Por: Javier Franco Altamar
Gabriel García Márquez llegó al Centro de Convenciones a las
10 a.m., poco después de los Reyes de España, pero entró primero al auditorio
Getsemaní de la mano de su esposa, Mercedes Barcha, y en medio de una salva de
aplausos.
Llegó de blanco, hasta los zapatos, y levantó una mano para
saludar a la concurrencia. Más de 1.200 personas estaban en el interior, pero
otras 1.000 se tuvieron que quedar afuera y tuvieron que ver el homenaje en pantallas
gigantes.
Los fotógrafos seguían cada paso suyo y él, en una actitud
de abuelo complaciente, adoptó una sonrisa que más adelante, cuando su colega
Carlos Fuentes entregó infidencias sobre su juventud en México, se convirtió en
una risa amplia.
Antes de subir al escenario, Gabo entregó saludos y abrazos
a los invitados especiales. Cada vez que los aplausos revivían, él levantaba los
brazos (a veces uno solo, a veces los dos). Cuando retumbaba la cuarta tanda de
aplausos, el Nóbel ya subía al escenario. En su mano izquierda llevaba la
carpeta roja de donde sacaría su discurso.
Caminaba lento, con incertidumbre. Se sentó con cuidado,
siempre bajo la mirada atenta de Mercedes Barcha, su compañera de siempre,
quien se ubicó a su derecha. A la izquierda del Nóbel quedó la ministra de
Cultura, Elvira Cuervo de Jaramillo.
A las 11:15 a.m. la mesa principal fue ocupada por los Reyes
de España, el Presidente, Alvaro Uribe Vélez y su esposa. Luego de los himnos, empezaron los
discursos.
Ante cada comentario ingenioso, García Márquez abría más la
sonrisa. Por casi una hora fue el único de pierna cruzada. Los demás parecían
plantados.
Cuando se proyectó un avance del documental 'Buscando a Gabo',
de Luis Fernando Bottía, García Márquez se vio aún más emocionado. La música del video
correspondía a 'La Diosa coronada', de Leandro Díaz, uno de los vallenatos preferidos del
escritor, y dos de cuyas líneas aparecen como epígrafe en 'El amor en los
tiempos del cólera'.
Después vinieron las palabras de Carlos Fuentes. Justo cuando
terminó el mexicano, apareció el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton,
con un séquito de escoltas. Eran las 11:50 a.m.
Y vino uno de los momentos más emocionantes: Víctor García
Concha, presidente de la Asociación de Academias, entregó a Gabo la edición
conmemorativa de 'Cien Años de Soledad'. El escritor se puso el libro bajo la
axila izquierda y levantó las manos para recibir los aplausos.
Luego siguió un silencio profundo: El maestro iba a hablar.
Gabo temblaba.
Su pronunciación era lenta y, por momentos, se frenaba, pero
entregó un cuento fascinante acerca de cómo se gestó y escribió su obra cumbre. Su frase
final fue la más aplaudida de la mañana: "Fue así
como volvimos a nacer a nuestra vida de hoy. Muchas gracias".
Luego de los discursos del Rey de España y del Presidente, se
desató una lluvia de papeles amarillos con la pantalla de fondo repleta de
imágenes de mariposas en movimiento. La agrupación Los Niños del Vallenato aparecieron e
interpretaron 'La Diosa Coronada', para empezar.
Así se desarmó el orden del recinto. El Rey y el Presidente
desaparecieron por un costado, mientras Gabo era abrazado por sus amigos. El
escritor Carlos Monsiváis ensayó una maroma peligrosa para subir al escenario
jalado por el propio Gabo. Tuvieron que convencerlo de que la escalinata
quedaba al otro lado y que no estaba tan lejos.
Antes, Rafael Escalona había abrazado al Nobel desde atrás,
por encima de los hombros mientras este permanecía sentado. Un grupo de
periodistas subió para entrevistarlo, pero Gabo, muy decente, se negó. Minutos
después, el Getsemaní se quedó solo, tapizado por los papeles amarillos que
habían reemplazado a la alfombra.
El Tiempo, 27 de marzo de 2007
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