Por: Javier Franco Altamar
Puede sonar atractivo emprenderla contra las multinacionales
por los daños a los recursos naturales y hasta pruebas podrían mostrarse; pero
basta un paseíto por nuestros paisajes para advertir la triste verdad: la
destreza destructiva de muchos de nuestros empresarios es capaz de producirle
retortijones de envidia al más inescrupuloso de los depredadores ambientales.
Un ejemplo: con sus respectivos permisos o lo que sea, hay
mucha actividad contra los cerros en busca de piedras, arena o espacio. Eso
está haciendo más rico a alguien, pero, además de otras cosas, les están
quitando una muralla natural a los vientos, cuando menos.
Un ejemplo: con sus respectivos permisos o lo que sea, hay
mucha actividad contra los cerros en busca de piedras, arena o espacio. Eso
está haciendo más rico a alguien, pero, además de otras cosas, le están
quitando una muralla natural a los vientos, cuando menos.
No voy a examinar en vano el caso de las especies animales
desplazadas por las máquinas, porque para algo debe servir habernos convertido
en la especie dominante del planeta, pero abrirles paso a los vendavales que la
naturaleza, en trabajo de millones de año, contrarrestó con montañas, es un
lucrativo suicidio.
Los cerros, lo saben los especialistas, tiene un valor
ambiental como suelos de protección, y cumplen una función ecológica de
equilibrio de interfase entre el medio
natural y el espacio urbano construido, pero destruirlos no aparece por ninguna
parte como una opción capaz de ser compensada, como puede ocurrir con una
reposición de árboles, por ejemplo.
Incluso, los cerros permiten encausar las aguas, ellos
mismos suelen ser fuente de provisión de corrientes, mejor dicho: son tan
útiles e importantes que una cabeza medianamente instruida apreciaría su valor.
Pero, bueno, comprendamos al empresario involucrado y
aceptemos su discurso: no se puede detener el progreso por cuenta de nostalgias
indígenas ni tonterías de esas, y la gente no come de paisaje, como le escuché
decir alguna vez a un dirigente gremial.
Es la postura individual y egoísta que algunos entienden
como evolución del género humano. Ese empresario o ese ejecutivo que representa
a la institución depredadora, le importa es el dinero, y toca entenderlo: así
se lo indican sus lógicas. Que sus hijos y sus nietos se entiendan con
vendavales y tragedias, que para ese entonces, él será un recuerdo difuso,
candidato firme al olvido.
Columna Pura franqueza
Publicada en ADN Barranquilla
24 de octubre de 2012
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