Por Javier Franco Altamar
De
la oreja derecha de su hija de 12 años, y luego de hacer uno pases mágicos, Dary
saca un billete de dos mil pesos. Todos aplauden y ríen. Por un minuto sueñan
que su vecino ha descubierto un método para sacarlos de pobre: un dispensador
de billetes en la oreja de María Andrea. Ella sonríe ahora. Vainas de su papá.
Es
una de esas ilusiones que parecen hechas como para que Dary y su hija sonrían
juntos con mucha fuerza, una y otra vez, como lo hacen casi siempre, salvo
cuando ella no se quiere comer lo que él, con tanto cariño, ha cocinado. “No es que
no me guste la comida, porque él cocina bien, sino que no tengo hambre”, dice la
niña. Todos ríen de nuevo.
Y ríe hasta
Dary, que aunque prácticamente no escucha (en realidad, es muy poco lo que
alcanza a escuchar) sí interpreta con claridad cada gesto, cada carcajada; y si de pronto algo no alcanza a entender, pues para eso está su hija, que aprendió el
lenguaje de señas para comunicarse con su padre a plenitud, para entender sus mimos y sus regaños, sobre todo lo primero.
Dary
es el nombre artístico de Dariel Pacheco Bermejo, soledeño, 50 años, quien
alguna vez fue barrendero de la Caja de Compensación Familiar Comfamiliar, pero
que ahora sobrevive gracias a lo que antes fue un rebusque de fines de semana:
la magia, mejor llamado ilusionismo.
Es diminuto y delgado, tiene el cabello crespo, rasgos agudos de ratón y una sonrisa permanente. En
su condición de sordo no habla. Tan solo se le escucha algo de claridad
cuando dice “Bogotá”, a donde dice que viajará dentro de poco, para encontrarse
de nuevo con su maestro de la magia Fabriany. Su hija –otra vez, su hija- le
ayuda a dejar claro que serán cuatro semanas: necesita aprender nuevos juegos
de ilusión.
Mientras
su padre alista un nuevo juego en el patio de la casa de Malambo, municipio donde
viven, María Andrea aprovecha para hablar de él: “es cariñoso, respetuoso,
consentidor”, dice. Ahora interviene María Pantoja, su abuela materna: “Trabaja
por la niña, está muy pendiente de ella, y cuando le toca algún show, algo le
trae, nunca deja de traerle algo”.
María
es madre de Ilsi, la esposa de Dary, que también es sorda. Fueron 11 años de
noviazgo y ya van 14 de matrimonio. María Andrea es hija única y no han pensado
en más. Ambos prefirirían que la niña estuviera recibiendo clases en su colegio
(estudia en grado 5), pero los docentes oficiales del departamento ya llevan
más de un mes de huelga.
“Para
él, ella nunca ha crecido. Le habla todavía como si fuera una nenita y la
consiente. Y nunca deja de darle consejos: mucho cuidado en la calle, que
siempre hay hombres malos”, dice María Pantoja.
Claro
que todas estas cosas, Dary las dice con señas, con sonidos guturales que
algunos ya entienden, y con sus manos que parecen bailar con las de su hija. Es un gran gesticulador, no hay duda, y siempre busca la forma de que le entiendan.
Ya
viene la nueva ilusión: Dary pone a girar, en 360 grados, la muñeca derecha que su hija le ha extendido. Lo que todos ven es increíble. Y así, con el brazo en esa posición
inusual, la niña y su padre se dan la mano. La ilusión termina y el brazo vuelve a su ubicación natural. Todos esperan
algún gesto de dolor de María Andrea.
-¿Eso
no dolió?-le pregunto
-Bueno,
un poquito –responde ella y vuelve a reír.
Publicado, en edición más corta, en el ADN Barranquilla
Junio 16 de 2917
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