista. Viste elegante, de corbata, camisa clara de rayas finas y un pantalón clásico de color pastel que hace juego con los zapatos.

En su rostro resaltan los ojos vivos que amenazan con atravesar la gafas correctoras, cejas pobladas del mismo color blanco absoluto del cabello lacio, peinado hacia atrás para darle respiro a la calvicie frontal.

Cuando se incorpora de su escritorio para buscar algo en su cuarto conque reforzar sus respuestas -un documento, un reconocimiento, una foto, un instrumento, una placa o un libro-, lo hace con movimientos pausados, pero decididos: nada indica que necesite un bastón.

“Todo eso lo conservo, primero, como un patrimonio espiritual y artístico para mis hijos; y luego, para que los periodistas y los amigos,  cuando tengan necesidad de un documental, puedan usarlo de referencia, para que sepan cuál fue mi recorrido, cómo fue mi actividad compositiva musical a través del tiempo”, dice.

Entre los objetos más preciados que recorre ahora con la vista, resalta uno de los más grandes y que ni siquiera es musical: una réplica a escala de un gran danés, amarillo, casi vivo, que parece cuidar el estudio con su presencia intimidatoria.

Es tan evidente la presencia de aquel perro de material sintético que al maestro Campo Miranda le tocado repetir una y otra vez, ante el curioso que no falta, la historia del animal original, que él escuchó, cuando niño, de boca de su padre, Juan Campo Serrano.

 “Dicen que lo encontraron frente a la tumba de su amo en un cementerio de Europa con las patas delanteras ensangrentadas y muerto de un infarto. Murió tratando de sacar a su dueño. Le hicieron un molde al cuerpo y de ahí sacaron varias esculturas. A Barranquilla llegó ésta, que yo recibí de mi padre como herencia, Quiero a este perro como si fuera ser viviente", asegura.

Cuando se le pregunta el secreto de su longevidad, que en el caso suyo no solo es asunto de edad, sino de buen estado de salud y lucidez mental, asegura que tan solo se siente lo suficientemente bien “para resistir los embates de la vida”. Porque, al contrario de lo que podría creerse, pasó por todas las etapas de la vida de un hombre, pero, al contrario de muchos otros, las fue superando una a una.

-Para llegar a esta edad: Inciden muchos factores –dice ahora, sentado frente a su escritorio, cruzando una pierna sobre la otra-: la parte familiar y el régimen alimenticio. El cuidado no, porque yo fumé bastante, tomé bastante y la enterré bastante.

En este momento se ríe con una carcajada lenta, pero pícara. Como ese apunte, habrá varios durante la entrevista, algunos alusivos a las propiedades afrodisíacas de los licores antiguos que exhibe en los estantes de su estudio. “Cuidado vas a publicar eso. Es un secreto” y ríe de nuevo.

A sus placeres de la juventud y los que siguieron en su primera madurez, el maestro Rafael Campo Miranda asegura haberles dicho  adiós a tiempo. “Llegó un momento en que dije: ya esta vaina está bien, y la naturaleza me respondió, De ahí en adelante, seguí viviendo una vida pasiva, muy disciplinada y aquí estoy”.
Por eso, no tiene ninguna complicación con su dieta diaria, donde priman el sancocho de pollo, el arroz con coco, huevo cocido y  el jugo de naranja.

De su infancia en Soledad, donde nació el 7 de agosto de 1918, recuerda esa comida de ‘la vieja guardia’, que era realmente nutritiva. “Había  sopas de la cola de res, se tomaba la leche al pie de la misma vaca, y los sancochos eran de gallina de patio”, sostiene.

Esa alimentación, agrega él, tiene mucho que ver con la condición que exhibe ahora, aunque el resto del crédito lo tiene la ‘raza’, de donde viene. “Tuve dos tíos mellizos se murieron sobrepasando el siglo, y así….”

La historia de su producción musical ha sido contada varias veces, incluso por él mismo en sus escritos, en las tertulias que participa y en las charlas que todavía dicta en los colegios o donde lo invitan.  Un libro suyo titulado ‘Vivencias musicales’, editado en el 2005 y que trae sus canciones más renombradas con sus acordes de guitarra y guiones musicales, recrea esas escenas en las playas de Puerto Colombia, el amor mezclado con la arena, el viejo muelle como testigo.

La vida le ha proporcionado muchas alegrías y reconocimientos nacionales, y pasó por toda clase de momentos al lado de su esposa María del Socorro Vives, con quien tuvo a sus hijos, todos vinculados con la Música, Rafael, y las recordadas ‘Emes’, María y Margarita.

El maestro suspende la narración y canta ahora.

 “Sobre la arena mojada, bajo el viejo muelle la besé con honda pasioooón …” Es un fragmento del porro ‘Lamento náufrago’, canción que le ha dado la vuelta al mundo, señalo.

-Bueno –corrige- pero primero estuvo ‘Playa, brisa y mar’, que originalmente era  solo ‘Playa’. Esa sí fue bárbara. Y después el ‘Pájaro amarillo’, que está de moda ahora mismo en Brasil.

Y así como Puerto Colombia estuvo presente en sus canciones, dice, también lo estuvo Barranquilla, y volvió a aparecer ahora al cumplirse 200 años de haber sido erigido en Villa. Habla primero de ‘Unos para todos’, aquella famosa canción de comienzos de los 70, interpretada por Nelson Henríquez, el  venezolano que aún le está cantando a la Arenosa.

-Está canción está palpitando todavía, y no dejará de sonar hasta tanto las cosas de Barranquilla no se normalicen.

Y recuerda la historia. Era el año de 1972. Barranquilla estaba enferma de una política corrupta y decadente. Rafael Campo Miranda era miembro del Club de Rotarios y le pidieron que se pronunciara a través de una canción. Y él la hizo en señal de protesta porque le dolía en el alma que una ciudad como  Barranquilla, tan grande e importante, estuviera padeciendo todas esos problemas.

-Todavía subsiste esta situación, aunque en forma un poco menor. Lo que ahora nos está violentando más fuerte es la criminalidad, Yo digo en mi canción ‘Unos para todos es la consigna general, no más injusticia en esta tierra sin igual…” En ese momento, la ciudad estaba hundida, “Salvemos a Barranquilla” era la consigna, y sigue vigente porque ahora tenemos que salvarla de la criminalidad. Aquí nunca habíamos tenido ese lastre del crimen, ¡jamás!. Somos gente sonriente, bailadores de cumbia, amables, acogedoras.  Eso es lo que estoy diciendo en mi última canción, la que compuse con motivo del Bicentenario, que no pudo ser grabada porque el tiempo se vino encima.

-Es usted un agradecido con la ciudad, por supuesto.

- Yo nací en Soledad, pero me trajeron a Barranquilla a temprana edad, Esta ciudad me acogió con los brazos abiertos, aquí adquirí mi cultura, mi sapiencia, mi don de gente. Todas aquellas condiciones que enaltecen y dignifican a la persona humana yo las obtuve en Barranquilla, porque a la edad de 8 años, uno no tiene todavía noción de lo que es todo esto. Esta labor compositiva que tiene más de medio siglo, la hice en Barranquilla,

-¿Y Soledad?

-No obstante todo eso, yo quiero mucho a mi tierra de Soledad, y también le compuse a ella. Hay una canción que se llama ‘Cumbia Roja’ es un homenaje a Soledad:

Yo naci en la Costa que tiene el cielo donde más brilla el Sol,
Yo vivo añorando aquel paisaje que me vio un día nacer
Con ritmo de cumbia me bautizaron con agua sol y sal
Y me dieron de fortuna toda la espuma de las olas del mar…

-Ya que usted, canta, maestro, ese tema con tanta fluidez, y se nota que le sale del alma, háblenos del secreto para componer. ¿Cuál sería?

-Hay una motivación que le palpita a uno en la parte más insondable del alma. Es como una obsesión, Uno oye la canción y saborea la letra hasta cuando llega el momento que se reglamenta todo y compone la línea melódica y lo poético, Son puras manifestaciones del alma, Es un don divino.

-¿Cuánto dura su proceso de composición?

- Eso es relativo, en algunas soy rápido, pero hay otra en que uno se lleva mucho tiempo, ‘Lamento náufrago’ fue muy trabajada, lo mismo que ‘Playa’. En cambio ‘Viento verde’ y ‘Pájaro amarillo’ fueron facilitas de componer.

Y vuelve a cantar.

 Sobre el juncal florido del riachuelo,
viene volando un pájaro amarillo.
Lleva, lleva, en su piquito el primer besito
que me diste, que se perdió en la llanura

 Y continúa…

 -Cuando uno se acostumbra a componer y los elementos o ingredientes son el amor a la mujer y el paisaje marino, uno se inspira más. Pero fíjese una cosa curiosa. Aquí en Barranquilla, ‘Lamentos náufrago’  fracasó, no tuvo acogida (fueron arreglos de Juancho Esquivel), pero el acetato llegó a Caracas y lo cogió un director musical allá, miró la letra y dijo que esa canción era como un poema. Entonces le hicieron un arreglo bonito y atractivo. La obra vino por las nubes, llegó a Colombia grabada por la orquesta de Chucho Sanoja y aquí fue un verdadero carnaval junto con ‘Playa’: se volvieron famosísimas.

 -¿Y a qué se debería ese fracaso inicial?

 No sé. Me pasó también cuando yo compuse ‘Playa’, Los viejos músicos me dijeron que por qué le había puesto esa letra a ese porro si el porro no lleva letra. Les dije: ¡cómo no! si al porro se le percibe al compás como al bolero, entonces también se le puede  poetizar, Ya yo me sentía que había fracasado con el porro, pero entonces vino un amigo costeño desde Bogotá y me dijo que en la avenida Caracas, en una tienda, oyó un disco y en la parte circular de la etiqueta decía ‘Playa’, autor Rafael Campo Miranda. Era mi primera canción. Yo di un brinco de la emoción al saber que mi obra entró por Bogotá.

-¿Cuánto tiempo vivió en Puerto Colombia?

-8 meses, yo no salía de la playa, En ese tiempo había un lugar que le llamaban la Isla Verde, Yo me transportaba allá cinco días, vivía una vida natural, Había garzas y uno pescaba. La Isla Verde desapareció por los arreglos hidráulicos de Bocas de Ceniza, después, compuse ‘Lamento náufrago’ en los años 50, Pero eso fue una cosa bárbara,

-¿Qué siente ahora al volver?

- Cada vez que voy y veo el muelle me da es tristeza, Yo conocí el muelle cuando estaba bueno, veía cuando llegaban los buques con orquestas a bordo, y ese muelle iluminado de punta a punta, si uno se ubicaba en una loma en las afueras del pueblo, aparecía como un monstruo luminoso en la distancia, para después verlo caer. Eso a mí me dio ganas de llorar.

-Hablemos de la nueva canción a Barranquilla

- Se llama ‘Mi amada Barranquilla’, es en ritmo alegre y la va grabar Hugo Molinares. Es un homenaje a la ciudad y fue muy fácil de componer, no como ‘Uno para todos’, que era diferente a lo que yo hacía. Esta nueva canción es una evolución de la otra y se complementa. Yo soy un hijo adoptivo de Barranquilla, la amo y se lo demuestro en mis canciones.

-¿Cuantas canciones ha compuesto hasta ahora?

- Hasta ahora he compuesto unas 98 canciones, pero yo no soy de esos que le preguntan cuántas compusiste y dicen 5.000, pero no le pega ninguna… ahora, cualquiera que se enamora ya se es compositor. Ser compositor es trabajado.

Y por ese trabajo que ha sido suyo por años es que ahora vive una vejez tranquila, sin decrepitudes y muy activo, viviendo de la música, insiste, la que le ha dado “este refugio donde me escondo”, como le llama a su apartamento, que comparte con una de sus hijas y donde lo atiende una empleada de confianza como el rey que es. Ahora saborea el café humeante que le acaban de traer


 -Aquí me oculto por horas para hacer mis composiciones –dice antes del nuevo sorbo-: componer es función del alma, y el alma no envejece.

Publicado en ADN.COM
Julio 4 de 2013

Thursday, November 22, 2012

Ernesto, el memorioso que se desocupó el miércoles



Por: Javier Franco Altamar

El recuerdo más antiguo que guardo de Ernesto McCausland es el de ese muchacho desparpajado e inquieto que atendió una invitación nuestra para una charla en la Universidad Autónoma del Caribe, y nos habló de sus recién inauguradas aventuras en la Unidad Investigativa de El Heraldo.

La tal charla se nos ocurrió desde el interior de un grupo de tertuliadores que conformamos en esa primera parte de los años 80, y que tenía a la cabeza a Iván Barrios Mass. Era él quien manejaba los hilos del grupo, pero yo a veces lograba contagiarlo con mis locuras de que trajéramos a los expertos de los medios a hablarnos de sus pilatunas, y que de paso nos dieran los secretos de su talento o los referentes para triunfar.

De pronto la idea se le ocurrió al mismo Iván, y eso no tiene la mayor importancia, pero lo cierto es que pretendíamos reunir en un mismo escenario y en ese momento,  a los cuatro ases de esa Unidad: el propio Ernesto, Marco Schwartz, Jorge Medina y Pedro Lara Castiblanco.

Con el teatro lleno de ávidos y románticos estudiantes, empezamos a temer que nos iban a quedar mal. Por allí andaban, en el auditorio, Alberto Salcedo Ramos y Martín Tapias, si la memoria no me traiciona, cada uno líder en sus respectivos círculos de amigos, devoradores de libros ambos y consumidores industriales de tinto en la cafetería de la Universidad.

Él único que se presentó, luego de unas llamadas angustiosas de Iván, fue McCausland. Se apareció en una moto de mediano cilindraje, y fue cuando se detuvo a nuestro lado que nos dimos cuenta de que incluso sentado en el cojín, era más alto que todos nosotros.

Se disculpó, parqueó la moto en cualquier lado y se sometió a nuestro escrutinio en el teatro. Sus compañeros de la Unidad no vinieron y eso no importó. Ernesto, que lucía un jean, camisa deportiva y unos zapatos de tela, habló recostado de un codo al atril, con un pie cruzado por encima del otro, dejando ver que no tenía medias.

No era ningún experto, por supuesto, pero hablaba como si lo fuera. Al menos, lo era mucho más que nosotros, que no habíamos pasado, todavía, de una cartelera cultural de pasillo donde hizo sus primeras pinolas periodísticas un sujeto a quien apodaban ‘El chileno’ y que resultó llamarse Jorge Cura.

No recuerdo los temas específicos que tocó Ernesto, pero no resulta difícil recrearlos porque la pasión ya se le notaba, y es fácil suponer (recordar) que lo que alcanzó a decir a través de sus hijas en el discurso de agradecimiento al jurado del Premio Simón  Bolívar, es una repetición más estilizada y madura de lo que esa vez nos dijo.

Alguna vez que me lo encontré en un restaurante de hotel en Cartagena y le recordé aquella charla, así como traje a colación el hecho frente a Lara Castiblanco, hace un par de meses, cuando me le encontré en una sala de espera en Telecaribe. Pedro sonrío al recordar esas locuras que todavía lo mueven; y Ernesto dijo “¿Así es la vaina?”, como si no se acordara.

Pero se acordaba, porque como dicen los pupilos que le quedaron en El Heraldo, “Ernesto tenía una memoria dinosáurica”, con lo que tratan de decir que traía con facilidad al presente cosas que se le habían ocurrido mucho tiempo atrás. Por eso, cuando todo mundo la creía olvidada, y advertía sobre la vigencia de cualquier promesa que le hubiesen hecho meses o años atrás.

Mucho me temo, sin embargo, que la memoria de corto plazo le jugaba malas pasadas de vez en cuando a Ernesto. Por lo menos así me pareció una vez que nos encontramos en el ascensor del hotel Estelar de Cartagena y me felicitó por una nota mía que le había impresionado sobremanera.

Yo había entrado primero al ascensor, y él venía detrás acompañado de un sujeto bajito que yo no conocía. Ernesto agachó un poco la cabeza para evitar golpearse con el marco de arriba, y mientras el ascensor subía con su carga periodística, se dirigió a mí.

-Nojoda, Jávier, estaba por hablar contigo para felicitarte por una nota tuya que leí. ¡Buenísima, llave!.

-¿Cuál, Ernesto?

-Nojoda, espérate… es que no recuerdo...

Le mencioné tres o cuatro que podrían calificar de memorables para el más bisoño de los estudiantes, y le hablé de alguna otra que me dejó satisfecho. También me fui un poco más en el pasado para ayudarlo a recordar, pero el movía la cabeza gacha diciendo que “no, no, no”.

Cuando se despidió de mí y se difuminó en el pasillo con su paso apurado de falso gigante, me quedó la sensación de que el gran Ernesto era un genio común y corriente, con una memoria de galleta de soda para nada envidiable.

Pero a partir de entonces, comencé a reconocerle una cualidad, esa sí, envidiable: la de la onmipresencia. Era fácil verlo en televisión, o presentado eventos y congresos, o escribiendo en alguna parte y dirigiendo documentales y películas. En todo caso, parecía sintonizado con todos sus colegas de alguna forma, hasta con esa curiosidad por personajes como Juancho Polo Valencia que yo creí exclusiva de una corta lista de locos en la que me incluyo.

Por eso, no dudé un segundo en mandarle, con uno de los asistentes que me contactó para pedírmelas, unas copias del perfil de tres entregas que El Tiempo Caribe, con la alcahuetería de Carmen Peña Visbal, me publicó en julio de 1998.

Después supe que Ernesto, igual que yo, estaba escribiendo un libro inspirado en la vida de Juancho Polo Valencia. Lo publicaría en forma de novela 10 años después de mi reportaje. Tuvieron que pasar dos años más para que yo sacara mi propio libro sobre el juglar, y no tardaría Ernesto en pedirme que le mandara una copia digital de uno de los capítulos para publicarlo en El Heraldo.

Mi agradecimiento por ese detalle fue una de esas cortas charlas que tuve con él, muy dado a decir las cosas de manera muy directa, como ya lo había hecho unos meses antes en la Universidad del Norte. Estaba en lo más alto de su papel sui géneris de editor de El Heraldo en donde nada quedaba fuera de su control.

Si la memoria no me traiciona fue en un evento organizado por la Cámara de Comercio en julio del 2010 y que tenía como estrella principal a la expresidenta chilena Michelle Bachelet. Allí me encontré a Ernesto en un rincón, organizando el aparataje del cubrimiento periodístico de su diario, entre tabletas electrónicas y teléfonos inalámbricos.

-Hey, Jávier –me dijo cuando nos dimos al mano- necesito que me ayudes, loco.

¿El gran Ernesto pidiéndome ayuda? ¿De qué se trataría? Descarté enseguida que tuviera alguna angustia económica. De pronto estaría perdiendo la razón por permanecer mucho tiempo con la vista fija en una pantalla plana que llevaba en la mano.

-Bueno, dime-, le dije.

-Es que los egresados de Comunicación están llegando con muchas fallas al medio, llave.  Ayúdame, enséñalos, nojoda, exígeles, pero no dejes que salgan así…

Le expliqué que yo no era el único docente de periodismo de Barranquilla, pero que estaba poniendo todo de mi parte. Le conté,  incluso, que les mandaba a leer, a mis alumnos, una crónica suya sobre una lluvia de plátanos en La Junta.

Sonrió y se volvió a ocupar. Se desocupó el miércoles por la madrugada, cuando ya no pudo luchar más contra el cáncer.

Barranquilla, noviembre 22 de 2012

Tuesday, April 22, 2008

Estoy contento con lo que he hecho en mi vida:Basilio

Prefiere hablar de ‘persona negra’ antes de que ‘afrodescendiente’, palabra más bien rebuscada. El ahora diplomático habla del racismo, de sus canciones emblemáticas, y de lo que le espera.

JAVIER FRANCO ALTAMAR
Era estudiante de medicina, se le dio por cantar en las fiestas de fin de semestre, alguien de buen gusto y contacto lo escuchó, y lo condenó a ser un artista de renombre. Por eso, alcanzó a desplegar tu talento en casi 20 trabajos discográficos.
Después, su gobierno le reconoció madera diplomática y lo nombró cónsul en una ciudad que, más allá de su belleza y su valor histórico, es capaz de generar informes periodísticos y fallos judiciales sobre discriminación racial. Sí, porque además, Basilio es negro. ¡Vaya situación!
La palabra “afrodescendiente” le parece rebuscada: “Yo suelo decir, persona negra’. Es el cónsul panameño en Cartagena. Su nombre completo es Basilio Fergus Alexander, nació en 1947 en Ciudad de Panamá, pero nunca ha dejado de ser ‘Basilio’ a secas, y así se presenta ante cualquiera.
Vivió en Panamá hasta los 18 años de edad, cuando terminó secundaria. Después se fue a Montpellier (Francia), a estudiar medicina. “Luego de un par de años, un amigo americano (Kenneth Pearlberg) me convenció de que nos mudáramos a España porque en Francia había manifestaciones protesta, como las de ahora, y un sindicato había paralizado al país”.
En España, surgió la oportunidad de grabar. Ya estaba en tercer año en el Colegio Mayor, y aparecieron las fiestas de final de curso. “Teníamos un grupito donde yo tocaba el piano y cantaba. Eso no pasaba de ser un hobby; pero el compositor Pablo Herrero me oyó cantar y me invitó a hacer una prueba. Mi amigo me decía: tú no tienes nada que perder, haz la prueba. Si no pasa nada, total no has perdido nada. y si pasa…Bueno: estamos viviendo todavía parte de ese y si pasa..”.

Destello de chaleco

Basilio vive en un apartamento de segundo piso en el exclusivo sector Castillogrande. Desde allí se ve, a la vuelta, hacia la derecha, el hotel Cartagena Hilton donde él cantó hace unos 20 años en el acto central del Concurso Nacional de la Belleza.
La vista le recuerda en algo a Ciudad de Panamá, pero con el ingrediente de que nada más es cruzar la calle para disfrutar de las olas. No necesita meterse. En realidad, camina todos los días, por la mañanita, una hora en la playa, “rapidito”.
No bebe, no fuma, come muy equilibrado, y a eso atribuye su apariencia delgada. Con la sonrisa, despliega unos dientes blancos que parecen teclas de piano. La cabeza rapada no da oportunidades a las canas, y por eso cualquier desprevenido –y de eso de jacta- es incapaz de adivinarle los 58 años de edad. “Mucha gente cree que tengo un poquito menos. A las personas que no le digo cuando empecé a cantar, le resulta difícil calcular mi edad”.
Me atiende ataviado con un chaleco de camarero cuya textura de pequeños y abundantes rombos lanza destellos fugaces. Debajo del chaleco, una camisa de mangas largas. El pantalón beige desemboca en unos zapatos de color miel sobre los cuales nuestro personaje parece flotar. Es que por la indumentaria y por la apariencia altiva de Basilio es fácil pretender que hay una pasarela de modas entre la puerta por donde apareció y el sofá de la entrevista. El fotógrafo comienza a disparar su cámara desde diferentes ángulos, y en el chaleco rebotan los relampagazos de la faena.
Vive, por ahora, solo. Su esposa Margarita lo visita cada mes. Ambos tienen hijos de matrimonios previos, pero la familia parece una sola –asegura él-. Ninguno de sus hijos biológicos es cantante. Sólo la hija mayor se le parece en algo: es médica. Ella sí completó la carrera y la está ejerciendo en Singapur.
Es lo único que habla de los hijos. No le gusta entrar en honduras sobre ellos. “¡Qué vaina con los hijos!”, dice cuando insisto una y otra vez en preguntas salteadas. Eso sí, aclara que ninguno fue en relaciones furtivas, perimetrales o fugaces. Nada de eso. “Nunca faltan los cuentos. Una vez, estaba cantando en una discoteca en España y de pronto se acercó a mí un empleado y me dijo: en la puerta lo busca su mujer”.
-¿Mi mujer?
-Así es, y vino con un niño de brazos
“Por supuesto que salí a conocer a ‘mi mujer’, y me pareció aquello un acto de irresponsabilidad. Yo estaba soltero en ese entonces. A la mujer le dije que si lo que quería era entrar a la discoteca, pues que comprara la boleta, pero eso de venir así y con un niño de brazos me pareció muy feo”.

Cisne cuello negro
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Aprovecho que estamos a punto de hablar sobre un famoso tema musical de los 70, y le pregunto qué opinión le merecen los casos de discriminación racial que se han conocido en Cartagena. Esos de las muchachas que por su condición de negras no pudieron entrar a discotecas de la ciudad.
- Por fortuna, a mí no te ha tocado vivir en Cartagena ese problema en carne y hueso. Desconozco qué reacción tendría yo en tal caso, pero si es así como me lo plantea usted, me parece un problema de ignorancia, y habría que educar a quienes se ponen en eso. Es que eso ya ni se estila. Lo importante en la vida es que las personas se comporten como personas, que tengan educación. Por eso, siempre le digo a la gente joven, y sobre todo si es gente negra, que trate de educarse para que se pueda superar.
-Hablemos de la canción Cisne cuello negro, cisne cuello blanco. ¿Tiene algo de protesta, de grito por reivindicaciones?
-No, esa canción no tiene la connotación profunda que usted está dándole. En primer lugar, no es mía, sino de Manuel Alejandro, quien no es negro como yo sino español y muy blanco. Es un supercompositor y como, obviamente, la compuso para que yo la cantara, pues tenía que llevar, desde su punto de vista, alguna connotación de blanco y negro, pero de una forma muy poética y romántica. El mensaje de fondo es muy bello y simple: todos somos iguales, da igual que seamos negros o blancos. Me imagino que Manuel Alejandro quiso decir, también, gordo o flaco o lo que sea; y mientras pueda existir un lenguaje de amor y de entendimiento, podemos funcionar.
Aunque Cisne cuello negro, cisne cuello blanco es, quizás, la canción por la que más se recuerda a Basilio, a él eso le parece injusto. “Afortunadamente he tenido más de un hijo con éxito a nivel de canciones”, y asegura, eso sí, que esa la única con algún mensaje alusivo a lo racial. Pero hay otra que veremos interpretando, dentro de poco, entre violines, pues avanzan unas conversaciones con la Sinfónica de Colombia. La voz aguda de los 70 y 80 volverá a decir con fuerza: “Soñaaar, soñaaar, despieeertos, en un mundo sin razas, sin colores, sin lamennntooos, sin nadie que se opongaaaa, a que tú y yo, nos ameeeemos ”
Ni te lo imaginas

El Consulado de Panamá en Cartagena funciona en un segundo piso frente a la Iglesia de San Pedro Claver. Basilio no duda en calificar el sitio como inadecuado para una sede diplomática. Allí trabaja apretado, y, como detalle pintoresco, debe compartir la única línea telefónica con un almacén de la primera planta.
Por eso, esta primera etapa de su ejercicio consular ha estado cargada de actividades que tratan de ponerle orden al asunto. Pasar el consulado para el apartamento de Castillogrande es una posibilidad, pero eso aún está en la etapa de definiciones.
Pocos meses antes de asumir el cargo diplomático en Cartagena, estuvo de gira por Perú; y en Panamá alcanzó, ya casi con el pie en la escalera del avión que lo trajo a Colombia, llegó a mencionar que tenía lista una nueva versión de "Vivir lo nuestro", ya no en el ritmo salsero de Marc Anthony & La India, sino en vallenato. Se está a la espera de eso.
Ahora, en su papel de diplomático, las conversaciones para presentarse han cambiado del todo porque sólo podría hacerlo para obras benéficas y sin cobrar ni un peso. El repertorio, de todos modos, no variará. Aparecerá la canción de los cisnes y otras emblemáticas como: "Tanto, tanto amor", "Tú ni te imaginas". “Es una gran dicha poder cantarlas, y cuando la gente las corea con uno (ni te looooo imaginas, que mis manos pueden, dibujaaaar tu cuerpo sin haber pecado…) uno se siente privilegiado y hasta llora como un niño”. :
-A ver, autodefínase.
-No tengo pinta de criminal ni de maleante, ¿verdad?, aunque a veces las apariencias engañan, pero en este caso, la apariencia es real. Yo me considero una persona bastante normal dentro de lo que somos buenos; porque hay malos que son normales también.
-¿Y el talento?
-En la vida musical la suerte juega un papel muy importante. Yo he tenido, aparte de cierto talento, mucha suerte; pero hay otros que han tenido más talento y no han tenido la misma suerte.
-¿Volvería usted a vivir la vida como la vivió? Me refiero a que usted quiso ser médico y…
-Estoy contento con lo que he hecho en mi vida. Si me tocara volverla a vivir, haría exactamente lo mismo.
-¿Qué espera de su labor en Cartagena?
-Que más cartageneros y colombianos conozcan mejor a Panamá. Panamá tiene muchas cosas ahora que ofrecer, un poquito más que antes. El país está avanzando, está creciendo, se está modernizando. Tiene más que ofrecerles a los turistas, y también a los inversionistas. Por ejemplo, hay exoneraciones de impuestos hasta de 30 años. Y es que no solamente la capital, sino al interior del país, donde la compañía Disney acaba de comprar unos terrenos para montar un parque de diversiones.
-Y de su propia vida ¿qué le espera?
-Me gustaría seguir en la labor diplomática, y, por supuesto, nunca voy a dejar la música. De alguna forma estaré envuelto o produciendo o escribiendo… aunque no esté en el escenario con un bastón.

Cartagena, abril de 2006