Por: Javier Franco Altamar
En esto de la prohibición de bailes y verbenas hay unos aspectos que no se han examinado bien, o se ignoran adrede.
Por un lado, el remedio tiene un gran parecido con el del caballero que vendió el sofá porque comprobó que era el escenario donde su esposa le era infiel.
En el caso que nos ocupa, el problema que se trata de solucionar es la violencia. El argumento es que en los entornos de verbenas y picós se construyen escenarios de inseguridad, y la solución pasa por vender el sofá... ¡perdón!, por prohibir esos picós.
Salvo lo que ya comenté en un columna pasada relacionado con el poder de los altos volúmenes y con el cargamento de tradición, no veo en el picó algo distinto de un papel circunstancial que no alcanza a graduarse como causa.
De pronto la comparación cabría mejor para otra cosa, pero el mismo cuchillo que se usa para cortar un pastel de bodas podría usarse, tranquilamente, para degollar a la novia. En ese caso, la culpa jamás será del cuchillo, que es tan inocente como el sofá de la otra historia.
El otro aspecto se relaciona con lo que el sociólogo Pierre Bordieu concibe como los ajustes propios de las clases dentro de un espacio social, entendido éste como un sistema de diferencias jerarquizadas.
En este sentido, las clases que tienen la sartén por el mango tienden a excluir, con medidas, las prácticas de las otras que se les contraponen en el sistema: eso es lo ‘natural’, digamos.
No de otra forma se entiende que en el norte de la ciudad se den las mismas situaciones complicadas en torno a bebederos y altos volúmenes, pero que para allá ni siquiera se mire.
Publicada en ADN Barranquilla
Julio 25 de 2012
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