Por: Javier Franco Altamar
María
del Carmen Cabrera Celis vino marcada, de nacimiento, en la devoción a la
Virgen del Carmen: su mismo nombre lo dice todo, y si algo tiene que
agradecerle a la madre de Dios, es haberle dejado vivir 101 años para seguir
venerándola.
Este jueves en la mañana,
cumplió con una de las citas que más la emociona y a la que no ha faltado
jamás desde 1928, cuando a los 14 años, comenzó a asistir a las misas mañaneras
de la Virgen del Carmen en la recién construida parroquia del barrio El Prado.
Cuando ya era una cincuentona,
fue testigo de la llegada de los frayles de la Orden de los Hermanos Menores
Capuchinos, a quienes se encomendó la parroquia luego de haber
permanecido, por 15 años, al frente de la de San Miguel del Rosario.
Esa historia ha pasado frente a
ella y la recuerda con entusiasmo, porque es una secuencia de momentos atados a
su Virgen del Carmen del alma, la que le ha permitido vivir, dice ella, muy
sana (no sufre ni siquiera por el azúcar), lúcida y alegre.
Cada domingo, asiste a misa, y
todas las noches, le reza su rosario. “Nunca se ha desprendido de mí, me ha
acompañado siempre. Es mi vida entera”, asegura esta mujer delgada y menuda,
que lee sin lentes por unos ojos vivaces, y que habla con una voz bajita, pero
clara.
De eso fueron testigos quienes
la acompañaron y la aplaudieron en la celebración de sus primeros cien años el
12 de mayo del 2014. La mañana de ese día, leyó, sin titubear, el aparte de la
Biblia que le correspondió en la ceremonia litúrgica en su honor.
Ayer, durante una pausa
en las misas de la mañana, habló con el ADN y lo asumió como un nuevo
favor del cielo, porque siempre quiso contar su historia. En algún momento,
dice ella, logró captar la atención del periodista Ernesto McCausland. Él
prometió entrevistarla, pero la muerte del cronista, ocurrida el 21 de
noviembre del 2012, se interpuso.
Por eso, no paraba de
bendecir, y de dar las gracias a la Virgen. Al lado, su hija, Inés Aminta
Berrío Cabrera, le ayudaba a ordenar las ideas y no paraba de celebrar cada
ocurrencia de su madre.
“Mi mamá es todo un
personaje. Cuando vamos a un centro comercial, se queda mirando para
todos lados y me dice: no veo ninguna cara conocida. Y yo le digo, pero mami,
si todos lo que conociste ya están en el cementerio”, cuenta Inés Aminta
y ríe a carcajadas.
Ella tiene 80 años, pero
aparenta unos 60. No hay duda de que hay un tema genético de por medio. “Soy
hija única. Mi padre murió a los 27 años, y desde entonces, ella fue padre y
madre para mí. Me llevaba al colegio, me recogía, y así me fue inculcando
la devoción por la Virgen”, dice ahora. Y asegura que es una herencia que
continuará, porque ella ya trasladó su devoción a sus tres hijos, y estos, a
sus siete nietos.
Doña María del Carmen, por su
parte, no desaprovecha el mínimo instante para hablar: recita su número de
cédula para que no quede duda de su buena memoria: 22.277.180 de Barranquilla.
Dice que estudió en el colegio Americano e insiste en que “desde niñita” está
con la Virgen.
Confiesa que le gusta el baile,
que ha participado en cumbiambas, que baila tangos y boleros, que canta
canciones de todas las épocas, que lloró la muerte de Carlos Gardel, y
que se toma sus tragos en ocasiones especiales. “No tengo preferencias. Me tomo
lo que me brinden, pero con devoción y respeto”, asegura.
No se marchará de la iglesia
sin comulgar y eso lo deja bien claro. Por eso, es hora de regresar al
templo: Va recitando: “Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues solo
un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, o Virgen
Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón. Dame tu
bendición, nunca me abandones, madre mía”.
Su hija celebra y la acompaña
en reemplazo del bastón que ella se niega a usar. “Así es ella. Agregándole
cosas nuevas a las oraciones”.
Publicado en ADN Barranquilla
Julio 17 de 2015
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