Monday, December 12, 2011

Los doctores nuestros de cada día

Por: Javier Franco Altamar

En cualquier país del mundo, el doctorado es el grado académico más alto. Quien lo lleva está capacitado para generar nuevos conocimientos en cualquier ámbito del saber. Es más: para ganar su diploma, el doctor ha tenido, antes, que generar un nuevo conocimiento expresado en una tesis.

Digo: en cualquier país, menos en Colombia. Aquí, basta con ocupar un cargo
público, ser alto directivo de una empresa o convertirse en dirigente gremial
para que, de inmediato, el susodicho sea rotulado como 'doctor'.

Hay excepciones tradicionales. Al médico se le llama así, en asimilación al
uso de esa palabra en Estados Unidos ("I'm going to be a doctor"), y con los
abogados resulta que, hace muchos años, la palabreja venía encimada al título.
Y están, por supuesto, los doctorados 'honoris causa', títulos honoríficos
concedidos por una universidad a personas eminentes, pero en los demás casos
(los ya mencionados y hasta los ediles) no se dispone de una clara
explicación.

Quizás somos culpables nosotros los periodistas, que cuando los invocamos les
decimos "doctor" para llamar su atención. Quizás en un pasado, algún ingenioso
colega lo empleó con su respectiva carga de ironía, pero la ocurrencia cuajó
porque la víctima no entendió, sino que se sintió halagada.

O quizás, el funcionario (la primera víctima) sí era un 'doctor' de los
tradicionales (abogado, o médico) y por esas maromas del lenguaje la palabra
se extendió.

Creo preferible quedarnos con esta última hipótesis para no ofender a los
doctores nuestros de cada día.

Publicado en ADN Barranquilla,
23 de noviembre de 2011

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