Por: Javier Franco Altamar
Cuando los encuestadores defienden lo que hacen suelen decir que una encuesta electoral es una lectura de un momento específico. El “si las elecciones fueran hoy” sintetiza eso. La reacción del que aparece ganando es de “agradecimiento” al potencial electorado; y la de quien va a la zaga, viaja a caballo sobre la certeza de que todo cambiará en el camino y de que la “verdadera encuesta” es la del día de las Elecciones.
Una primera línea de reflexión conduciría a pensar que la única encuesta verdadera, en realidad, es la primera que se toma. Podríamos decir que, de todos modos, hay estudios previos de “favorabilidad” un tanto condicionantes, pero simulando que eso no existe, la primera encuesta de preferencias electorales no tiene una referencia anterior clara.
De ahí para adelante, sin embargo, comienza el baile. Nuestra naturaleza humana no es de perdedores, a nadie le gusta la derrota, así que “apuntarse a ganador” es la primera tendencia tanto de electores como de candidatos. El que, pese a todo, se apunta con el desfavorecido de la encuesta, tiene dos caminos: o va hasta el final con el horizonte de sus propias convicciones; o decide apartarse porque su voto es inútil y, no va ser tan tonto de perder el tiempo y tirar ese esfuerzo a la basura. Las encuestas, por su parte, van leyendo estos comportamientos.
Que el telón de fondo para tomar decisiones son las encuestas lo sé yo, lo saben los políticos, los saben los caciques, los asesores de imagen y los estrategas de campaña; pero el electorado suele creer que el asunto funciona al revés, con lo que termina dándoles la razón a las encuestas. ¿La consecuencia? Cuatro años de poder y presupuestos en manos de los candidatos ganadores, y un encuestador complacido de que se cumplió su profecía.
Julio 22 de 2011
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