Por: Javier Franco Altamar
En el ámbito de la comunicación, se habla del ‘efecto de la tercera persona’.
Fue una expresión acuñada en 1983 por el sociólogo W. Phillips Davison, y hace referencia a un fenómeno según el cual las personas se perciben a sí mismas como poco sugestionables por los medios de comunicación, pero al mismo tiempo,
consideran que los demás “sí lo son”.
Es una teoría bastante investigada en los últimos años, y los publicistas la utilizan en una especie de contralógica: los tópicos hacia los cuales se demuestra poco o ningún interés suelen ser los más efectivos: verbigracia, los avisos publicitarios.
Así, mientras más invulnerables nos sentimos, realmente podríamos estar siendo más susceptibles…
El tema es que así como pasa con la publicidad y los medios, nos ocurre en diversos ámbitos de la vida, y puede resultar peligroso.
Mirémoslo de esta forma: por lo general uno se siente ajeno a los accidentes, a las balaceras, a los ahogamientos, a los electrocutamientos, a los contagios de enfermedades, al mismo cáncer, a las intoxicaciones, a los atracos, en fin...
“Eso les ocurre a los demás. No veo por qué justamente a mí deba pasarme”, es el pensamiento que estimula la imprudencia, es el pensamiento del invulnerable. Y muchos lo dicen en voz alta cuando se les advierte, y hasta hacen un gesto despectivo ante el que consideran el ‘sapo’ de turno.
Por eso, la ciudad sigue llena de velocistas, no falta el bañista que se lanza borracho a las olas, hay gente caminando por las calles solitarias en las madrugadas, y algunos lo hacen chateando por BB.
Publicado en ADN-Barranquilla
Enero 11 del 2012
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