Monday, December 05, 2016

El silencioso presente de Adolfo Echeverría

La Casa del autor de ‘Las Cuatro Fiestas’ y  ‘La Inmaculada es hoy una escuela de artes para niños y niñas del barrio.

Por Javier Franco Altamar 
El mensaje de Anastasia Arrieta es claro: ya se ha marchado media farándula nacional, pero el maestro Adolfo Echeverría, su esposo, continúa allí, a sus 82 años, en la habitación principal de esa casa blanca del barrio Los Almendros de Soledad (Atlántico), donde opera la fundación y escuela gratuita de artes para niños y jóvenes del vecindario.
Ella, el maestro Echeverría y una hija de ambos, Ana Sofía, viven allí desde marzo del 2014, cuando recibieron la casa de manos del entonces gobernador del Atlántico, José Antonio Segebre, quien lideró el proceso de donación de la misma.
Se acababan así los tumbos de vivir de alquiler, porque los gastos por los quebrantos de salud del maestro, que comenzaron en 1990 cuando se declaró deprimido, la habían llevado a vender la casa inicial del barrio las Delicias.
Ya Echeverría no se levanta de su cama porque se lo impide un desgaste de cadera y de columna. La última vez fue hace tres meses. Gran parte del tiempo la pasa en tranquilo sueño, aunque de vez en cuando alarga la mano y le juega bromas a su enfermera exclusiva. Otras veces, rompe la tranquilidad de la mañana con algún canto a capela de sus legendarias canciones.
El próximo 7 de diciembre por la noche, quizás se anime a cantar la histórica maestranza Las cuatro fiestas, grabada en 1965 por el Cuarteto del Mónaco y Nury Borrás; y catapultada en el 2006 por Diomedes Díaz. Y aunque tiene casi 2.000 temas musicales registrados, una gran parte de ellos auténticos éxitos (Amaneciendo, La paloma, Julio Calderón, Gloria Peña, Me robaron el sombrero?), aquel es infaltable por estos días:
“Que linda la fiesta es/en un 8 de diciembre (bis)/Al sonar del triquitraqui/ qué sabroso amanecer/ con ese ambiente prendido/me dan ganas de beber”.
El año pasado, alcanzó a compartir con los niños las noches del 7 y 24 de diciembre. Desde su silla de ruedas cantó con ellos, comió carne y chorizos con ellos, río y probó dulces con ellos. Ocurrió durante una actividad organizada por Anastasia para sus vecinos y sus alumnos de canto, música, piano, pintura y manualidades.
Agradecimiento a Dios
Este año, él ya no está en condiciones de hacer lo mismo porque se encuentra a la espera de una intervención quirúrgica y no debe exponerse. Ella tiene prevista una ceremonia litúrgica frente a la casa, con la participación del vecindario católico que lo desee.
Será un agradecimiento a Dios por la vida su compañero fiel de los últimos 40 años, padre de sus dos hijos, Adolfo de Jesús y Ana Sofía, ambos músicos e instructores de la escuela. “Le doy gracias a Dios por todo eso, porque que pese a que el maestro Adolfo ha superado 17 infartos, ahí está. Yo creo que Dios lo está guardando para una misión”, dice Anastasia con una gran sonrisa.
La Inmaculada Concepción, homenajeada en esta fecha católica, mereció su propia canción (Inmaculada, virgen bendita/ aquí te traigo esta oración/dale el consuelo que solicita/este hijo bueno, de corazón), cuyo éxito le permitió recoger a Echeverría el dinero suficiente para devolverse de Estados Unidos en 1974 luego de un traspiés en un proyecto discográfico. Anastasia lamenta que las molestias le impidan al maestro encender una vela de farol colorido en la madrugada del 8 diciembre, como lo hizo hace cuatro años.
En aquella oportunidad, convencido por su esposa, atendió una iniciativa del periodista Juan Carlos Rueda, le hizo un quite a la depresión que nunca lo ha abandonado del todo, y volvió a su cuadra natal del barrio San Roque, calle 34 con carrera 32. Allí, frente a la casa de su niñez, fue recibido con aplausos, cantó y compartió. Y escuchó la canción emblemática en la voz de Verónica Vanegas y el clarinete de Juventino Ojito, que habían llegado de sorpresa.
Anastasia recuerda, con mucho detalle, el instante sublime en que Adolfo Echeverría se levantó de su mecedora y con mucho esfuerzo, se acercó a uno de los faroles para encender una vela. Ella lo ayudó a fijarla en el piso: “Nadie le dijo que hiciera eso”, señala, y luego llora un poco en silencio.
Fue la última vez que él salió de casa. Cuando eso, vivían de alquiler en el barrio Boston. De allí pasaron al barrio Los Andes donde luego de los anuncios de que el maestro andaba mal de salud y muy deprimido, empezaron a aparecer los ‘ángeles’, que ahora tienen a la familia Echeverría-Arrieta en Los Almendros.
Por fortuna, ahora las cosas están saliendo bien. Aquí estamos tranquilos, llegan a tiempo los reconocimientos económicos de Sayco, Acinpro y de las editoras musicales, la atención en salud del maestro está garantizada. Los ángeles terrenales no nos han dejado morir. Siempre hay alguien que nos mira y las cosas van llegando como por arte de magia, agrega Anastasia.
Allí, al fondo del barrio Los Almendros, en esa casa que es igual de blanca por dentro y por fuera, ella no solo ha alcanzado la paz, sino que se ha ganado casi un centenar de nuevos hijos, quienes le hacen el día más llevadero.
Son niños y jóvenes que en temporadas de vacaciones concurren a diario por las tardes; y que el resto del año, lo hacen en fines de semana. Echeverría permanece a pocos metros, aunque en su cuatro climatizado y con su enfermera al pie. “El maestro Adolfo tiene sus buenos momentos y a veces, no tan buenos, pero él continúa allí. Ahora, hay que pedirle adiós por su salud”, dice Anastasia.
Porque por medio de la escuela de artes que lleva su nombre, Adolfo Echeverría sigue vigente, brindando lo mejor de sí. “Esto, además, nos mantiene activos -agrega ahora la esposa- y nos llena de alegría, porque la principal miseria del ser humano es la soledad”.


Publicado en El Tiempo y ADN Barranquilla
Diciembre 3 de 2016

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