Monday, May 17, 2021

El Evangelio según Diomedes


 Un recorrido por el canto de ‘El Cacique de la Junta’ Diomedes Díaz pone al descubierto que, mezclada con varias de sus interpretaciones, aparece su propia versión de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento.

Por Javier Franco Altamar

A Diomedes Díaz le han escrito perfiles, le han dedicado series de televisión; han edificado, con trazos de su vida, toda una leyenda micénica; y hasta han elevado a rango filosófico algunos de sus dichos y expresiones; pero nadie se había percatado, hasta ahora, de que entre versos, consignas y coros, este gran exponente del vallenato nos dio a conocer su propia versión de los Evangelios bíblicos.

Ya conocemos la devoción de Diomedes por Nuestra Señora del Carmen. Es un aspecto de su personalidad bastante documentado. Y de vez en cuando, se ha deslizado su cercanía con la Biblia. Estos dos aspectos figuran, con especial acento, en una canción titulada ‘Volver a vivir’ (1998). El cantante, para esa época, todavía estaba muy afectado con el síndrome del Guillain-Barré y guardaba esperanzas de recuperarse justamente por ser lector de la Biblia. La canción es un llamado directo a Dios, y también es clara y explícita respecto de las invocaciones bíblicas: 

…Leo la Biblia y por eso pienso que me voy a recuperar….

Diariamente en la mañanita,

yo le doy las gracias a Dios.

Me dio la paciencia de Job,

Y así muchas cosas bonitas…

…Y a mi Gran Virgen del Carmen, que no se aparte de mí

Que si me para de aquí, le hago una iglesia en el Valle (bis) .

En enlace con esto, se recuerda una entrevista televisiva de 1999 en la cual Diomedes reveló el nacimiento de su tercer hijo con la médica barranquillera Betsy Liliana González. Dijo que se llamaría Moisés “por el milagro que está haciendo de salvarme”. Ese milagro era, justamente, el de volver a ser padre luego de superar la enfermedad. El nombre se le vino a la cabeza -precisó-, por haber leído el libro del Éxodo del Antiguo Testamento. Recordemos que Moisés, principal protagonista de esa historia, fue el gran liberador de los hebreos esclavizados por Egipto, y que su nombre significa “salvado de las aguas”. Moisés Díaz González, como todos recordamos, murió en abril de 2020 al chocar su automóvil contra un poste en Barranquilla.

Así, pues, con estas bases de fe, tenemos los elementos necesarios para comenzar nuestra revelación. Partamos, en consecuencia, de que Diomedes Díaz no solo era devoto de la Virgen en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, sino que era un declarado lector del mensaje bíblico. A eso le sumaremos su condición de compositor y cantor, que lo llevó a nadar, con braceo propio, en aguas privativas, hasta ahora, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

El nacimiento

Los evangelios nos informan del nacimiento de Jesús y de las circunstancias especiales de su concepción por obra y gracia del Espíritu Santo. Por Mateo y Lucas, tenemos acceso a esta parte de la historia, pero es en Lucas donde pueden leerse los pormenores del embarazo. Allí, somos testigos de la manera en que María comprende y acepta las circunstancias explicadas por el arcángel Gabriel. Y ya en Mateo, nos topamos con la resistencia inicial de su prometido José, transformada luego en complicidad por el concurso de otro enviado celestial.

Pero, mientras todo esto requiere de dos evangelios para ser entendido como una secuencia completa y lógica, en Diomedes Díaz solo necesita de unas pocas líneas. Está en su canción ‘Título de amor’ (1993). En ella, mezclados en forma de símil con las circunstancias generales de la mala relación del cantante con la madre de sus hijos más famosos (Rafael Santos, Diomedes de Jesús y Martín Elías), aparecen los siguientes detalles:

El día en que nos conocimos, yo te brindé mis respetos,

el mismo que hoy día te tengo, a pesar de tanto tiempo.

Porque has tallado el ejemplo de la madre de Jesús,

que por medio de una luz, él fue engendrado en su vientre.

Y entonces, José también se puso celoso,

Y oyó una voz del cielo, le dijo:

María será tu esposa por siempre:

es la mamá del Divino Niño.

En términos generales, la canción es un llamado a la compañera molesta para que, pese a las fallas y problemas, se reconozcan respeto mutuo. Allí se habla, entre otras cosas, de que esas consideraciones podrían quedar consignadas en un libro. La canción es, quizás, un tanto enredada e incoherente, pero al final, se entiende el mensaje como un lamento por las circunstancias de la separación.

El “ha tallado el ejemplo de la madre de Jesús” es una bien elaborada metáfora que, en principio, acentúa las bondades de la mujer a quien se dirige el mensaje. Después, vienen el pasaje del embarazo de María y la escena de su perturbado compañero. Esa escena es invocada, al parecer, como prueba de que ninguna relación amorosa, ni siquiera la de la Sagrada Familia llamada a ser perfecta, es ajena a los celos.

Lo primero distintivo de esta versión de Diomedes es que ese embarazo se produjo mediante “una luz”. Es tentador suponer que Diomedes apela a esta metáfora de manera automática porque la imaginación apunta hacia allá. Es más:  La escena respectiva de la miniserie ‘Jesús de Nazareth’ (1977) de Franco Zefirelli está construida en tal sentido. Y es que la metáfora de la luz suele invocarse referida a las conexiones con el más allá, con lo desconocido y con el absoluto. Las personas que alcanzan a estar muertas unos minutos, por ejemplo, suelen referirse a una “luz al final del túnel”. Es la luz la que abre camino al conocimiento y a la verdad como lo enseñó Platón en su alegoría de la Caverna. Y en el caso de Jesús, él mismo se proclama como “la luz del mundo”, y así se propuso dejarlo bien claro el evangelista Juan.

Lo segundo distintivo es la supuesta escena de celos de José, enmarcada en la intervención de un ángel que lo llama a la calma. Si bien Mateo resalta la sorpresa de José cuando se entera del embarazo de su prometida, no habla nada de celos. Sí dice, en cambio, que José quiso revertir la anunciada boda porque, dadas las prácticas de la época, no era correcto casarse con una mujer no virgen. En ese sentido, él estaba obrando en ley. Es más: para no ofender el honor de María, quiso abandonarla en secreto, con la mayor discreción. Pero un ángel se le apareció en sueños y lo disuadió. Ya sabemos lo que le dijo, en versión de Juan:

Hijo de David, no temas recibir a María, tu desposada, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Tenemos, entonces, una luz metafórica y una escena de celos en el canto de Diomedes. Pero hay algo que no deja de ser por lo menos curioso: si bien la versión del ‘Cacique de la Junta’ se desmarca de los evangelios conocidos, sí se acerca a uno de los llamados ‘apócrifos’ (los descartados, los no tenidos en cuenta desde el principio) , más concretamente al ‘Evangelio del Seudo-Mateo’, llamado así porque, en un principio, fue atribuido al apóstol:

Allí apreciamos, primero, a María frente a un ángel anunciador, aparecido cuando ella llenaba un cántaro en una fuente de agua. Ese anunciador le dijo: “Y he aquí que vendrá una luz del cielo a habitar en ti, y, por ti, irradiará sobre el mundo entero”. Más adelante vemos la escena de celos. El José protagonista es un cincuentón viudo y padre de de varios hijos. Según la narración, acaba de regresar de un viaje de meses y ha estallado en ira porque una de las vírgenes entregadas a su cuidado -es decir, María- estaba embarazada. No está de más agregar que no quedó muy convencido con lo del embarazo celestial, pero terminaría aceptando.

Por cierto, y a manera de paréntesis: la lectura de este evangelio apócrifo nos aclara lo que quiso decir Juancho Polo Valencia en una de sus canciones, cuando advierte que no se metan con él “porque dicen que yo tengo la varita de San José”. Muchos conocen hoy ese tema en la voz de Silvestre Dangond, pero en realidad fue compuesto y cantado por el juglar en 1972. Pues bien: resulta que, según este evangelio, para escoger al protector de María,  los viudos de la tribu de Judá debieron presentar una vara en el templo en donde ella estaba, y el dueño de la vara de cuya extremidad surgiera una paloma, se la llevaba consigo. Ya saben de cuál vara salió la paloma. Más adelante, en este evangelio, se reproducirá la escena donde el ángel disuade a José.

Por otro lado, que en la versión de Diomedes, ese ángel (“la voz del cielo”, como le dice) se refiriera a Jesús como el ‘Divino Niño’ no tiene nada de extraño dada la dignidad del padre, pero hemos de suponer, para congruencia del relato, que ese vocero celestial tuvo acceso anticipado a una devoción iniciada 13 siglos después por Francisco de Asís. A este santo se le atribuye haber inaugurado la costumbre de recordar con solemnidad el nacimiento de Jesús en un ambiente de Pesebre. Aunque, a decir verdad, correspondió a Antonio de Padua reforzar esta devoción un poco más adelante. La historia de la Iglesia católica lo registra, en efecto, como testigo de la aparición del Niño Jesús en ese mismo siglo XIII. De hecho, en su imagen de los altares, San Antonio siempre aparece con el Divino Niño en sus brazos.

Luz de pesebre y vida simbólica

Ilustración con apoyo de Pixabay.com

Ya decíamos que a San Francisco de Asís le debemos la devoción por la escena del Pesebre. Podemos convenir en que, gracias a él, persiste la tradición de armarlo en diciembre. Los evangelios no entran mucho en detalle sobre la apariencia del escenario del nacimiento, pero la tradición católica se ha encargado de representarlo a partir de inferencias: animales de cría, ganado, mucha paja, mucha humildad. También suele tener, en complemento, una estrella gigante, alusiva al astro brillante que los llamados ‘Reyes Magos’ de Oriente usaron para guiarse hasta el sitio del nacimiento. No vamos a entrar en detalles harto conocidos, pero  sí es importante destacar un ingrediente adicionado por la voz de Diomedes Díaz: la luz que lo cubre:

La canción se titula ‘Palabra sagrada’ (1980), y aunque no es de Diomedes Díaz, sino de Calixto Ochoa, hace parte de la colección del ‘Cacique de la Junta’ en el sentido de ha sido inscrita en la historia por su voz. Se le canta a una indiferente y rebelde ‘Maye’ a quien se le expone la pureza de un sentimiento confesado. No hay menciones en la Biblia acerca de una especial iluminación en las circunstancias cerradas del Pesebre. Así, pues, la luz mencionada tiene carácter simbólico, en correspondencia no tanto con las Santas Escrituras, sino con la tradición:

Ya te lo he dicho mil veces

que soy tuyo solo tuyo;

y si tú no te decides yo me quedaré soltero.

Mi palabra es sagrada como la luz

que ilumina el pesebre del niño Dios.

Cuando dejes la duda que tienes tú,

vas a ver lo feliz que somos los dos.

Y pare de contar por ese lado. Porque el canto de Diomedes da el mismo salto elíptico de los evangelios hasta un Jesús en la plena prédica de sus tres años finales. Tan solo en Lucas aparece aquel episodio de sus 12 años cuando fue encontrado en el templo de la Ley frente a unos boquiabiertos doctores. ”y todos los que le oían se asombraban de su entendimiento”, dice el evangelio (cap. 2. vers. 47).

Incluso, el salto de Diomedes es más largo hasta el punto en que aterriza en la pasión y muerte del Mesías. Ya sobre la escena de la cruz nos detendremos más adelante. Pero ese brinco no significa, en modo alguno, que nuestro artista haya ignorado milagros, discursos y parábolas. Más bien, prefirió elevar su mirada,  y dar cuenta de la vida de Jesús apreciada como un todo. Eso podemos advertirlo en la canción ‘Mi ahijado’ (1991), en la que, según el propio cantante,  les rinde un homenaje a las madres, esposas e hijos de los hombres muertos por causa de la violencia en nuestro país. “Esas personas grandes son las que mueren primero y jovencitos. Y muertes violentas. Y en Colombia no tenemos necesidad de eso. Eso me inspiró”, dijo en aquella famosa entrevista con Ernesto McCausland –mayo de 1991- en la que reflexiona sobre su muerte.

Pese a eso, versiones hay varias, como la de que ese compadre era el asesinado empresario Felipe Eljach. Joaco Guillén, ex representante del ‘Cacique’, aseguró alguna vez que esa canción nació a partir del hecho concreto de que un compadre de Diomedes, un ganadero llamado Francisco, fue secuestrado y luego ejecutado por un grupo armado ilegal. El asunto fue que el cantante tuvo un encuentro, años después del suceso, con la viuda del ganadero y uno de sus dos pequeños hijos, es decir, el ahijado del relato. Ocurrió en Bogotá. La canción reproduce la escena en la cual el muchacho le preguntó a Diomedes por su padre en el entendido (eso le habían dicho) de que estaba con él. Pues resulta que esa canción dice en un momento dado:

Le compuse estos versos a Pachito,

para que así recuerde a su papá,

porque hombres como él somos poquitos,

que viven como vivió Jesucristo,

y mueren a muy temprana edad.

Una primera tentación es la de pensar que Diomedes identifica una simetría entre la forma violenta de la muerte de Jesús y la de su compadre, ambos retenidos y luego ejecutados sin misericordia ni merecimientos, en edades tempranas. Pero algo así llamaría a error porque el énfasis de la comparación no está en las circunstancias de muerte, así coincidan, sino en los de la vida. Por eso es que él mismo Diomedes se incluye en la comparación: él “también” es uno de esos “poquitos” que han vivido como Jesús. Pero ¿Qué quiso decir Diomedes?

En primer lugar, no se necesita hacer un esfuerzo para comprender que el accionar de Jesús terminó proyectado en el cristianismo, religión predominante hoy de una gran parte de la humanidad,  y que eso, de paso, significó un giro capital en nuestra historia.

Que nuestra cultura occidental tenga la impronta del cristianismo debe entenderse, por supuesto, en una línea histórica que parte desde Jesús y llegó a nosotros en América a través de los europeos conquistadores del siglo XV.   Ellos, a su vez, fueron hijos de la llamada Edad Media, durante la cual la necesidad de relacionarse con el absoluto, con lo invisible, con la trascendencia, estuvo cubierta por las enseñanzas, ritos, el mensaje y la tradiciones cristianas.  En ese sentido, el cristianismo marcó la psiquis de toda una época, y en sus propuestas, el hombre medieval encontró los insumos para superar su propia finitud. En Diomedes, esta impronta histórica está acentuada, si se quiere, es una de sus consignas más populares:

“Por eso digo, que de Jesucristo para acá, ¡¡¡¡vivan los hooooombres!!!

Ilustración con apoyo de Pixabay.com

Pero nuestros tiempos de posmodernidad ya no tienen la impronta exclusiva del cristianismo: son testigos de un desmantelamiento progresivo de las religiones establecidas. Por lo tanto, ya la tendencia natural a agarrarse de algo para superar nuestro insalvable cuestionamiento no se ancla tan solo en las religiones, sino en un amplio abanico de articulaciones. Duch las denomina “equivalentes funcionales”. Es, si se quiere, “lo religioso” asumido desde ámbitos distintos a las religiones. Son equivalentes que, a su manera, con sus prácticas y simbologías particulares, encarnan las esperanzas antaño entregadas a Dios y a su Iglesia administradora.

No olvidemos -explica Duch- que no es un asunto de correspondencia de contenidos, ideas o discursos entre las religiones y sus equivalentes, sino de que funcionan en la misma lógica, de que comparten ruta procedimental. Estos equivalentes toman la apariencia de corrientes políticas o sociales, líneas estéticas o emotivas. Dicho en otras palabras, podemos matricularnos con un líder político (un mesías, digamos) o con una práctica económica, y desde esa ubicación, comportarnos según las dinámicas de un dogma, y hacerlo sin condiciones. Y también podemos hacerlo con un personaje de la farándula o con una estrella de cine, quizás haciendo parte de un club de fans, un círculo de hinchas, de fanáticos, o de “seguidores” y en eso, depositar nuestras pasiones. En cualquiera de estos casos, la carga simbólica es tan fuerte que puede llegar, incluso, a la idolatría.

Dice Duch al respecto:

“En el primer caso, seguramente más presente en épocas en las que predomina un optimismo histórico bastante generalizado, se suele dar una divinización del Estado o del Partido y una santificación más o menos explícita del líder político -en realidad, político religioso- del momento. En el segundo caso, quizás más frecuente en tiempos en que las atmósfera social posee rasgos pesimistas y antiutópicos, los equivalentes funcionales de lo religioso en términos estéticos acostumbran a convertirse en unos eficientes anestésicos”.

Ya hemos oído suficiente que los triunfos deportivos de nuestras estrellas regadas por el mundo, “nos brindan alegrías y nos hacen olvidar las penas” o hasta compensan lo malo que nos ocurre. Y con nuestras figuras de la canción, las que tenemos cerca por razones de geografía o porque producen nuestra música tradicional, pasa algo parecido: los seguimos y disfrutamos sus logros. Cada éxito suyo lo asumimos como propio, y sus malos momento nos ponen a sufrir.

En este instante ya estamos en capacidad de ir tendiendo puentes entre Jesucristo y Diomedes y es lo que él, de pronto de manera inconsciente, trata de resaltar en su canto. Tuvo y tiene sus seguidores, con fechas de celebraciones masivas para refuerzo de la figura central (el 26 de mayo). Con rituales en cada lanzamiento de trabajo discográfico, admiradores uniformados, caravanas calcadas y frenesí de grandes dimensiones. Con impactos en cada rincón del territorio, en este caso, Valledupar.  Si vemos a Jesús seguido por multitudes, escuchado con fascinación, con pleno dominio de sus escenarios para imponer una idea, no es sino dar un pequeño salto metafórico de siglos y observar algo equivalente en el caso de Diomedes Díaz.

Nuestro cantante tuvo siempre bien claro el papel capital de su “fanaticada”, palabra con la que él se refería a sus varios millones de admiradores. Por eso, desde muy temprano en 1980, con el acordeón de ‘Colacho’ Mendoza, grabó aquella memorable canción que le dio su nombre a todo un trabajo discográfico: ‘Para mi fanaticada’. Dice aquel tema uno de sus apartes:

Toditas mis canciones siempre se refieren al amor,

pero esta vez me inspiro pa’ cantarle a mi fanaticada,

porque un artista solo no puede conservar su valor,

y hay que reconocer que ninguno nace con fama (bis).

Por eso yo con mi fanaticada,

siempre contento vivo cada día,

cantándole bonitas melodías,

de esas que yo compongo con el alma (bis).

Pero ojo, insistimos: no confundir. No se trata de simetrías entre los discursos o propuestas de Jesús y Diomedes.  Eso sería un despropósito. Pero es innegable el parecido funcional, la coincidencia procedimental desde la masa. Lo de Jesús fue trascendente y mundial en la fe;  lo de Diomedes, muy terrenal y hasta nacional desde la expresión artística. Y aunque esta salvedad luzca innecesaria, no deja de llamar la atención que en el ya mencionado tema ‘El Ahijado’, Diomedes apele de nuevo a los pasajes bíblicos para trazar puentes de identidad entre su habla particular y  los mensajes de la Divina Providencia:

Bendita será usté entre las mujeres,

así le dijo Dios un día a María.

Y yo le digo a usted, comadre mía,

que aquellos hombres buenos cuando mueren,

del cielo nos miran to’ los días.

Para cerrar esta parte, no está demás resaltar, aunque sea de paso, dos alusiones metafóricas a pasajes de la vida de Jesús, en una canción que -también hay que decirlo- no es de la autoría del ‘Cacique de la Junta’, sino de Fabián Corrales. Ambas están en la canción Tira la primera piedra’ (1998).  El título mismo nos recuerda aquel pasaje en el cual Jesús impide la muerte, por lapidación, de una mujer adúltera.

Según el relato (Juan, capítulo 8), Jesús estaba en el monte de Los Olivos, cuando un grupo de fariseos y escribas le llevaron una mujer sorprendida en adulterio. Según la ley de la época,  ella debía morir apedreada, pero quisieron pedirle una opinión a Jesús. Él estaba dibujando algo en el suelo, quizás la figura de un pez, y le apuraron para que tomara una decisión. Entonces, él se puso de pie y dijo la famosa frase “el que de ustedes esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, luego de lo cual se agachó en silencio y continuó con su dibujo. Condenados por su propia conciencia, los hombres se fueron retirando uno a uno. Jesús, al quedarse solo con la  mujer le preguntó “¿Nadie te ha condenado?” “Ningún hombre, Señor”, respondió ella.  Y Jesús le dijo: “tampoco yo te condeno: Vete y no peques más”.

La canción de Diomedes, por su parte, se desarrolla en una suerte de disgusto por los reclamos de una mujer a su marido: llegadas tarde, parrandas, desatención. Él se siente incomprendido y eso genera peleas. Dice la letra en un momento álgido:

Con la misma historia ya me estoy cansando,

Ya no sé como explicar pa’ que me entiendas. (bis)

Si tienes tu historia libre de pecado,

Tira, tira la primera piedra.

Tira, la primera piedra

Tira, la primera piedra.

Es bastante clara la vinculación traslaticia entre las circunstancias de la adúltera y las del narrador de la canción. A eso se agrega que la actitud de la mujer es atribuida a “las cizañas e intrigas” de quien la llama para contarle chisme.  No está de más recordar que la cizaña, hierba mala que crece con el buen trigo en una infortunada mezcla de semillas, aparece en una parábola de Jesús (Mateo, capítulo 13), uno de esos relatos cotidianos con los que él enseñaba. El mensaje es dejar crecer juntos la cizaña y el trigo, para luego (juicio final) arrojar lo malo a la candela y quedarse con lo bueno.

Y si nos resistimos a dejar por fuera esas canciones de compositores distintos pero en la voz de Diomedes, hasta tendríamos que mencionar ‘Amarte más no pude’ (2004), de la autoría de Marciano Martínez. Allí, un hombre rechaza a una mujer que pide perdón luego de haberse marchado, y ahora pretende regresar. Dejemos por aquí el fragmento que da cuenta de la unión perfecta entre Dios y Jesús, porque es tiempo de continuar:

¿Quién pudo amarnos más que Dios

Si fue quien nos creó un día a su semejanza?

El mismo que en la cruz murió por nuestra salvación

Uno como si nada.

De igual manera sufrí yo la ausencia de tu amor

Mientras tanto volabas,

sin importarte mi dolor, ahí estuvo tu error

¿Entonces qué reclamas?

Una pausa con el traidor

Ilustración con apoyo de Pixabay.com

Luego de un gran salto por momentos y otras voces, y después de observar la vida de Jesús en perspectiva integral, ya nos vamos acercando a su pasión y muerte en el canto de Diomedes. Antes de llegar hasta allá, sin embargo, es imposible evadir a Judas Iscariote, de quien hay dos menciones claras con una distancia de nueve años entre ellas. Ninguna de las dos lo escenifica, pero en ambas, su presencia palpita desde los  significados recónditos de aquel beso de mejilla con que entregó a su maestro a los soldados romanos.

En la primera de esas apariciones, el enfoque no es la traición, sino el trasfondo de mentiras y engaños implicados en la misma. La encontramos en la canción ‘Ya lo verás’ (1990). En ella, nuestro cantante se dirige a una mujer a quién le está confesando su amor, pero ella no se muestra muy convencida de comenzar una relación; no esta segura de que él sea sincero y tenga buenos propósitos. El “ya lo verás” es un vaticinio y una promesa. Diomedes le insiste, y, en un intento por tranquilizarla, le dice que comprende sus temores:

Ay, dirás tú, al oír mi canto,

que Juda’ Iscariote, me queda chiquito.

Pero Dios, fue quien te mandó

para que este amor, fuera más bonito.

Ya lo verás, ya lo verás,

cuando el tiempo pase y te diga:

Eso es verdad (bis).

Hay que decir, en principio, que la humanidad cristiana ha sido bastante implacable con Judas. Y lo ha sido hasta el punto en que su “apellido” se asocia con lo despreciable, cuando no alude sino a su lugar de procedencia: la provincia de Keriot. Así pasa con María Magdalena y con la expresión ‘Jesús Nazareno’, que remite a Nazareth, la ciudad donde él se crio. Por eso es que en un curioso giro expresivo, la canción ‘El Cordobés’ de Adolfo Pacheco se refiere al mesías como “el Nazareno de la Cruz”. Huelga decir que la más reconocida versión de este tema es la Diomedes Díaz, que si bien nunca fue producida en estudio, se escucha hoy como resultado de una grabación en parranda del 2001. Recordemos también que la sigla INRI, usual en las imágenes de Cristo crucificado, compacta la inscripción original que Poncio Pilato mandó a poner a lo alto de la cruz a manera de motivo de ejecución: Iesvs Nazarenvs Rex Ivdæorvm, es decir, “Jesús Nazareno rey de los judíos”.

Volviendo a Iscariote, resulta que mencionarlo con su apellido completo permitía diferenciarlo de su tocayo y colega Judas Tadeo. Pero ni siquiera la existencia de ese otro discípulo ha librado al nombre de su estigma. Y eso ha calado tanto en nuestra cultura occidental que muy pocos alcanzan a ser bautizados así. Un reporte del diario El Tiempo del 2007, por ejemplo, daba cuenta de que en el universo de los 40 millones de colombianos, solo 48 personas llevaban ese nombre. Pero eso sí: quienes alcanzaron a dar explicaciones dijeron que era por Tadeo y no por Iscariote.

El rol principal de Judas en la historia sagrada, como ya sabemos, es la traición. Pero no es a eso a lo que apunta la canción de Diomedes, como hemos dicho. La mujer del relato no tendría razones para suponer que quien le canta es un traidor, porque esa condición se adquiere luego de ejecutada una traición, y aquí no se habla de ninguna. Ella, simplemente, no le cree al sujeto porque algo la llama a dudas. Es más bien el cantante quien tiende el puente metafórico entre sus propias palabras (las cantadas) y la actitud de Judas: la mentira, el engaño.  La insistencia de Diomedes es que en el futuro, ella comprobará que nunca le mintió. Además, se trata de un designio de Dios, por lo que no hay riesgo de errores.

La segunda de las menciones está en la canción Experiencias vividas’ (1999), un rápido repaso del cantante al drama de su propia historia. Menciona subidas, bajadas y resbaladas a la manera del ‘esquema radical’ sugerido por algunos teóricos de la narrativa: el personaje comienza desde su vida normal, luego se desploma hasta tocar fondo. Después, se restablece para luego proyectarse hacia lo más alto, donde se estabiliza.

En la canción, dice que por suerte, cuando llegó al fondo (el Guillain-Barré, los líos judiciales, la prisión, etc.), fue recibido por su ‘fanaticada’. De no haber sido por ese respaldo -asegura- el golpe hubiese sido más duro, porque mientras por ese lado recibía cariño; en sus círculos más íntimos, todo fue traición. Al menos así calificó Diomedes la actitud de quienes lo demandaron civilmente, y de quienes, luego de trabajar con él, le reclamaron liquidaciones y supuestos pagos atrasados. Y aquí entra Judas a la letra:

Cuando empecé a ganar plata, quería que todos tuvieran,

para que todos comieran y toditos trabajaran.

Sin pensar que me pagaran, como Juda’ a Jesucristo.

se reunieron toditos y me hirieron el alma (bis).

Me ha pasado ni al profeta, dueño de varios caballos,

les enseñó a comer carne, pa’ que no comieran paja,

y al cabo de la jornada, como todos pueden ver:

el día que no hubo carne, se lo tragaron a él (bis) .

La comparación es fuerte, y cualquiera pudiera estar tentado a ver en esta historia del profeta y sus caballos alguna otra invocación bíblica, pero el asunto va por otro lado y es una nueva demostración de la capacidad de trastoque de nuestro cantante: no fue un profeta, sino un rey; y no fueron caballos, sino yeguas. Y más sorprendente aún: el personaje devorado se llamaba Diomedes y era soberano de Tracia.

Estamos hablando de mitología griega. Robarle a Diomedes sus cuatro yeguas “comedoras de hombres” fue justamente el octavo de los 12 trabajos encomendados a Heracles (Hércules). Esos trabajos fueron su penitencia por haber asesinado a su propia familia en un ataque de locura. Cuando ya estaba a punto de irse con las yeguas, y al verse descubierto por el dueño de casa, Hércules lanzó contra él a sus propios animales, y estos lo devoraron.

La séptima palabra

Ilustración: Pixabay.com y www.diomedesdiaz.co

El evangelio de Juan, capítulo 19, entre los versículos 25 al 29, reproduce los últimos momentos de Jesús en la cruz. Allí se recrean tres situaciones, capitales hoy para el ‘Sermón de las Siete Palabras’ de cada Semana Santa:  Primero, Jesús se dirige a dos personajes presentes: su madre y su discípulo amado Juan, y los invita a permanecer juntos en adelante.  Luego, cuando ya se han marchado los dos, Jesús dice “tengo sed”. Uno de los soldados empapa una esponja con vinagre y, con una vara, se la acerca al moribundo a la boca. Luego de beber aquello,  Jesús expresa “todo está consumado” y expira. Bueno, así nos han contado siempre la historia…

Pero Diomedes Díaz, amigo de las distorsiones, incluye un elemento jamás considerado en el relato: un vaso de agua. Lo encontramos en la canción No puedo vivir sin ti’ (2005), donde le ruega a una mujer que regrese a su vida.  La letra es una exposición de motivos por los cuales ella debe regresar, y también de consecuencias graves para él si ella se mantiene en su decisión: “Si no vuelves a mí, por Dios, que me voy a morir. Sin ti falla mi corazón, ya no quiere latir “, dice. Y más adelante, nos comparte su versión del episodio bíblico:

Tu eres para mí el vaso de agua,

que Jesús pidió en su agonía.

Su alma estaba desesperada.

Así ahora yo tengo la mía.

Una salvedad necesaria: esta canción tampoco es de autoría original de Diomedes Díaz, sino del acordeonista y compositor Omar Geles. Sin embargo, en este caso, el detalle podría pasarse por alto porque el tema fue compuesto específicamente para la voz de Diomedes. Además, la cercanía entre ambos era tan fuerte que Díaz se refería a Geles como su “sobrino”. Como hecho simpático en refuerzo de estos lazos, se puede contar que esta canción los llevó una vez a un rifirrafe en tarima poco tiempo después de haber sido grabada. El hecho fue en Valledupar y ocurrió así: Diomedes se estaba presentando e invitó a Geles a subir para cantar juntos ese tema. Él comenzaría, y Geles, con su acordeón terciado, cerraría. Pero Geles se emocionó tanto que alargó demasiado el cierre, y Diomedes se sintió obligado a pedirle, de manera enérgica y repetida, que dejara de cantar y más bien se limitara a tocar el acordeón. “Toque el acordeón que lo demás tengo que hacerlo soy yo”, dijo ya un enfurecido Diomedes ante la insistencia de Geles por concluir. A la final, Geles ejecutó un cierre clásico de acordeón, dejó el instrumento en el piso y abandonó la tarima muy molesto.

Pero así como este episodio los apartó por unos meses, se dieron después un abrazo muy fuerte y amigable cuando coincidieron en el aeropuerto de Valledupar, y se disculparon mutuamente. “Yo a usted lo quiero mucho, sobrino”, le dijo Diomedes a Omar en ese encuentro, y el acordeonista confirmó lo que era un secreto a voces: la preocupación por aquel incidente le duró varios días al ‘Cacique’ y no lo dejó dormir luego de la presentación. Así que entre estos dos artistas tan cercanos, ese cambio entre el deseo de “beber algo” a una petición concreta de un vaso de agua por cuenta de Jesús, es una licencia creativa que no viene a distingo. Por ese motivo, cabe a la perfección en este ejercicio hermenéutico.

Es más: Diomedes siguió grabando canciones de Geles. Así, en el último trabajo discográfico del ‘Cacique de la Junta’ titulado ‘La vida del artista’ y lanzado tres días antes de su muerte en diciembre del 2013, aparece una canción de Geles titulada ‘Qué vaina tan difícil’.

Y ya para terminar, como para nadie quede con la idea de que todo lo hasta ahora dicho es una exageración o un rebusque irresponsable, démosle la palabra al gran Enmanuel Kant. Recordemos que este gran filósofo alemán nos puso a pensar de una manera distinta desde su ‘Crítica de la razón pura’, segunda mitad del siglo XVIII. Allí, dice nuestro pensador al hablar del inmenso Platón…

“… No es nada raro que al comparar los pensamientos expuestos por un autor respecto a su tema, tanto en el lenguaje ordinario como en los libros,  lleguemos a entenderle mejor de lo que él se ha entendido a sí mismo. En efecto, al no precisar suficiente su concepto, ese autor hablaba o pensaba, incluso, de manera contraria a su propio objetivo”.

O sea, Kant nos está diciendo que al asomarnos al canto de Diomedes, podemos descubrir su propio Evangelio desplegado sin que él mismo haya tenido la intención de consignarlo o expresarlo. O quién sabe si de pronto dejó una puerta abierta para que, por lo menos, su canto vallenato subiera a los altares. Para tocar esa puerta, quizás el único requisito sea detenerse a escuchar un momento su canción ‘El regreso del cóndor’ (1992):

Si se canonizara el vallenato,

al mundo le sirviera de alegría,

porque cantando las canciones mías,

hasta de fiesta se visten los santos.

Listado de canciones para escuchar:


Tuesday, December 01, 2020

Un café musical con Juan Gossaín

 


El destacado periodista colombiano habla sobre Barranquilla y su música. Por sus respuestas y reflexiones pasan Esther Forero, José María Peñaranda, Shakira, Joe Arroyo, Te olvidé, los combos y orquesta venezolanos del siglo XX. Y un gallo fino canta orgulloso en el fondo.

Por JAVIER FRANCO ALTAMAR

Desde este piso 26, Cartagena es una postal brillante de edificios y muelles dispuestos a orillas de la herradura de la bahía. Dado el extremo del sofá que escogió para degustar su café mientras charlamos, Juan Gossaín -anfitrión y dueño del apartamento-, es el único de nosotros que puede ver, de frente, la monumental imagen de Nuestra Señora del Carmen, blanca ella en medio de un enorme bostezo de mar.

Ahora lo recordamos: aquella imagen es antigua y nueva al mismo tiempo, porque fue devuelta a su pedestal, luego de dos años de restauración, con los fragmentos que alcanzaron a salvarse de un rayo de tormenta. Además, esa Virgen fue bendecida por el Papa Francisco durante sobrevuelo de helicóptero en septiembre de 2017.

Es una estructura colosal, pero con un poco de atención y un esfuerzo adicional, podríamos alcanzar a verla reflejada ahora en las gafas de montura gruesa de Gossaín. Allí se plantará luego de haber atravesado, convertida en un haz de luz, el vapor de la taza de café. Son 35 toneladas de mármol impoluto convertidos ahora en un trazo luminoso, minúsculo y solitario en el cristal corrector. En ese mismo instante, cuando la veamos allí, advertiremos que nuestro anfitrión está a punto de abrir la boca. Parecerá inminente que va a decir algo sobre aquel monumento admirable, o quizás lanzará un apunte histórico sobre la Estrella del Mar; pero sus primeras palabras revelan la verdad: su vista anda por otros lares:

 - ¿Y qué tal la Guacherna de Esthercita? –, dice.

La pregunta parece haber saltado de la nada, pero no es cierto. Lo que pasa es que segundos antes, habíamos abandonado una charla solemne que nos había traído desde Barranquilla, y hemos empezado a paladear una espumosa mezcla de música y café. En consecuencia, el Monumento a la Virgen es, si acaso, un testigo mudo, imponente y lejano de la ruta reflexiva de nuestro anfitrión, iluminada por Esther Forero.

Gossaín luce fresco y suelto dentro de su indumentaria de tonos pasteles. La barba es de canas cortas, y en la nariz libanesa, lleva las eternas gafas correctoras convertidas, hace unos segundos, en el espejo de la Virgen. Está sentado no como si estuviera en el otro extremo de su butaca de balcón, sino en un trono.

-Hay que ver las canciones de Esthercita Forero -agrega en medio del trance-: Gran señora, gran amiga. Ella habla de esas noches de la ciudad, del caño de la auyama saludando al Magdalena, de las calles de mi vieja Barranquilla…

En efecto, Esther Forero Celis, reconocida como ‘La novia de Barranquilla’ es referencia obligada en el canto a la capital del Atlántico. Lo es porque, en su caso, no se trata solo de menciones fáciles aceitadas por el amor; sino de la ciudad viva en el escenario de sus propios latidos. Lo de Esthercita es una obra de arte, un zurcido de sus notas entre cuyos hilos está un nombre, un ícono, un barrio, una calle, un sentimiento, un accidente geográfico, y cualquiera de los elementos propios de la atmósfera y el ambiente de la ciudad.

Canciones que son vida

Dice Duch que la lectura de novelas implica, para muchos, una cierta manera de habitar la ciudad porque, “a menudo, la verdadera experiencia, más que concretarse en realidades específicas y palpables, se vive en el recuerdo y la distancia”. Si eso es verdad, los equivalentes funcionales de estar en Barranquilla son las canciones de Esthercita.

Una de esas canciones es ‘Mi vieja Barranquilla’, esa que ahora se desliza, como un susurro, en las palabras de Gossaín. Por su aliento de nostalgia, esta pieza constituye un capítulo principal en la poesía de Esther Forero. Dicho en otras palabras, es el punto de partida para leer a la Puerta de Oro de Colombia. Porque en la obra de Esthercita -un poco allá, un poco acá, o casi por completo en alguna que otra canción- se despliegan los músculos de la ciudad con sus nombres, se mecen los árboles de matarratón, se siente el olor de guayaba, y se puede degustar una ciruela. Pero sobre, en los versos de Esthercita se siente, como si fuera un apretón, la fuerza apacible del río Magdalena, amante secreto de esa luna “chiquitita y morenita”, adorno exclusivo de nuestro cielo. 

Presencia especial tiene, en la voz eterna de Esther Forero, el Barrio Abajo con su resplandor. Fue el entorno fundacional donde ella vivió de niña, y donde fue testigo de tropeles nocturnos de bailadores y del trago que se repartía de puerta en puerta. Algo parecido vio ella después -a principios de los años 60 del siglo pasado- en Santiago de Cuba. A ese desfile le llamaban ‘La Conga’ en la isla. 

De la suma de estas dos experiencias nació el único desfile a oscuras del Carnaval de Barranquilla: La Guacherna, muestra folclórica y musical de viernes por la noche, una semana antes de los cuatro días de fiesta. La canción sobre la que Gossaín preguntó al comienzo se refiere a este evento, obra que ya superó, hace bastante tiempo, los límites locales por cuenta de los Melódicos de Renato Capriles, pero, sobre todo, en el listado de merengues de la agrupación Los Vecinos de República Dominicana. ¡Qué canción, por Dios!

En este momento, ahora que, en un nuevo sorbo, el vapor de la taza y la barba canosa parecen un mismo brochazo, es claro que Gossaín no está paladeando el café, sino el recuerdo musical de Esthercita. El fotógrafo que me acompaña aprovecha para hacerle más fotos, y dado el escenario que nos rodea, el fondo será siempre el mismo: estantes de libros en lugar de paredes. Hay tantos libros por todos lados que aquello bien podría pasar como la biblioteca más alta del mundo. Y no sería exagerado decirlo porque Gossaín asegura que, además de este nivel donde estamos, hay otros dos llenos de ejemplares impresos.

-Una amiga especialista me visitó y dijo que son como 19 mil libros. Puede ser-, respondió cuando le pregunté. En ese momento, acababa de abrir un diccionario árabe que sacó de uno de los estantes de la sala. “Era de mi padre”, dijo.




Gossaín muestra a su biblioteca: Foto de Franklin Castro

Aparece un gallo fino

Habíamos llegado hasta su apartamento más o menos 40 minutos antes. La intención principal, y que luego despachamos en media hora, era que nos dijera, de viva voz, lo que Barranquilla había significado para él cuando estuvo de Jefe de Redacción del diario El Heraldo durante nueve años y hasta 1979. Esa grabación quedó para ser presentada, como testimonio, en la Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Ese evento estaba previsto para marzo de este año en Barranquilla, pero debió suspenderse, hasta nueva orden, por la pandemia del Covid-19. Esa parte, en la que Gossaín habló un poco de política y hasta del equipo Junior de Barranquilla, la resolvimos con solemnidad. Luego, pasamos al reposo del sofá, extremo a extremo, con nuestras tazas de café, y vino el momento musical en el que aún seguimos nadando:

-Oiga bien esto para ver si nos vamos poniendo de acuerdo: Barranquilla es la segunda ciudad a la que más se le ha cantado en el país. La primera es Cartagena… Sí, Cartagena, por la cosa colonial, el romanticismo, y tal. Pero Barranquilla es otra cosa: esas canciones…”

Gossaín hace una pausa. Su taza de café flota a una mano frente al pecho. ¿Barranquilla, la segunda ciudad con más canciones? Sí, insiste Gossaín, y agrega: eso tiene mucho que ver con la actitud del barranquillero, exacta a la del gallo fino. 

- ¿Cómo es la cosa?

-Sí, con el gallo fino- recalca y se acaricia por primera vez la calvicie. Es un gesto al que suele acudir cuando escarba en su memoria. 

-No estamos hablando de ese gallo basto, el de patio, o el de casa, sino un gallo de raza -asegura-.  Un gallo al que a veces le crecen unas crestas intrusas y enfermas, y de las que el animal se deshace restregando la cabeza contra el suelo. Es un gallo altivo y colorido, de plumas brillantes y unas enormes espuelas que se parecen tanto al amor propio del barranquillero. ¿Usted ha visto cómo es ese gallo de orgulloso? El barranquillero es así, pero no es un orgullo de arrogancia, no confundir: es amor propio por la ciudad. ¡Aman a esa ciudad!… Bueno: basta con oír las canciones que le han dedicado: 

Barranquilla es tu ciudaaaaaad. 

Siempre te ofrece una sonrisa,

Por la belleza, de sus mujeres, 

Su zona franca y el río Magdalena…

Esa estrofa que Gossaín acaba de cantar es del tema ‘Barranquilla es tu ciudad’. Es una canción muy especial porque se gestó en un contexto de problemas domésticos muy graves. Gran parte de la solución parecía estar en caerles a bofetones a los barranquilleros de entonces para despertar su sentido de pertenencia. Y una fórmula de respaldo era invocar atributos naturales e institucionales de la ciudad. 

Barranquilla es tu ciudad: Los Melódicos

La canción nació a partir de una campaña impulsada por el publicista local Fernando Dávila desde su agencia Sonovista. De hecho, Dávila es el autor del eslogan convertido en título del tema. La letra, en cambio, fue ocurrencia del locutor Marco Aurelio Álvarez, oriundo de Bucaramanga, quien para esos años 70 del siglo pasado, ya era un barranquillero más en la práctica, y una de las voces más destacadas de la radio local. Era, además, presentador oficial de las fiestas del hotel El Prado, y por esa vía, había tendido puentes de amistad con los directores y músicos de las grandes orquestas del momento. 

Por eso, henchido de orgullo (el del gallo fino, venimos a saber ahora), Marco Aurelio consiguió que la orquesta venezolana Los Melódicos grabara la canción. Los arreglos, en ritmo de paseaíto, fueron del maestro antioqueño Óscar García.  La interpretó Víctor Piñero, ‘El rey del merecumbé’ el mismo de la versión más famosa de ‘Río y mar’ de Pacho Galán. Corría el año 1973.  La frase del eslogan sería retomó, en sus estribillos, por una canción salsera de la Dimensión Latina de Venezuela producida ese mismo año y vocalizada por Oscar de León. Esa otra canción se tituló ‘Barranquilla, Barranquilla’.

-Ahora: con Barranquilla pasó un fenómeno bien interesante: fue el refugio de los músicos que venían del exterior -agrega en este momento Gossaín-. Fue siempre así Barranquilla. Allá se instalaban los grupos venezolanos. Hubo una época en que la música tropical de todo el Caribe se hacía en una forma muy sencilla: la componían colombianos, y la tocaban venezolanos. En Venezuela no componía nadie, pero las orquestas eran la Billo’s Caracas Boys, los Melódicos. Y entonces iban y grababan todas las canciones allá. Y se quedaban en Barranquilla. Incluso, varios se quedaron a vivir. ¿Cómo se llamaba el flaquito ese, el moreno?  Ese duró un poco de tiempo en Barranquilla…

Enseguida se acuerda: Nelson Henríquez, el zuliano. Este artista y Esther Forero, reúnen más de 20 canciones a la ciudad en el ritmo tropical de moda en los 70 y 80. De hecho, ‘Mi vieja Barranquilla’ la compuso Esthercita por encargo de Henríquez. Gossaín menciona ahora las caminatas del cantante por la calle 72, y certeza repetida por él mismo de que su natal Maracaibo y Barranquilla eran “igualitas”. También recuerda las carátulas de los trabajos discográficos del venezolano, adornadas con los trofeos ‘Congos de Oro’ ganados en el Festival de Orquesta, competencia musical del Carnaval de Barranquilla. Rara vez no aparecía un homenaje a la ciudad en la oferta de Nelson Henríquez: ‘Barranquilla Alegre’, ‘Carnaval de mi Curramba’, ‘El barranquillero’, ‘Unos para todos’, ‘Serenamente barranquillera’, ‘Pa’ Barranquilla’…   

De inmediato, Gossaín menciona “otro morenito” venezolano que le cantó a la ciudad y cuyo nombre no recuerda ahora. Sabe, eso sí, que le compuso una canción al juglar Juancho Polo Valencia y en ella, dice “No tiene dientes ni tiene muelas…” Fácil: el ‘Indio’ Pastor López, de Barquisimeto, también ganador de Congos de Oro, y quien interpretó algunas canciones de Nelson Henríquez y de Esther Forero dedicadas a la ciudad, aunque algunas son de su propia cosecha, como ‘Mi señora Barranquilla’.

-Ese también vivió una temporada en Barranquilla -apunta Gossaín-. Es lo que vengo diciendo: Ahí grababan todo; y como ahí estaban las disqueras… Barranquilla fue sede de la música colombiana muchos años. Prácticamente toda la vida.

-Cierto -le refuerzo–: quien quería triunfar tenía que darse a conocer en Barranquilla. Entonces, se peleaban los Congos de Oro porque esa era la prueba más contundente del logro. Esas agrupaciones venían no solo con repertorio propio, sino con letras y composiciones de Pacho Galán, Rafael Campo Miranda, Carlos Vidal, Víctor Mendoza y tantos otros…

- ¡Pero claro! -resalta Gossaín-. Ese Congo de Oro del Festival de Orquestas era el premio nacional más importante en la música… Joe Arroyo también se la pasó allá todo el tiempo. Se quedó en Barranquilla…

Y Joe también le cantó Barranquilla, por supuesto. Lo hizo en ritmo de salsa con una de sus canciones más escuchadas en todo el mundo: ‘En Barranquilla me quedo’. Es un tema inmortal, resultado de un flechazo incorregible al corazón, una declaración de amor de este gran músico de Cartagena, barranquillero adoptivo, y cuya sentencia se cumplió a cabalidad.

Conexiones con la Puerta de Oro

Ese es otro punto interesante que tocamos ahora a propósito de Arroyo y es que, como corresponde con una ciudad construida a punta de mezclas, de inmigraciones, de cruces de todos los tonos, a Barranquilla se le ha cantado en una infinidad de ritmos. Luce hasta natural este fenómeno dado que, ‘La Puerta de Oro de Colombia’ ha estado, desde siempre, conectada con el mundo entero. Y en esa condición, ha pasado a tener un aire de familia no solo con el Caribe del que hace parte, sino con otros continentes.

En el caso de la Barranquilla se da, sin arrugas, lo que alguna vez dijo Michel de Certeau en el sentido de que las auténticas ciudades no se fundan ni se crean de la nada. Según este pensador, las verdaderas ciudades se van formando paulatinamente como fruto “de las relaciones y peripecias seculares de una comunidad inscrita en un espacio temporalidad determinada”. Esto les confiere un carácter simbólico, histórico y tradicional reflejado, por supuesto, en su expresión artística. Y así como es de polifónica y variopinta la ciudad, así es su canto.

Otro filósofo francés, Olivier Mongin, anotó que toda ciudad es un ambiente de tensión entre dos tipos de mirada: la del ingeniero (que es la misma del arquitecto y del urbanista), y la del poeta (que es la misma del creador musical). El primero mira de lejos, pero el cantor mira de cerca, desde adentro. El cantor experimenta la ciudad y traslada eso, como debe ser, a su obra, dejando allí una impronta. De esa forma, como bien pudo haber dicho Walter Benjamín, la canción le permite al oyente experimentar la ciudad, oírla como si estuviera allí al frente, porque en ella queda el signo del autor como queda la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla

No es de extrañar, entonces, que a lo largo y ancho de las cientos de canciones dedicadas a ella, Barranquilla pueda experimentarse -como dice otro pensador de apellido Mongin- de tres maneras: la corporal (la ciudad vista como un gran cuerpo, con las limitantes y finitudes propias de cualquier organismo), la física (la de las relaciones espaciales, los accidentes geográficos, los puntos cardinales y sus referencias), y la pública (la escenificada, el gran teatro donde cumplimos papeles y somos seres relacionales). Si lo miramos bien, Barranquilla da para todo eso. Que haya tantas canciones en su honor, construidas desde la combinación cultural, hacen del caso de La Arenosa uno muy especial. Poco importa, entonces. que sea la segunda con más canciones, como dice Gossaín, porque, con seguridad, es la primera en riqueza y variedad. 

Y ha sido así desde el principio, con los primeros aportes de los alemanes instalados en Barranquilla a contraluz de los soles inaugurales del siglo XIX, y cuyas bandas musicales sonaron en el ambiente de la bonanza de tabaco del Carmen de Bolívar. También dejaron su huella los italianos, muchos de quienes se quedaron en la ciudad. En esa parte de la historia, trota parte Pedro Biava, que hasta se inventó una orquesta.

De esta amalgama de cruces, viene esa tendencia creativa, que nos llevó a tener canciones, aires y músicas propias con ajustes, casi naturales, a distintos géneros y diferentes voces. De esa manera, hoy exhibimos timbres privativos de la ciudad, que incluso pueden llegar a juntarse, pegando saltos irrespetuosos entre los límites del tiempo y los escenarios…

-Uno de los videos más hermosos que yo he visto a propósito de eso -agrega ahora Gossaín-, y que no es tan conocido, es uno donde aparecen cantando a dúo Joe Arroyo y Shakira: 

Yo te amé con gran delirio,

de pasión desenfrenada…

Se refiere a ese momento del festival de Orquestas de 1995 en el que estas dos inmensas figuras de la canción interpretaron ‘Te Olvidé’, considerado el himno del Carnaval de Barranquilla. Es una melodía en ritmo de danza de garabato del maestro Antonio María Peñaloza, compuesta en 1954 a partir de un poema de Mariano San Ildefonso. Las dos estrellas volverían a cantarla a dos voces en noviembre de 2006, durante un concierto del Estadio Metropolitano.




– Le voy a decir quién era Mariano San Ildefonso para que se vaya de espalda, así como me fui yo cuando lo conocí -apunta nuestro anfitrión-. ¡Mire qué cosa tan bella! Él era el comentarista de la competencia hípica en el diario El Espectador, del 5 y 6. Era el que escribía sobre los caballos. Era un poeta español que se vino perseguido por la dictadura de Franco y se empleó en El Espectador. Los viernes publicaba una columna ‘Pronósticos hípicos’:  Ahí aparecía: “Mañana, Lucerito va a ganar la segunda válida” … 

Y agrega: Qué gran músico era Peñaloza.  No Peñaranda, como creen algunos, sino Peñaloza. Porque Peñaranda era, a su juicio, “un sinvergüenza de gran categoría”, pero distinto. Autor, ni más faltaba, de piezas tan memorables, pero tan distintas, como ‘Se va el caimán’ y ‘La Ópera del mondongo”, ambas acompañadas de acordeón, instrumento que no por haber entrado al país por otros lados distintos de la Costa, deja de ser barranquillero cuando le place. 

Como a Peñaranda le gustaba tanto pasearse por la zona Bananera, y en especial por Aracataca, la tierra de Gabriel García Márquez, a Gossaín no le cabe la menor duda de que era tan cataquero como el Nobel.  ‘Se va el Caimán’, recordamos ahora, recorrió el mundo, y hasta rodó por las canchas de fútbol de América como apodo del arquero Efraín Sánchez. Con ‘la Opera’, en cambio, ocurrió algo diametralmente distinto: se movió a sus anchas en el submundo de la procacidad. Se dirá, no sin razón, que un fenómeno de esta naturaleza no es sino otra muestra más de la versatilidad musical de Barranquilla. Dolcey Gutiérrez, que también es un hombre del acordeón, ha seguido la línea, pero más con letras de doble sentido que con las alusiones directas propias de Peñaranda.

Una de las canciones de Peñaranda, subraya ahora Gossaín, hace parte de la oferta histórica de la Sonora Matancera, fíjese usted, cantada por otro barranquillero mayor, Nelson Pinedo, que no dice Cataca, sino La Habana. Ay, yo me voy pa’ La Habana y no vuelvo más, el amor de Carmela me va a matar. “Era buen compositor este Peñaranda, pero se divertía jodiendo con esa música. ¿Cómo es que se llama la canción de la Niña que se hizo famosísima?” Pregunta Gossaín. ¿A cuál se refiere? Entonces la canta:

Una niña se bañaba

A la orilla de una fuente

Y la otra le gritaba

Sáltate que ahí viene gente

Ay que la batea, tea, tea

Ay que la batea se rompió…

-Es que Barranquilla es una ciudad de mucha actividad creativa -le digo

- ¡Festiva, hombre! -me corrige-. Es que, además, mucha gente hace cosas festivas. Ese espíritu festivo fue el que le hizo creer a la gente del interior del país que el costeño no trabaja, que la pasa todo el año flojeando. ¡Cómo no! Al contrario: es el espíritu de la vida, pero no la forma



La música variopinta

Miren hasta dónde hemos llegado en esta charla. A estas alturas, el barranquillero tiene mucho de filósofo práctico. Nada de reflexiones en busca de la verdad o de las razones, como nos enseñaron Aristóteles y Platón, sino de una puesta en escena en actividades concretas, del diseño de los caminos más adecuado para llegar a ser feliz, a la manera de los estoicos o de los epicúreos.

Por eso, en asunto de canciones, el barranquillero le dio la bienvenida a la salsa, que, si bien les apunta más a los pies que a la cabeza, nos dio canciones de Fruko y sus tesos, del Grupo Niche de Cali, y piezas hoy eternas como el ‘Barranquillero Arrebatao’ de la fugaz Sarabanda. 

Y cuando le llegó su turno al vallenato, el barranquillero terminó por considerarlo otra música bailable muy propia. Tanta acogida se les brindó a los guajiros y cesarenses en Barranquilla desde los años 70 del siglo pasado, que ellos terminaron componiendo canciones agradecidas a la ciudad. Varias aún se escuchan en la voz de Rafael Orozco, a instancias de Beto Murgas y de Julio Oñate Martínez: o en la portentosa interpretación de Diomedes Díaz, una de cuyas canciones es un ‘Regalo a Barranquilla’, para mencionar a los más destacados.

Algo resulta claro en este momento de la charla: si uno se pusiera a escuchar, una a una, las canciones a Barranquilla, podría tranquilamente reconstruir la historia de la ciudad, con sus contextos enlazados, sus espacios vividos y sus tiempos. Y lo haría con un valor agregado: la palabra cantada. Es un aspecto que bien ha sido puesto de presente por una larga lista de pensadores, desde los griegos hasta Bernardo Souvirón, pasando por Marcel Detienne, Iván Illich y más recientemente, por Michel Onfray: la historia musicalizada, o lo que es lo mismo, versificada, se enraíza en la memoria con mayor facilidad: recuerdo y musa van de la mano en la palabra del cantor.

Ya es claro a estas alturas que no nos iba a alcanzar el tiempo para continuar hablando de la música de Barranquilla. En realidad, de ser eso posible, haría falta una biblioteca entera para reproducir una charla de tal naturaleza. Es momento del tema de cierre: ¿Qué músico podría ser el más representativo del canto barranquillero? Mencionamos varios, los dos primeros, hijos adoptivos: el maestro Pacho Galán, de Soledad, con su hermoso himno ‘Río y Mar’ y su exitoso ritmo merecumbé original; el mismo Joe Arroyo, padre del Joesón, otro ritmo creado en la ciudad. O el grupo Raíces, el del famoso ‘Fiesta’, de la Selección Colombiana de Fútbol.

¿Y qué decir de Aníbal Velásquez? Hacía magia con su acordeón y se inventó un ritmo propio de guaracha que le permitió reinar en los años 70 y 80 del siglo pasado. Además, en su voz se inmortalizó el ‘Faltan cinco pa’ las doce’ infaltable en cada cierre de año. O Chelito de Castro, arreglista de la época de Oro de Joe Arroyo, intérprete de varios instrumentos, autor del ‘Cielo de encantos’ del grupo Bananas.

O, quizás, la más fiel expresión musical sea la del maestro Adolfo Echeverría, quien grabó y cantó en variados ritmos también en la época dorada de los 70 y 80, incluso un poco desde antes. Con el auxilio del ‘Don Abundio’, imitación de Juancho Polo Valencia a cargo del bolivarense Tommy Arraut, grabó varios vallenatos. En resumen, Echeverría -barranquillero del barrio San Roque- grabó en salsa, cumbia, maestranza, música de acordeón, música tropical en general y en el ritmo ‘chucu-chucu’ venezolano. Es el autor de temas inmortales como ‘Amaneciendo’, ‘Julio Calderón’, ‘Puya y hunde’ y varias más. Un par de canciones suyas se escuchan todavía cada final de año. Una de ellas, en ritmo de maestranza, se estira, como un acordeón, hasta el Carnaval, una de las cuatro fiestas a las que alude. Con esa misma fiesta empata la también famosa ‘Gloria Peña’. La otra canción de fines de año del maestro, ‘Inmaculada’, menciona a la Virgen en bailable tropical: 

 

Inmaculada, Virgen bendita, 

si tú me pudieras conseguir, 

ese milagro que solicita, 

este hombre bueno, pa ser feliz”.

Y tenía que ser así el final de esta recreación: comenzamos como una Virgen reflejada en los lentes de Gossaín, y terminamos con la otra invocada en las letras de Echeverría… 

El cielo se ilumina con esplendor

La pólvora se quema con gran fulgor (bis)

Quizás por todo esto, lo que al principio pudo parecer extraño y hasta sirvió de gancho en el arranque, ahora cobra sentido. Sin darse cuenta, nuestro anfitrión siempre estuvo reflexionando entre dos advocaciones de la Virgen. La una, iluminada desde los faroles al piso en la madrugada barranquillera; la otra, cubierta por el rayo que obligó a su renacer en la Bahía de Cartagena.

Y también quizás por eso, gracias a las palabras de Gossaín, ahora vemos de nuevo el cielo de la historia, con la Luna de Barranquilla a lo alto, y el orgullo del gallo fino recreado en las nubes. Desde ese infinito, cualquiera podría contemplar los mundos del Caimán y del Mondongo; y, con un poco más de detalle, sería testigo del romance del río Magdalena con esa Luna coqueta, bajo el canto de cierta Señora en su pedestal de novia eterna.

Nota publicada en el periódico El Punto de la Universidad del Norte

23 de noviembre de 2020