Friday, May 02, 2008

A sus 88, José Elías quiere ser bachiller y leer sus cartas


En su trabajo en oficios generales de la Armada por 30 años lo único que necesitó fue escribir su nombre y "algunas palabritas". Ahora, este bisabuelo no quiere que nadie le lea sus mensajes.

JAVIER FRANCO ALTAMAR


Los alumnos de sexto se disponían a entrar al salón de informática para la clase de ese lunes, pero la encontraron encharcada. El balde donde caía la gota del acondicionador de aire se había desbordado. El profesor Luis Maldonado, un sujeto moreno y recio con apariencia de boxeador, ya traía el trapero, pero fue detenido en seco por José Elías Orozco Hernández, uno de sus alumnos. “Permítame”, le dijo, tomó el trapero y dejó el piso reluciente en pocos minutos.

“El salón quedó más limpio que cuando lo trabaja la propia aseadora”, contaría después el profesor Maldonado. La anécdota no tendría nada de especial si no fuera porque ese estudiante de la Institución Educativa Olga González Arraut, del barrio Alto Bosque de Cartaege está próximo a cumplir 88 años, el 20 de julio. Aquello fue, en realidad, uno de sus muchas señales en el sentido de que si bien su edad es avanzada, él no es ningún decrépito.

Los lentes recetados cuelgan de una pata en el primer botón de la camisa blanca de José Elías. Son para ver de cerca. No tiene necesidad de usarlos de ordinario porque si bien sus ojos son pequeños y grises, le sirven lo suficiente para moverse en la normalidad de su agenda, que comienza a las cinco de la mañana con una limpieza completa al patio de su casa.

Tiene la apariencia de un abuelito amable y dulce, y la sonrisa contribuye. El cabello escaso y blanco salpica los costados de la calvicie, y luce una mata de vellos del mismo color donde alguna vez hubo un espeso bigote. En este momento, carga un cuaderno donde se leen unos apuntes escritos con letra inestable, pero clara. En el pupitre, ha dejado la carpeta azul con el resto de los útiles, aunque en el bolsillo del pecho sobresalen tres bolígrafos.

Al responder, pronuncia oraciones rápidas que terminan siempre en “¿oyó?”. De vez en cuando aparece una débil carcajada, y no desaprovecha pregunta para agradecer lo mucho que lo estiman en su colegio. Allí lleva tres años y medio.

El rector Alberto Camargo (q.e.p.d.) no lo podía creer cuando aquel anciano tembloroso, pero resuelto, se le presentó a su oficina y le planteó sus ganas de estudiar. Al responder sobre sus motivos, dijo algo tan simple como contundente: “no quiero ser orejero (sólo escuchar), no voy a permitir que otro me tenga que leer los mensajes y las cartas”, dice.

Se podría decir que nunca antes había sentido la necesidad de leer o aprender en unos términos más intelectuales. Se enroló en la Armada Nacional, y lo único que necesitó, al principio, fue firmar su nombre. “Yo escribía algunas palabritas”, recuerda, pero la actividad práctica lo absorbió; y era tan bueno con sus labores que duró 30 años en esas.

Durante ese tiempo, aparecieron su primera mujer, los dos hijos con ella, su actual esposa Catalina (de 50 años y con quien vive solo), otros tres hijos, siete nietos y los tres bisnietos. Y ahora último, después de varios años de disfrutar de su pensión tras retirarse de la Armada en 1973, aparecieron las ganas de estudiar. “Catalina no me creyó cuando le dije que había sido aceptado, y hasta mandó a seguirme para salir de dudas. Ahora, me dejado tranquilo con mis sueños”, dice.

No era una sospecha sobre parrandas o juegos de dominó la de Catalina, sino algo de temor porque su esposo se iba y venía a pie, y todavía lo hace pese a que por lo menos hay un kilómetro entre su casa y el colegio.

Por lo demás, José Elías nunca ha sido amigo de juergas ni de trago ni de transnochos, y a eso atribuye no sólo su longevidad, sino el hecho de que ni siquiera un dolor de cabeza haya aparecido en estas casi nueve décadas. “Tuve que trabajar desde pequeño y en eso siempre me concentré. Es que mi papá, Juan, murió cuando mis dos hermanos y yo éramos muy pequeños, así que mi preocupación era ayudar a mi mamá, Eudosia, a atender la finquita donde nos levantamos, en Sincelejo”, recuerda.

Ya había estado en varios colegios tocando puertas para estudiar, pero no le prestaron atención creyéndolo, quizás, un viejito loco, hasta que alguien le habló del Olga González Arraut. Hoy recuerda como una anécdota graciosa la manera como el rostro del rector fue cambiando del asombro a la satisfacción en esa primera charla entre ambos. “Lo felicito, señor”, fue la frase final del rector, quien de inmediato le dio el abrazo de bienvenida.

El examen de admisión de rigor reveló que don José Elías tenía los conocimientos básicos suficientes para empezar en segundo grado de primaria. El modelo educativo de validación por ciclos de seis meses en la sección nocturna, lo tiene ahora en sexto. Es el alumno más disciplinado y el que nunca falta. “Siempre es el primero en llegar y no hay lluvia que lo detenga”, asegura Libardo Mercado Ospino, coordinador de la sección.

Él señala que la presencia de José Elías en el grupo de sus cien alumnos va más allá de ser una prueba del modelo inclusivo de la Institución. “Ese señor es un ejemplo de superación, entrega y responsabilidad, sobre todo hoy cuando hay personas que a los 50 ó 60 años, ya no le encuentran sentido a la vida”, subraya.

Pero José Elías sí que tiene bien claro su sendero y en lo que menos piensa es en la muerte. Su real preocupación es recibir su cartón de bachiller con excelentes calificaciones en diciembre del 2010. “Y seguiré estudiando hasta que Dios me dé fuerzas. Por cierto, ya le mandaré al periódico la tarjeta de invitación a mi grado”, dice antes de regresar al salón.

Cartagena, mayo 2 de 2008

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