Por Javier Franco Altamar
Sin que haya entre él y yo ninguna afinidad ideológica, el ex candidato presidencial Carlos Gaviria dijo el mejor concepto que he leído hasta ahora sobre la política: es el campo de la mentira interesada.
Hasta ahora nos han venido machacando que la política “es el arte de gobernar” o, como dice nuestro Diccionario RAE, es el “arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados”.
Toca definir la política de alguna manera decente, digo yo, para que parezca lo que no es, y haya espacios para quienes todavía se empecinan en entenderla como una actividad limpia, llena de filántropos y apóstoles desinteresados. Y es chévere, por supuesto, alimentarse con la idea de que esos personajes superdotados y especiales existen.
¿Mentira interesada? Sí: esa que se dice de dientes para afuera, partiendo, como lo dijo un grafito, de que “el sector público es el sector privado de los políticos”. Nuestro Diccionario RAE lo intenta decir cuando, en otras de las acepciones, define la política como la “actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”.
¿Mentira interesada? Sí lo es, porque hay un discurso que defender y alimentar ante los medios; porque hay unas decisiones que justificar ante la gente; porque hay unas intenciones genuinas de mandar de quien se siente señalado para ponernos en el sendero de las mejores condiciones de vida, y ni siquiera es necesario saber en qué consiste eso: lo importante es que creamos saberlo.
La única verdad que yo le agregaría al concepto de Gaviria es la que ningún candidato diría: montar una campaña política es invertir en un negocio muy, pero muy lucrativo.
Agosto 19 de 2011
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