Por: Javier Franco Altamar
A mis lectores fieles, esos que esperan mis columnas para darse un respiro informativo, les tengo un consejo valioso: si les gusta andar a toda velocidad por las vías de la ciudad sin tener que obedecer semáforos inoportunos o señales de tránsito retrógradas, búsquense un empleo de conductor de ambulancia.
Alguna vez escuché que en Bogotá, dado el caos vehicular de la ciudad, no faltaban los viajeros que contrataban ambulancias para, por lo menos, llegar a tiempo al aeropuerto El Dorado.
En este caso, mi llamado a los barranquilleros es al perrateo pleno, a burlarnos de los demás, a hacer que los otros carros de la vía se aparten para que nosotros, con la sirena a toda bulla, podamos abrirnos paso, simulando que vamos en busca de un accidentado o que, en el peor de los casos, llevamos un herido cuya vida pende de un hilo.
Y llegaremos a tener unos escrúpulos a toda prueba, casi inexistentes, para hacernos a un lado en la vía y detenernos a charlar con ese amigo de años súbitamente descubierto a la vera; o con esa vecina guapa que reconocimos en la parada y que, de pronto, necesita un chance. ¡Qué más da!
Es muy probable, como ocurrió ayer por la mañana en la calle 30 con la 11, que seamos dos los conductores orillados, porque acabo de descubrir que la ambulancia competidora de la vía es un compañero de empresa, y me toca hacerle una seña para detenerlo: debo darle una razón o necesito recordarle que me debe un dinero, no sé.
La indignación de los demás me importará muy poco: eso es lo divertido, lo chévere...
Publicado en ADN-Barranquilla
Febrero 1 de 2012
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