Sunday, April 10, 2011

Juan, discípulo de Jesús y maestro de la crónica

Por Javier Franco Altamar
Si me preguntan cuál de los evangelios es mi preferido, yo tengo dos respuestas: mi fe de cristiano me dice que los cuatro se complementan y, en consecuencia, ninguno es superior al otro; pero como periodista, no tengo ningún reparo en reconocer que el de Juan, discípulo y apóstol, está por encima de los demás.
Voy a trata de explicarme para no ser mal interpretado.
En primer lugar, parto, como buen cristiano, de que por sus 21 capítulos se desarrollan escenas ajustadas a la realidad; y eso lo vuelve, de inmediato, una pieza periodística invaluable, tipo crónica por demás
Y lo voy a decir con énfasis: periodística más que histórica, porque se concentra en lo revelador de la vida de Jesús y no cae en la tentación de entregar un listado de fechas, ni de dejarse llevar por la mirada panorámica típica de las biografías. Una prueba de ello es que no nos cuenta nada del nacimiento ni de la infancia de Jesús: es probable que nuestro autor lo haya considerado, en su momento, algo muy poco significativo, y eso responde a una respetable decisión creativa.
Esto último podríamos juzgarlo, incluso, como un craso error teniendo en cuenta el impacto posterior de la escena del pesebre y de personajes como los magos de oriente; pero, por lo menos, el evangelista fue honesto y no se atrevió a meterse en honduras indescifrables a su juicio. Por eso fue, a lo mejor, que se abstuvo de referirse a los pormenores del embarazo de María.
Estos pormenores sí aparecen en el Evangelio de Lucas y en el de Mateo, y si bien Marcos también se los brincó y hasta explora asuntos similares al de Juan, no tiene su belleza expresiva y es más bien tosco en su lenguaje. Se podría decir, en defensa del de Marcos, que aterriza mejor en el Jesús terrenal; pero el de Juan tiene el valor agregado y la fuerza de lo significativo.
Dicho de otra forma, no tanto le interesan a Juan los acontecimientos protagonizados por Jesús, sino que pone de relieve lo que ellos significan, o como dicen en Catholic.net, “detalles que sólo la fe puede descubrir”.Tiene el Evangelio de Juan otras grandes ventajas frente a los demás: está abordado desde la perspectiva de alguien cercano al personaje principal, testigo envidiable gracias a una inmersión privilegiada. Si bien eso puede tener la desventaja de limitar la reportería a una sola mirada, tiene al mismo tiempo la ventaja de la profundidad, que conduce a una interpretación de significados mucho más fuerte que la de quien mira el asunto desde lejos, no sólo en distancia, sino en tiempo.
Por eso este Evangelio nos cuenta, con lujos, el antecedente de Juan el Bautista, y va saltando de escena a escena para mostrarnos a Jesús en sus gestos y actitudes.
Así, los escuchamos en su expresión preferida para empezar sus explicaciones “De verdad, de verdad os digo”, o también traducida “De cierto, de cierto te digo” que nos pone en presencia de lo convencido que estaba Jesús de que él, la verdad y la certeza, eran una misma cosa.
Y somos testigos, también, de muchos de sus encuentros cara a cara con interlocutores difíciles, de varios de sus milagros más reconocidos, entre estos, una impactante resurrección de Lázaro en la cual no faltan los detalles más revelantes, con una reproducción de diálogos que Tom Wolfe habría de mencionar, en 1973, como distintiva del Nuevo Periodismo:
Jesús conmovido otra vez dentro de sí, fue al sepulcro. Era una cueva y tenía puesta una piedra contra la entrada.
Jesús dijo: —Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: —Señor, hiede ya, porque tiene cuatro días.
Jesús le dijo: —¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?
Luego quitaron la piedra, y Jesús alzó los ojos arriba y dijo: —Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la gente que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.
Habiendo dicho esto, llamó a gran voz: —¡Lázaro, ven fuera!
Y el que había estado muerto salió, atados los pies y las manos con vendas y su cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: —Desatadle y dejadle ir”.

Juan, como buen cronista, maneja los ritmos, y fiel al principio de la responsabilidad, no se detiene mucho en escenas tan dolorosas como la de los azotes a Jesús luego de su detención. En eso, Marcos y Mateo guardan similar distancia (Lucas también lo hace, pero se va mucho al extremo), pero la presentación literaria de Juan es superior, con reduplicación incluida:
“Así que entonces, tomo Pilato a Jesús y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura. Y le decían: ¡Salve, Rey de los Judíos!, y le daban de bofetadas”.Y luego de entregar detalles sobre la crucifixión, la resurrección y hasta de las tres apariciones posteriores de Jesús, incluida la famosa escena frente al incrédulo Tomás, el Evangelio da la pincelada final de verosimilitud, como para que no quede en duda de su carácter factual:
“Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero”,Y como si el evangelista hubiese escuchado alguna vez a Daniel Samper Pizano –quien ha repetido hasta el cansancio que el buen reportaje termina sin terminar- Juan se despide con un versículo fenomenal en el que emplea, incluso, una bella hipérbole:
“Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran, una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén”.

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