La
Casa del autor de ‘Las Cuatro Fiestas’ y ‘La Inmaculada’ es hoy una escuela de artes para niños y
niñas del barrio.
Por Javier Franco Altamar
El
mensaje de Anastasia Arrieta es claro: ya se ha marchado media farándula
nacional, pero el maestro Adolfo Echeverría, su esposo, continúa allí, a sus 82
años, en la habitación principal de esa casa blanca del barrio Los Almendros de
Soledad (Atlántico), donde opera la fundación y escuela gratuita de artes para
niños y jóvenes del vecindario.
Ella,
el maestro Echeverría y una hija de ambos, Ana Sofía, viven allí desde marzo
del 2014, cuando recibieron la casa de manos del entonces gobernador del
Atlántico, José Antonio Segebre, quien lideró el proceso de donación de la
misma.
Se
acababan así los tumbos de vivir de alquiler, porque los gastos por los
quebrantos de salud del maestro, que comenzaron en 1990 cuando se declaró
deprimido, la habían llevado a vender la casa inicial del barrio las Delicias.
Ya
Echeverría no se levanta de su cama porque se lo impide un desgaste de cadera y
de columna. La última vez fue hace tres meses. Gran parte del tiempo la pasa en
tranquilo sueño, aunque de vez en cuando alarga la mano y le juega bromas a su
enfermera exclusiva. Otras veces, rompe la tranquilidad de la mañana con algún
canto a capela de sus legendarias canciones.
El
próximo 7 de diciembre por la noche, quizás se anime a cantar la histórica
maestranza Las cuatro fiestas, grabada en 1965 por el Cuarteto del Mónaco y
Nury Borrás; y catapultada en el 2006 por Diomedes Díaz. Y aunque tiene casi
2.000 temas musicales registrados, una gran parte de ellos auténticos éxitos
(Amaneciendo, La paloma, Julio Calderón, Gloria Peña, Me robaron el sombrero?),
aquel es infaltable por estos días:
“Que linda la fiesta es/en un 8 de
diciembre (bis)/Al sonar del triquitraqui/ qué sabroso amanecer/ con ese
ambiente prendido/me dan ganas de beber”.
El
año pasado, alcanzó a compartir con los niños las noches del 7 y 24 de
diciembre. Desde su silla de ruedas cantó con ellos, comió carne y chorizos con
ellos, río y probó dulces con ellos. Ocurrió durante una actividad organizada
por Anastasia para sus vecinos y sus alumnos de canto, música, piano, pintura y
manualidades.
Agradecimiento a Dios
Este
año, él ya no está en condiciones de hacer lo mismo porque se encuentra a la
espera de una intervención quirúrgica y no debe exponerse. Ella tiene prevista
una ceremonia litúrgica frente a la casa, con la participación del vecindario
católico que lo desee.
Será
un agradecimiento a Dios por la vida su compañero fiel de los últimos 40 años,
padre de sus dos hijos, Adolfo de Jesús y Ana Sofía, ambos músicos e
instructores de la escuela. “Le doy gracias a Dios por todo eso, porque que
pese a que el maestro Adolfo ha superado 17 infartos, ahí está. Yo creo que
Dios lo está guardando para una misión”, dice Anastasia con una gran sonrisa.
La
Inmaculada Concepción, homenajeada en esta fecha católica, mereció su propia
canción (Inmaculada, virgen bendita/ aquí te traigo esta oración/dale el consuelo
que solicita/este hijo bueno, de corazón), cuyo éxito le permitió recoger a
Echeverría el dinero suficiente para devolverse de Estados Unidos en 1974 luego
de un traspiés en un proyecto discográfico. Anastasia lamenta que las molestias
le impidan al maestro encender una vela de farol colorido en la madrugada del 8
diciembre, como lo hizo hace cuatro años.
En
aquella oportunidad, convencido por su esposa, atendió una iniciativa del
periodista Juan Carlos Rueda, le hizo un quite a la depresión que nunca lo ha
abandonado del todo, y volvió a su cuadra natal del barrio San Roque, calle 34
con carrera 32. Allí, frente a la casa de su niñez, fue recibido con aplausos,
cantó y compartió. Y escuchó la canción emblemática en la voz de Verónica
Vanegas y el clarinete de Juventino Ojito, que habían llegado de sorpresa.
Anastasia
recuerda, con mucho detalle, el instante sublime en que Adolfo Echeverría se
levantó de su mecedora y con mucho esfuerzo, se acercó a uno de los faroles
para encender una vela. Ella lo ayudó a fijarla en el piso: “Nadie le dijo que
hiciera eso”, señala, y luego llora un poco en silencio.
Fue
la última vez que él salió de casa. Cuando eso, vivían de alquiler en el barrio
Boston. De allí pasaron al barrio Los Andes donde luego de los anuncios de que
el maestro andaba mal de salud y muy deprimido, empezaron a aparecer los ‘ángeles’,
que ahora tienen a la familia Echeverría-Arrieta en Los Almendros.
“Por
fortuna, ahora las cosas están saliendo bien. Aquí estamos tranquilos, llegan a
tiempo los reconocimientos económicos de Sayco, Acinpro y de las editoras
musicales, la atención en salud del maestro está garantizada. Los ángeles
terrenales no nos han dejado morir. Siempre hay alguien que nos mira y las
cosas van llegando como por arte de magia”, agrega Anastasia.
Allí,
al fondo del barrio Los Almendros, en esa casa que es igual de blanca por
dentro y por fuera, ella no solo ha alcanzado la paz, sino que se ha ganado
casi un centenar de nuevos hijos, quienes le hacen el día más llevadero.
Son
niños y jóvenes que en temporadas de vacaciones concurren a diario por las
tardes; y que el resto del año, lo hacen en fines de semana. Echeverría
permanece a pocos metros, aunque en su cuatro climatizado y con su enfermera al
pie. “El maestro Adolfo tiene sus buenos momentos y a veces, no tan buenos,
pero él continúa allí. Ahora, hay que pedirle adiós por su salud”, dice
Anastasia.
Porque
por medio de la escuela de artes que lleva su nombre, Adolfo Echeverría sigue
vigente, brindando lo mejor de sí. “Esto, además, nos mantiene activos -agrega
ahora la esposa- y nos llena de alegría, porque la principal miseria del ser
humano es la soledad”.
Publicado en El Tiempo y ADN Barranquilla
Diciembre 3 de 2016
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