Por: Javier Franco Altamar
Nosotros los que venimos de una época de locutores bien preparados, de hombres de radio que sentaban cátedra entre un disco y otro para poner al oyente en contextos sobre autores, compositores e intérpretes, nos parece lamentable la ramplonería de hoy, la vulgaridad que se ha tomado nuestras ondas hertzianas como si fuera el sello distintivo de la modernidad.
De la voz bien timbrada que a uno le permitía distinguir un locutor de otro, hemos pasado a los ‘diyei’ con remoquetes, que hasta hablan igualito, en el mismo ritmo y los mismos timbres; como si parecerse el uno al otro fuera lo distintivo de ahora, como si ese contrasentido fuera el único sentido posible.
Y de los buenos consejos de cabina, que lo llevaban a uno por los significados de la obra de arte, y le permitían al oyente conocer historias, anécdotas y secretos de la creación, hemos pasado a la retahíla insulsa y superficial, ofensiva y burlesca, escenario donde el radioescucha suele ser la víctima, y lo peor es que queda convencido de que se está divirtiendo.
Entre sus múltiples efectos, los medios de comunicación reafirman valores y cumplen una labor educativa incluso cuando creen que no están educando, porque bajo sus verdades y discursos van deslizando representaciones y modos de pensar.
Pero con la calidad y profundidad de los discursos y comentarios de ahora, a los oyentes de programas musicales no les queda otra alternativa que la de hundirse en la ignorancia, con un entorno de recocha que adorna su propia cárcel intelectual y con la voz aguda impostada del ‘diyei’ iluminándole el camino.
Publicado en ADN-Barranquilla,
Febrero 29 de 2012
No comments:
Post a Comment