Por: Javier Franco Altamar
Si lo pensamos bien, lo que nos ha marcado siempre como especie dentro de esta naturaleza cultural que nos agrupa, no es la inteligencia, sino uno de sus resultados: el egoísmo.
Reflexionemos: cada quien jala para su lado, y salvo alguno que otro santo o filántropo, en la balanza pesa más el beneficio propio que el grupal. Sin embargo, es evidente que cuando los miembros de una comunidad actúan más en el beneficio general que en el particular, luce un poco más sólida.
Por eso es más sencillo de lo que parece entender al que vende el voto a cambio de unas tejas onduladas o al barón electoral que le apunta a ganador cuando expresa sus apoyos.
Esto se entiende mejor yendo a los extremos: en las comunidades de los grandes simios, hay un macho dominante, el más fuerte, y ese es el que tiene derecho a copular con las hembras. Y entre las arañas, hay una que se come a su pareja macho luego de copular.
Si estas cosas pasaran entre los humanos, resultarían insólitas, es claro, pero desde la perspectiva animal, se entienden como programaciones que garantizan el vigor y la prolongación de la especie: no es el individuo particular lo importante.
No puedo evitar, entonces, recordar la película ‘El planeta de los simios’ de 1968. En los estertores de la cinta, el doctor Zaius, defensor de la fe, atado y sometido, le dice a Taylor, el humano protagonista, algo como para pensar: “El hombre debe ser una criatura belicosa que batalla contra todo lo que lo rodea, incluso contra sí misma”, claro, porque es egoísta...
Columna 'Pura franqueza'
Publicada en ADN Barranquilla,
Julio 11 de 2012
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