Bozal español para un caimán currambero
Por: Javier
Franco Altamar
No
es normal que un caimán de nuestros ríos cruce el Océano Atlántico en busca de
nuevos espacios en Europa. Pero tampoco es normal que al llegar al otro lado
del mundo, en vez de un reconocimiento a su esfuerzo, reciba un bozal.
Sí,
todo esto suena absurdo. Para empezar, un caimán es capaz de desplazarse por el
agua a grandes velocidades gracias a su poderosa cola, que representa el 30 por
ciento de la longitud de su cuerpo. El asunto es que tan solo puede hacerlo en
ríos o ciénagas. En eso, el caimán se diferencia de su primo el cocodrilo (más grande,
hocico más agudo, dientes visibles) que sí tiene facilidades
para adaptarse al mar.
Pero nuestra historia costeña parió un caimán excepcional,
cuya primera gesta fue nadar aguas arriba desde Plato (Magdalena) hasta
Barranquilla, y de esa manera, saltó los límites de su propia leyenda y se
volvió canto. Una hazaña que, si se
examina bien, se vio favorecida por el hecho fantástico de que no era un caimán
puro, sino que parte de su anatomía (la cabeza,
cuando menos) era la de un hombre.
Si
continuamos la ruta de la metáfora, nos daremos cuenta, entonces, de que en
su nueva condición -es decir, un hombre
caimán vuelto canto-, nuestro personaje sorteó olas saladas no solo con el
impulso de su cola portentosa, sino de la propulsión musical. Así, nuestro
reptil sabrosón pudo atravesar el océano hasta pisar tierra firme en España.
Sin
embargo, allí donde sus ilusiones pintaban un paraíso de presas indefensas puro
oído, nuestro caimán recibió, como bienvenida, un bozal especialmente diseñado para
personajes como él. La idea fue del equipo de propaganda del dictador Francisco
Franco.
Pobre
caimán vuelto canto: sus mandíbulas sonoras, impregnadas de Barranquilla, se
quedaron sin espacio en las programaciones musicales: tan solo era posible
sobarle el lomo al reptil en los pentagramas íntimos, en los vaivenes de la
intimidad de cada hogar.
“Prohibido”,
puso alguien de la dictadura en la
carátula de aquel disco de 75 revoluciones por minuto. Lo escribió al pie de
‘Se va el Caimán’, así como lo había
hecho con tantos otros temas de otros tantos trabajos discográficos que
pudieran parecer ofensivos al amado generalísimo.
Corría
el año 1958. La reptiliana canción era una de las cuatro incluidas en el álbum
del paraguayo Luis Alberto del Paraná, con su ‘Trío Los Paraguayos’ (conformado
por Julio Jara, Reynaldo Meza y Jose de los Santos González). Venía acompañada
de ‘Ay Jalisco, no te rajes’, ‘Muñequita Linda’, y el vals peruano ‘Quiéreme’;
pero el único censurado fue el Caimán.
A
José María Peñaranda, barranquillero autor de la canción, aquello debió de parecerle
un exabrupto, entre otras cosas porque cuando a él se le ocurrió componerla a
ritmo de vallenato, a principios de los años 40, no tenía otra intención que la
de mamarle gallo a una leyenda muy comentada por entonces.
Alas de un réptil vuelto
canción
Algo
pegajoso debió tener aquel tema que tomó vuelo muy rápido (es un caimán que
nadaba y volaba, ya vemos), y a los pocos años, su estribillo principal (Se va el caimán/se va el caimán /se va para
Barranquilla) era parte de la propuesta musical de la película mejicana
‘Pasiones Tormentosas’.
Vea cómo va la cosa: un caimán en fuga, pero
visible entre dos personajes de espectáculo: Fabiola y Canillitas, interpretados por María Antonieta Pons y
‘Kiko’ Mendive, ambos cubanos. Ella, todo un portento de mujer de canto, baile
y bríos. ‘El Ciclón del Caribe’, le decían. Él, flaco, de sombrero y ojos saltones.
La
película, en blanco y negro, fue dirigida por Juan Orol, primer esposo de Pons,
y se estrenó en 1946. En una de las escenas más simpáticas, Mendive, vuelto ‘Canillita’,
canta ‘El Caimán’ con letra modificada y
a ritmo de son. Lo hace a petición provocativa de Fabiola, queda claro.
Antes
de convertirse en película, sin embargo, nuestro caimán dio un primer paseo por Argentina, todavía en su pureza de canción.
Llevaba, por entonces, su título original: ‘El Hombre Caimán’, como había sido grabada
por Peñaranda, en su propia voz, en la emisora la Voz del Litoral de
Barranquilla. Esa versión desapareció y el mismo Peñaranda reconoce, en una
entrevista, que no volvió a saber de ella hasta cuando apareció una versión
grabada en 1945 (un año antes de la película mejicana) por el maestro argentino
Eduardo Armani.
Según
se supo después, una copia del acetato extraviado había llegado a manos de
Emidgio Velasco, representante del sello disquero argentino Odeón, quien lo
envió por correo a Buenos Aires. Armani, una de las estrellas del sello, la
grabó de inmediato. Esa es la versión más antigua que puede escucharse hoy y
fue producida en ritmo de porro.
Esa
versión de Armani está vocalizada por Johnny Álvarez, y se respetó la letra
original de su autor, que empieza con una introducción equivalente al primer
verso del tema:
“Señores, voy a empezar mi
relato con alegría y con afán. En la población de Plato, ay, se volvió un
hombre Caimán”.
Y
empieza:
Ayer me fui a bañar/por la
mañana temprano/ vi un caimán muy singular/ con cara de ser humano/
Al mirarlo de cerquita/ le vi
rabo, como todos/ les diré que en la boquita/ tenía tres dientes de oro.
En
esta versión, el coro se apega al original de Peñaranda, coherente con la
circunstancia de que el compositor la
creó a partir de su propia ubicación en Barranquilla, capital del departamento
del Atlántico.
Ahí viene el caimán/ ahí viene
el caimán/viene para Barranquilla
Barranquilla
es la última ciudad que el río Magdalena humedece antes de mezclase con el Mar
Caribe en un cruce turbulento conocido como Bocas de Ceniza. Para llegar a la
gran capital, nuestra criatura mitológica debió nadar más de 200 kilómetros
aguas abajo. Y hasta donde llegó él, llegó la canción.
Le tocaría a otro autor, al soledeño Rafael
Campo Miranda, continuar el relato con una canción
de 1946 titulada ‘La tierra del hombre Caimán’. Para darle fuerza de
continuación, se la entregó al mismo Eduardo Armani de la de
Peñaranda, y el músico argentino la dejó simplemente como ‘El Hombre
Caimán’. El tema hace parte de la
selección de discos ‘Jazz Argentino’ Volumen 2. Su letra se contextualiza en los
Quintos Juegos Centroamericanos y del Caribe desarrollados en Barranquilla
entre el 8 y el 28 de diciembre de ese año:
Para los quintos Juegos,
caramba, Centroamericanos/ tenemos la noticia, señores, más sensacional/ Dicen
que en Barranquilla, ya han visto, al Hombre Caimán/ pasearse muy campante, de
noche, por el Terminal.
Campo
Miranda es autor de algunos temas muy reconocidos, como ‘Lamento Náufrago’,
‘Nube Viajera’ y ‘Playa Brisa y mar’, canciones muy apegadas a Puerto Colombia,
municipio costero aledaño a Barranquilla que lo acogió como hijo adoptivo. Él
asegura, en su libro ‘Vivencias musicales’ del 2005, que decidió crear esta continuación
dada la expectativa por la supuesta llegada del personaje desde Plato.
“Los
trabajadores de cuadrillas de cargue y descargue de los barcos que atracaban en
nuestro puerto, bodegueros, celadores de patio etc., le dieron buen crédito a
la leyenda del Hombre Caimán (…) Muchas fueron las versiones que esta novedad
creó entre las gentes del terminal y sus alrededores. Algunos trabajadores de
los patios y bodegas aseguraban haberlo visto llegar, y hasta aseguraban
haberlo perseguido, pero el animal se escabullía con facilidad hasta los
lugares aledaños”, dice Campo Miranda.
No
tuvo mayor éxito esta canción. La original de Peñaranda, en cambio, siguió su
derrotero en la historia.
Ese pelao va a llegar lejos
Peñaranda
había nacido en Barranquilla el 11 de marzo de 1907, y sus desplazamientos
primeros a la Zona Bananera del departamento del Magdalena le venían desde
pequeño, porque acompañaba a Mercedes, su madre, a vender ropa por todos esos
pueblos. En Aracataca, la tierra del Nobel de Literatura Gabriel García
Márquez, tuvo ocasión de apreciar una ejecución callejera de Francisco Moscote,
a quien llamaban ‘El Hombre’. Alcanzó a verlo varias veces.
“Yo
recuerdo que él llegaba con su acordeón, una guacharaca y un tamborito que
llaman caja. La gente decía: ‘llegó el hombre, llegó el hombre’. Y él tocaba
con sus compañeros y se ponían a tomar trago. Yo estaba ahí. Un día me quedó
viendo y dijo: a este pelao le gusta la música. Ese pelao va a llegar lejos. Y
era verdad. Yo donde había música, ahí estaba yo. Eso nace con uno”, le dijo a
su entrevistador en una emisión del programa ‘Maestros’ de la programadora
Audiovisuales, emitido en 1995 por el entonces canal A (hoy, Canal
Institucional).
Lo
de la música, dijo allí mismo, se le apareció desde niño como una opción de
pasatiempo en el Barrio Abajo, donde nació y pasó gran parte de sus años infantiles.
Aseguró que escuchaba los bramidos de los barcos que subían y bajaban por el
río Magdalena, y los que llegaban a la Intendencia Fluvial por el caño de las
Compañías, no muy lejos de allí, y hasta eso le parecía musical.
Eran
los días en los que él jugaba fútbol en la calle como cualquier niño, pero
intercalando los espacios de ocio con la interpretación autodidacta de los
instrumentos musicales. “Lo primero que yo toqué fue el tiple, cuando ya era un
hombrecito. Después, la guitarra; después el acordeón. O sea, desde muchacho me
gustaba a mí la música”.
Empezó
a componer en 1937, pero fue en los años 40 cuando decidió dedicarse por entero
a la música, haciéndose acompañar de unos amigos suyos de apellido Ramos, hasta
que grabó, en la Voz del Litoral la versión original del ‘Caimán’, la
extraviada. Ya en los años 80, Peñaranda
la grabó de nuevo en ritmo de paseo vallenato, y decidió respetar el
estribillo con que ya la canción era más que conocida: Se va el caimán/se va el caimán /se va para Barranquilla
La
de Peñaranda es una historia musical que contiene títulos como ‘Me voy pa’ Cataca’,
interpretada en 1949 en la película ‘Amor Salvaje’, del mismo Juan Orol de
‘Pasiones Tormentosas’. Ese tema, con algunas leves variaciones, fue grabada
por la Sonora Matancera en la voz del también barranquillero Nelson Pinedo,
pero ya con el nombre de ‘Me voy pa’La Habana’.
A
la lista de la obra de Peñaranda se suman
otros títulos como ‘La cosecha de mujeres’ de gran difusión internacional.
En
la década de los 50, ya Peñaranda hacía giras por todo el país imponiendo un
estilo picaresco de temas de acordeón con números como ‘Las cuatro hijas’, ‘Que
le den’, ‘Las secretarias’ (esta le ocasionó un lío con este gremio de
trabajadoras), y ‘Teresa’, entre varios
otros. Más adelante vendría la frontalmente procaz ‘Opera del mondongo’.
Pero
ninguna de estas canciones, muchas tarareadas todavía, ha sido capaz de
desbancar a ‘Se va el Caimán’ (título con que la canción se quedó para siempre)
como la más distintiva de Peñaranda, la más interpretada por los rincones del
mundo, y la más traducida a otras lenguas: se habla de siete…
El insumo: toda una leyenda
La
base de la canción, su insumo principal es una leyenda de Plato. Esa leyenda,
fragmentada y en diferentes versiones, era parte del anecdotario de los
pescadores de la población. Pero un día cualquiera, llegó el cronista Virgilio
Di Filippo y la convirtió en un relato concreto, que divulgó a través de una de
sus columnas en el diario La Prensa de Barranquilla.
Di
Filippo no era plateño, sino de otro pueblo ribereño ubicado a mitad de camino
hacia Barranquilla, pero del mismo departamento del Magdalena: el Cerro San
Antonio, el de Juancho Polo Valencia.
Este
cronista había llegado a Plato en 1927 y se convirtió en Secretario del Juzgado
Municipal. Era abogado, periodista, escritor, compositor, organista, sacristán
y hasta organizador de las fiestas religiosas de Plato. Se casó allí con la
profesora Clara Luz Alfaro De León, dictó clases en el pueblo y allí mismo
murió.
En
torno al mismo Di Filippo hay una versión fantástica en el sentido de que
cuando una vecina suya pasó por la calle gritando que un plateño se había
convertido en caimán, nuestro cronista fue incapaz de levantarse de la silla. Incluso,
se dice que, de inmediato, algo lo empujó a escribir el relato.
En
la leyenda, aparece como protagonista un ficticio Saúl Montenegro. Según Édgar
Romanos (un plateño que se disfraza de ‘Hombre Caimán’ en las fiestas
pueblerinas inspiradas en esta leyenda), no era el nombre que tenía pensado Di
Filippo, porque su intención primera fue
utilizar el de un pariente de su esposa para jugarle una broma.
El
hombre, cuya identidad no aparece en la versión de Romanos, llegó a amenazar a
Di Filippo: si lo identificaba a él como ‘Hombre Caimán’, haría algo peor: regaría
que nuestro cronista era el autor de unos pasquines con chismes e infidencias
de los pueblerinos. Así fue como el tal pescador ‘Saúl Montenegro’ prestó su
nombre desde la fantasía, y se quedó con la condición histórica que nadie la ha quitado.
Tal
leyenda tiene muchas versiones según sea su divulgador o el medio utilizado,
pero conserva su esencia: Saúl Montenegro, además de emborracharse luego de sus
faenas, gustaba de espiar a las mujeres cuando ellas se bañaban desnudas en un
brazo del río llamado ‘Caño de las mujeres’. Lo hacía desde los arbustos, pero
su deseo enfermizo era el de poder verlas más de cerca.
La
leyenda aporta un rasgo distintivo de ese pescador además de su apariencia
curtida: tenía dos dientes de oro cuyos destellos alertaban sobre su presencia
entre los matorrales. Eso hacía que las muchachas huyeran. En la búsqueda de
una solución para acercarse más a ellas, llegó a pensar en dos posibilidades:
la de volverse invisible, o la de convertirse en un caimán a voluntad. Si tan
solo pudiera ser en un caimán, pensó, pasaría inadvertido desplazándose a ras
de agua.
Lo
consultó con unos gitanos y estos le hablaron de un indio de La Guajira que
podía convertir a las personas en animales. Ese personaje, que es llamado ‘Gran
Piacha’ en una de las versiones de la leyenda, escuchó la petición de Saúl y le
preparó varias botellas: unas con un líquido blanco para echarse al cuerpo y
convertirse en ‘Caimán’; y otras con un líquido rojo para reversar el proceso.
De
ahí en adelante, un amigo suyo lo acompañaba en su tarea, de manera que Saúl,
convertido en caimán, se lanzaba al agua y agazapado entre las piedras,
disfrutaba del espectáculo de las bañistas; luego regresaba, y su amigo lo
ayudaba en el proceso de retorno a su forma humana.
Eso
funcionó varias veces, hasta que ese compañero fiel, pasado de tragos, no lo
pudo acompañar. El amigo que lo reemplazó hizo bien la primera parte, pero al
verlo regresar de las aguas, con la boca enorme abierta, dejó caer el frasco
del líquido rojo (el último que le quedaba) y el recipiente reventó contra una
roca. Una parte de la poción alcanzó a caer en la cabeza del caimán, que
recobró la apariencia de la de Saúl, pero el resto del cuerpo siguió siendo el
de un reptil. Algunas versiones de la leyenda hablan de que también recobró
parte de la apariencia del torso; y en otras, cambian el orden de los colores
del contenido de los frascos.
Luego
de la rabia inicial contra su amigo, Saúl no tuvo más que asumir su nueva
condición y adoptar el río y su caño como hábitat. Pero su presencia se hizo
muy notoria, se convirtió en terror del lugar, nadie volvió a bañarse en ese
caño, y empezó a fraguarse un plan para darle cacería.
Al
‘Hombre Caimán’ le tocó esconderse. Tan solo se dejaba ver de su madre, quien le
preparaba sus alimentos favoritos y se los llevaba. Incluso, algunas veces le
llevó licor. Como buena madre, ella trató de encontrar ayuda para su hijo, y viajó
a La Guajira en busca del indio brujo, pero se enteró de que había muerto. La
leyenda dice que ella, muy triste, murió de pena en el viaje de regreso a
Plato.
Enterado
de las malas noticias, Saúl-Caimán decidió lanzarse al río y dejarse más bien
arrastrar por él hasta Barranquilla, donde finalmente desapareció.
Los
términos de esa angustiosa historia, divulgada por la prensa gracias a la pluma
de Di Filippo, atraerían a muchos forasteros hasta Plato. Uno de ellos fue José
María Peñaranda Márquez, el que la convirtió en canción.
Un reptil en muchas bocas
Del
primer intérprete internacional de ‘El Caimán’, el ya mencionado Armani, debe
decirse que nació en Buenos Aires el 22 de agosto 1898; y allí mismo falleció
el 13 de diciembre de 1970. Su agrupación, para efectos de marca, era una
orquesta de jazz. Así aparece incorporada a la historia musical de Argentina.
Armani
fue violinista y director de orquesta. Las diversas notas biográficas sobre
este músico coinciden en resaltar su destacado desempeño tanto en el ámbito de
la música clásica, como en el de la música popular.
En
las notas que acompañan el disco ‘Eduardo Armani y sus mejores porros’, el
comentarista musical Hernán Caro resalta el interés de este músico hacia las
canciones colombianas, por lo que a partir del año 1940, empezó a grabar
algunas para el sello Odeón. Su repertorio incluye temas de José Benito Barros,
Lucho Bermúdez, Jorge Monsalve, Pacho Galán, Milciades Garavito y José María
Peñaranda.
En
Señal Memoria, estrategia del Canal Colombia para salvaguardar, promover el
patrimonio audiovisual y sonoro del Sistema de Medios Públicos, hay todo un
capítulo dedicado a Armani. Allí se resalta que la presencia del sello Odeón en
Argentina es una piedra angular en el desarrollo del tango. Pero además de eso,
esta empresa discográfica se preocupó por abrir mercados en todo el mundo, y lo
hizo a través de la grabación de diversas músicas locales de carácter popular:
“Armani
tomó parte protagónica en dicha apertura sobre la base de una mentalidad
musical ecléctica y creativa. Además de la experiencia tanguera y del bagaje en
el ámbito de la música clásica, desde los años veinte, el violinista se
aventuró en la novedosa senda del jazz. El aporte de cada una de estas
prácticas musicales puede escucharse en las grabaciones de su orquesta”, dice
uno de los apartes dedicado a este músico.
En
la lista de los intérpretes internacionales del caimán vuelto canción se destaca también Billo Frómeta, que la
grabó por primera vez con la voz de Víctor Pérez en 1946 para la RCA Víctor. Luego
volvió a grabarla en versiones de mejor musicalización con el mismo Pérez
(1962). Hay otra versión casi estrictamente instrumental (solo con el
estribillo) producida en 1978 como parte de su Mosaico 41.
Víctor
Pérez también la grabó en 1960 con su orquesta Sans Souci. La lista sigue con el arpa viajera de Hugo
Blanco, el Cuarteto Imperial; varias agrupaciones colombianas empezando por la
Orquesta de Pacho Galán; conjuntos colombianos como el grupo Niche, y Fruko y
sus tesos, grupo Raíces; y una veintena más de agrupaciones e intérpretes de
todas las nacionalidades hasta llegar al poeta y cantautor Facundo Cabral. El
argentino la interpretó en 1992 como parte de su álbum ‘Yo vengo de todo el
mundo’ en un ritmo de copla, con respeto al estribillo, pero entre versos alusivos
a Colombia.
La pata deportiva del caimán
Hay
una versión del tema que, sin pretenderlo, le hizo salir una nueva pata al
caimán, una pata deportiva. Se trata de la del colombiano radicado en Buenos
Aires que se había hecho muy popular en
los años 40 del siglo pasado: Efraín Orozco.
Él
nació en 1898 en Cajibío, Cauca y había
empezado en la música a los 19 años. Organizó
su primera orquesta en 1932 y se hizo reconocer en las fiestas de la clase alta
bogotana de la época.
No
tardó en hacerse contactar por otros exponentes musicales de Latinoamérica, por
lo que terminó realizando una gira internacional que lo llevó al Casino Viña
del Mar de Buenos Aires en 1940. La aceptación fue tanta que decidió
establecerse por 19 años en tierras argentinas con su misma orquesta ‘Efraín Orozco
y sus alegres muchachos’. Y con ella, grabó, en 1946, el mismo año de la
película mejicana, su propia versión de ‘El Caimán’.
En
ella se respeta la estrofa original, retoma el estribillo de la película
mejicana, y agrega apartes no muy conocidos en estos días:
Una niña patinando/ patinando
se cayó/y en el suelo se le vio/que no sabía patinar.
Y
uno fantástico al cierre:
La mujer del bodeguero/está
pidiendo el divorcio/ porque dice que el marido/ no sirve para el negocio
Esta
última línea, en particular, Orozco la interpreta con una risita socarrona que
resalta el doble sentido, y replica el estribillo de la película, más coherente
con el hecho de que la canción está fuera de su espacio geográfico original.
Se va el Caimán/se va el
Caimán/se va para Barranquilla.
En
esta nueva versión, el tema tomó un vuelo y se volvió muy popular en Argentina
en los años siguientes. De manera que cuando un tocayo de Orozco, el arquero
barranquillero Efraín Sánchez, se apareció por esas tierras para firmar con el
equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro, ocurrió lo que tenía que ocurrir:
terminó apodado ‘El Caimán’.
“Era
febrero de 1948. Yo tenía cuatro días de haber llegado a San Lorenzo, recién
desempacado del colegio Barranquilla, donde acababa de terminar el cuarto
bachillerato –recuerda ‘El Caimán Sánchez’ al filo de sus 90 años – “Yo había
sido parte de la Selección Colombiana de Fútbol con ocasión del Suramericano de
Guayaquil (Ecuador) a finales de 1947. Lino Tayoli, director técnico de la
selección Colombia, nos llevó a visitar a la de Argentina y en el lobby del
hotel me encontré con René Pontoni, una de las estrellas argentinas. Me dijo:
‘Negro, ¿a vos te gustaría ir a jugar al fútbol argentino para defender la
camiseta de San Lorenzo de Almagro’’? Y yo dije que sí”, recuerda Sánchez.
A
los pocos días, como se lo prometió, Pontoni lo puso en contacto con Nicolás
Guissarri, delegado de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en el
Suramericano y miembro del San Lorenzo. Y allí mismo, Guissarri le dio las
instrucciones para hacer el contrato con San Lorenzo. El propio delegado lo
recibiría en Buenos Aires. Luego, lo llevaría al periódico ‘Crítica’ para que
lo entrevistaran y así presentarlo a la afición argentina.
De
esa manera y sin más misterios, Efraín Sánchez se sumó a una lista de jugadores
con los cuales el San Lorenzo de Almagro trató de reforzarse para mejorar su
campaña del año anterior, cuando, si bien había hecho una gira fantástica por
Europa, no había logrado salir campeón (lo fue River Plate) como sí lo hizo en
1946.
La
lista de refuerzos la completaban el volante central Ángel Perucca, del club
Newell's; el marcador Ulises Terra, de Uruguay; el volante central Vicente
Maurino, del club Tigre; el puntero derecho Eduardo Reggi, del club Los Andes;
el también arquero Nelson Festa, de la Ciudad de Santa Rosa, La Pampa; y el
puntero izquierdo Jorge Enrico, que regresaba de México. Efraín Sánchez llegaba
procedente del club Fortuna de Barranquilla. El director técnico era Atilio
Giuliano.
“San
Lorenzo era uno de los seis equipos grandes de Argentina –continúa Efraín
Sánchez-. Los otros eran River Plate y Boca Juniors, por un lado; Independiente
y Racing por el otro, San Lorenzo y Huracán por el otro. La entrevista en
‘Crítica’ fue con el jefe de deportes, Fernando Villa, quien luego de
preguntarme el nombre me dijo. "¿Dónde naciste?” Le respondí: “nací el 27 de febrero de 1926 en
Barranquilla”. Recuerdo que el tipo se quedó pensando y me dijo. “¿No es esa la
tierra de la canción ‘Se va el caimán, se va el caimán, se va para
Barranquilla?” Yo dije que sí, efectivamente, ahí nací yo, y la entrevista
siguió.
“La
canción estaba en el ambiente, y yo llegué en época de Carnaval. Era un tema
muy popular. Al día siguiente, en letra de molde grande, puso en el titular de
la nota ‘EL CAIMÁN, y en letras negras, ‘nos lo envían desde Barranquilla y se
trata de un arquerito colombiano, Efraín Sánchez, que viene a probar suerte en
el fútbol argentino defendiendo la camiseta de San Lorenzo de Almagro”. Yo
tenía 19 años, y ni asomo de bigote ni barba ni nada de eso, con cara de pelao,
y venía del fútbol amateur. Me imagino que por eso fue lo de ‘arquerito”.
Sánchez
recuerda que el proceso de adaptación fue duro, el cambio había sido brusco
para él. “Me fui adaptando porque se trataba de vivir en una ciudad distinta y
un país distinto, yo que venía de una ciudad que, para entonces, tenía apenas
275 mil habitantes”.
Pero
a lo que sí se adaptó enseguida fue al apodo. “Y la gente comenzó a decirme así
y no sentí ninguna animadversión. La realidad era que me habían bautizado como
a muchos otros. Un año después, cuando llegué a Colombia con el (club) América,
seguía siendo así. Fue la época en que Carlos Arturo Rueda (locutor reconocido)
estaba en su mejor época y le ponía apodos a todo el mundo; pero a mí el del
‘Caimán’ no me hizo mella.
“Y
me quedé con ese remoquete, y en todas las enciclopedias incluyendo la de la
FIFA, el recordatorio se refiere a mí como ‘el Caimán’, el ‘Zamora
Suramericano’. Durante 20 años de carrera futbolística, alcancé a volverme
famoso, y a donde llegaba me preguntaban por el sobrenombre, y siempre tenía
que contar la misma historia. Ya no sé cuántas veces lo he hecho, cien,
doscientas, no sé…”
Tarima, calle y política
Así,
con el bautizo a Efraín Sánchez, se
reforzó la conexión de ‘El Caimán’ con la ciudad de Barranquilla. Fue algo que
llegó más allá de lo que el propio Peñaranda imaginó, hasta el punto en que se
sintió obligado a bajar su caimán de las tarimas, donde era exclusivamente un
tema musical, y presentarlo en las calles en forma de disfraz. Para hacerlo, se
hizo fabricar un caimán de madera, se lo puso a la cintura como lo hacen en las
fiestas de Ciénaga (otro pueblo del Magdalena), y se incorporó a los desfiles.
Como
en nuestra ciudad todo es contagioso, ese caimán de madera terminó incorporado
a algunas otras cumbiambas del Carnaval de Barranquilla y de allí no se ha
querido ir. De paso, con tanta presencia
y por tantos lados, el caimán terminó asociado con el talante barranquillero en
un sentido jocoso y típico. No como el mismo Peñaranda lo había sugerido en la
canción, cuya estrofa de cierre alude, según explicó alguna vez, a los
politiqueros.
La cuestión no es tan
sencilla/y aquí voy a despedirme/ también hay en Barranquilla/ caimanes de
tierra firme.
Un
verso de ‘vacile’, dirían hoy, decían entonces, pero ese veneno político que
quiso imprimirle Peñaranda desapareció, incluso por cuenta de que otro animal
se quedó con los créditos de conexión con los políticos locales: la rata
A
nivel internacional, sin embargo, la historia diría otra cosa. El estribillo de
la canción es flexible, de fácil adaptación, como la criatura inspiradora que
sometió las olas. Es un estribillo comodín
para expresar deseos, anhelos, por lo que resultó fácil de evocar en ciertos momentos histórico
que le tocaron en coincidencia.
Por
eso, nuestro extraordinario reptil convertido en canción terminó con su bozal
español. Casi que ni le dejaron posar
sus patas traseras en la península ibérica para de inmediato ponérselo: es que
a juicio de los esbirros de Franco, ya esa canción-caimán había hecho mucho
daño en tierras americanas como para dejarla hacer de las suyas en tierras
ibéricas.
Lo
que ocurrió fue que dada su popularidad, el Caimán se volvió tema tarareado e
interpretado a manera de burla contra el presidente panameño de los años 40 del
siglo pasado Enrique Jiménez. La circunstancia de que Jiménez hubiese sido
impuesto como mandatario por una Convención Nacional luego del golpe de Estado
civil a Arnulfo Arias, le granjeó antipatías. La canción, entonces, se
incorporó al abanico de las expresiones opositoras como una especie de presión
a que el sujeto abandonara el poder, un cántico de esperanza:
Se va el caimán, se va el
caimán….
Por
este lado, sin embargo, más fue la bulla de la canción que sus tropiezos.
Jiménez, que había asumido el poder en 1945 y gobernó hasta el 48, supo del sentido
que le daban sus opositores, pero tuvo la oportunidad de conocer la versión
original de la canción en abril de 1946, cuando Peñaranda se presentó en vivo
por la Cadena Panameña de Radiodifusión y en el Teatro Panamá. La carta de
felicitación que el Presidente le envió
a Peñaranda dejó claro que por lo menos desde la perspectiva de su autor, el tema no tenía nada que ver con
el uso que le daban.
Un
año después, el Caimán volvió por sus fueros más o menos con las mismas
intenciones, pero en Nicaragua. Lo hizo el 1 de mayo de 1947 en el acto de
posesión del presidente Leonardo Argüello Barreto. Este personaje reemplazaba a
Anastasio Somoza García, quien ejercía el poder desde 1937 luego de que, tres
años antes, había mandado a eliminar al general Augusto Sandino.
Para
el acto sublime, la Tribuna Monumental o Presidencial en la Explanada de
Tispaca estaba abarrotada, no tanto para aplaudir a Argüello, que sabían
ganador por un fraude, sino para tener el placer de ver a Somoza en trance de
marcha. Así que mientras el presidente saliente leía su discurso entre
balbuceos y con los ojos húmedos de la tristeza, en medio del público empezó a
escucharse un silbido al que todos se fueron sumando: era en el ritmo de
estribillo de la famosa canción de Peñaranda. 25 días más tarde, luego de
diferencias abismales con Argüello, y desde su cargo de la poderosa Guardia
Nacional, Somoza García volvió al poder en un segundo golpe de Estado.
El bozal del viaje final
Con
toda esta conexión entre el famoso estribillo y los opositores en tierras
centroamericanas, no resultó extraño que la canción fuera mal recibida cuando
apareció en España en 1958, en plena dictadura de Francisco Franco.
En
particular, era la versión del paraguayo Luis Alberto del Paraná, con su ‘Trío
Los Paraguayos’, conformado por Julio Jara, Reynaldo Meza y Jose de los Santos
González. La canción venía en un acetato de 78 revoluciones por minuto que
traía cuatro temas: ‘Ay Jalisco no te rajes’, ‘Muñequita Linda’, ‘Se va el
Caimán’ y ‘Quiéreme’ (un vals peruano); pero el único censurado fue el del
Caimán.
Una
investigación del periodista José Manuel Rodríguez, dada a conocer en su libro
disco ‘Una historia de la censura musical en la radio española’ editado en el
2008 en España, da cuenta de ese detalle en particular, y explica lo que pasó
con 40 canciones calificadas como “no radiables” entre los años 50 y 60 del
siglo pasado, en la dictadura de Franco.
Era
una prohibición en dos escalas, recuerda Rodríguez, en una práctica que empieza
a darse desde el año 1939 con el inicio de la dictadura. Franco gobernó España
con mano firme y autoritaria hasta 1975, cuando murió. Esa fue una dictadura
con un perfil muy personal sin una ideología definida más allá de su carácter
confesional (católico integrista), unitario y centralista (contra toda autonomía
regional o reconocimiento de peculiaridades culturales) y claramente
reaccionario y conservador (los partidos y los sindicatos de clase fueron
prohibidos).
La
orden de censura o prohibición musical venía desde la Dirección General de
Radiodifusión, perteneciente al Ministerio de Información y Turismo. Desde esa
Dirección se hacían unas relaciones de canciones ‘no radiables’. Es decir,
podían escucharse en salas de fiesta o en la casa, pero no se podían emitir por
la radio. Esa relación era enviada a todas las emisoras. Solo llegaban la letra
y el nombre del autor. Y en la misma emisora, dependiendo del nivel de
autocensura o la forma en que interpretaran la disposición, el jefe de
programación simplemente transmitía la orden de boca o podía llegar al extremo
de rayar con un punzón el área del acetato. Había quien simplemente ponía una
inscripción al lado del nombre de la canción, y eso fue lo que pasó con ‘Se va
el caimán’.
El
mismo estribillo se trajo después a colación en la misma España, pero ya con la
democracia restablecida, cuando el diputado del Partido Socialista Obrero
Español (Psoe) Alfonso Guerra se marchaba del Congreso luego de casi cuatro
décadas al frente de su curul y con varios anuncios no cumplidos de que se
marchaba: “El caimán andaluz se iba definitivamente a Sevilla, que no a
Barranquilla, y dejaba el Congreso tras 37 años de actividad parlamentaria”,
dijo el diario ‘Tribuna abierta’ debajo del titular ‘Se fue el caimán, se fue
el caimán’ de la nota escrita por Iñaki Anasagasti, el 11 de enero del 2015.
Esta
historia, pese a estar tan llena de complejidades políticas, suena todavía muy
ajena a lo que dejó ‘El Caimán’ como canción popular. En Colombia, y más concretamente en la Costa
Caribe, la imagen de este reptil nunca ha dejado de estar más asociada al
folclor y a la cultura que a la política. Quizás con la única excepción del
abogado, periodista y locutor barranquillero, Ventura Díaz, quien fue
gobernador del Atlántico, cónsul en Aruba y embajador en Jamaica.
El
apelativo de ‘Caimán parao’ como se referían a él en sus mejores épocas de la
radio barranquillera, no tiene nada que ver con la política, sino con su
sonrisa, más amplia de lo habitual.
Y
está el caso del humorista musical Alvaro Lemmon, a quien se conoce en todo el
país como ‘El hombre Caimán’. Sin embargo, es un nombre apelativo relacionado,
tan solo, con que él nació en Plato, la tierra de la leyenda, la del cuento que
sirvió de insumo para la canción de Peñaranda y para este texto...
Publicado en la revista 'Pluma Caribe' de la Universidad Autónoma del Caribe, edición mayo 2017
Publicado en la revista 'Pluma Caribe' de la Universidad Autónoma del Caribe, edición mayo 2017
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