Por: Javier Franco Altamar
La Secretaría de Movilidad de Barranquilla, si así lo quisiera, fuera la entidad más solvente de la Administración Distrital, la más boyante: bastaría con que cumpliera su deber.
Aceptemos que lo hace, que la fiscalización electrónica hizo aparecer recursos por comparendos donde antes no había, y que la Policía del tránsito, con sus eficientes patrulleros de otros lares, se jala una buena gestión en contra de borrachos y corredores. Aceptemos eso para no ser injustos, pero el potencial en otros aspectos es gigantesco.
La lista es larga: cambiar de carril sin avisar es una falta grave, invadir el carril contrario también; creo que accionar el pito cada cinco segundos merece cadena perpetua en otros países; y serpentear en motos y carros pequeños por las vías traficadas también está prohibido.
Y ni hablar de los motociclistas que conducen en chancletas y con el casco insinuado en la frente; de los apostadores de carreras en algunas calles del norte; de quienes usan el andén para parquear, y de los buses y camionetas que pasan raudos por encima de los reductores.
La lista sigue: están los taxistas que hacen colectivos en las principales arterias, los buses intermunicipales que hacen de urbanos y recogen pasajeros compitiendo en las calles; los propios buses urbanos que van a 80 kilómetros por hora por los barrios; las motos que se meten por sectores prohibidas; el taxi que se parquea frente al centro comercial interrumpiendo el flujo.
El Código de Tránsito lo tiene todo, y reproducirlo aquí sería tan ameno como un diccionario, pero tan larga es la lista de infracciones como de sanciones, con suficientes salarios mínimos legales vigentes de referencia como para volver multibillonaria a toda una Administración.
Agosto 30 de 2011
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